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jueves, 14 de julio de 2016

La organización del Ejército de los Andes

La organización del Ejército de los Andes 

Definidas las líneas generales del plan de campaña, San Martín inició los trabajos para organizar el ejército con que habría de llevar a cabo la gran empresa, sobre la base de los dos únicos núcleos de tropas que existían en Mendoza: el Cuerpo de Auxiliares de Chile, al mando del coronel Gregorio de Las Heras -que fue llevado a Mendoza después de la derrota de Rancagua, en 1814- y las milicias cívicas de la provincia, agrupadas en dos cuerpos de caballería y dos batallones de infantería denominados Cívicos Blancos y Cívicos Pardos. Al mismo tiempo que se organizaba el ejército había que atender a la defensa inmediata del territorio, siempre amenazado desde Chile. Esta eventualidad obligó a San Martín a aumentar urgentemente los efectivos de los cuerpos mencionados y colocarlos en condiciones de afrontar las tareas de protección más indispensables, para lo cual implantó una especie de servicio militar obligatorio para la provincia de Cuyo. El 8 de noviembre de 1814, se creó el Batallón N 11 de Infantería, con los citados contingentes de Auxiliares de Chile más un escuadrón de caballería. A mediados de diciembre, se incorporaron dos compañías del Batallón N 8, procedentes de Buenos Aires, y una compañía de artillería con cuatro piezas, a las órdenes del sargento mayor Pedro Regalado de la Plaza. Los efectivos obtenidos hasta entonces (400 hombres y 4 cañones) estaban muy lejos de las mínimas necesidades futuras, lo que indujo a San Martín a disponer la incorporación de nuevas tropas. A partir de 1815, el infatigable gobernador de Cuyo aplicó una serie de procedimientos expeditivos para llevar el ejército al pie orgánico exigido por la magnitud de la empresa a realizar y en los que fue auxiliado por el Gobierno de Buenos Aires. En el mes de febrero, consiguió que le incorporasen nuevas dotaciones de artillería. El 26 de julio, llegaron a Mendoza los Escuadrones 3 y 4 de Granaderos a Caballo, enviados por el Director Supremo, al mando del capitán Soler y del teniente Lavalle, llevando vestuario, equipo y armamento para 400 soldados.
El 14 de agosto, San Martín recurrió al voluntariado, con lo que obtuvo algunos contingentes apreciables. Con los emigrados chilenos organizó la Legión Patriótica de Chile y, faltándole aún 130 hombres para completar los escuadrones de granaderos, publicó el célebre bando: “tengo 130 sables arrumbados en el cuartel de Granaderos a Caballo, por falta de brazos que los empuñen..., que le aportó igual número de voluntarios.” Hacia octubre de 1815, el incipiente ejército contaba ya con unos 1.600 soldados de infantería, 1.000 de caballería de línea y 220 artilleros, con 10 cañones. Mientras aumentaba el ejército, se presentaban problemas de difícil solución, pues había que vestir a las tropas y poner en condiciones de uso al armamento que, en su mayor parte, se hallaba en mal estado. Escaseaban, además, la pólvora y las municiones, careciéndose de medios para proveerse de ellas pues las únicas fábricas existentes -en Córdoba y La Rioja- no alcanzaban a satisfacer la demanda del Ejército del Alto Perú. El ingenio inagotable de San Martín zanjó en poco tiempo estas dificultades. Con el concurso de un emigrado chileno, Dámaso Herrera, muy entendido en mecánica, se transformó el molino de Tejada en batán, accionado por el sistema hidráulico que poseía. San Luis contribuyó con bayetas de lana, las que una vez en Mendoza se teñían y se abatanaban hasta el grado de consistencia que se creía conveniente, y de estas bayetas o pañetes se vistió el ejército. Del mismo modo, fue creada la maestranza y el parque de artillería, con la hábil dirección de fray Luis Beltrán, gran experto en matemática, física y metalurgia. En cuanto a la pólvora, dada la abundancia de salitre en la zona, se instaló un laboratorio con la dirección del ingeniero José Antonio Álvarez de Condarco, obteniéndose un producto de superior calidad y cubriéndose todas las necesidades previstas. A estos organismos siguió la creación de otros, no menos importantes: la sanidad fue confiada al doctor Diego Paroissien; la vicaria castrense al sacerdote José Lorenzo Güiraldes; la comisaría del ejército a Juan Gregorio Lemos y la justicia militar, como auditor de guerra, al doctor Bernardo de Vera y Pintado.
Hasta ese momento, principios de 1816, la campaña sobre Chile no había sido formalizada oficialmente por el Gobierno nacional. Como era urgente apresurar su organización con la incorporación de otros 1.600 hombres, la obtención de ganado y dinero para la adquisición de armas, San Martín comisionó a Manuel Ignacio Molina para que se entrevistase con el Director Supremo. Como resultado de la gestión, solamente obtuvo una contribución en dinero.
En marzo de 1816, San Martín solicitó la incorporación de los otros dos escuadrones de Granaderos a Caballo que se encontraban en el Ejército del Alto Perú. Al siguiente mes se le enviaron estos granaderos que, al pasar por La Rioja, reclutaron 100 hombres más. El Libertador debió sumar a los grandes problemas que tuvo para llevar a cabo su empresa, la incomprensión del Gobierno de Buenos Aires, no muy convencido de las posibilidades de expedicionar a través de los Andes. El 3 de mayo de 1816, el Congreso nacional, reunido en Tucumán, eligió Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón. Este, ante la insistencia de San Martín, con quien tuvo una entrevista en Córdoba, orientó todos los esfuerzos hacia Cuyo. Se activaron los trabajos y esta provincia cordillerana se transformó en una inmensa fragua para forjar un ejército bien dotado que debía abatir el estandarte español en Chile. El 1 de agosto, el Director Supremo dio al ejército de Cuyo el nombre definitivo de Ejército de los Andes y San Martín fue designado su general en jefe. Para darle una nueva estructura, el Regimiento N 11 fue dividido en dos cuerpos, manteniendo el primer batallón su anterior número y dándose al otro la nominación de Batallón N 1 de Cazadores. El Batallón N 8, mediante el reclutamiento de un fuerte contingente de negros, alcanzó a contar con 355 hombres, que pronto fueron aumentados con nuevos aportes de la provincia. En noviembre de ese año, San Martín propuso la formación de una compañía de zapadores, considerada imprescindible por la característica topográfica del teatro de operaciones. La propuesta le fue negada, siendo sustituida por plazas de gastadores, las necesarias a cada cuerpo, creándose un cuerpo con los barreteros de minas.
El Regimiento de Granaderos a Caballo quedó finalmente organizado con cuatro escuadrones de 145 hombres cada uno. El quinto escuadrón, formado con personal seleccionado, se transformó en el Escuadrón Cazadores de la Escolta. Con los artilleros se creó un batallón de 241 hombres con 18 piezas de diverso calibre. Paralelamente a la organización del ejército fue necesario disponer su mantenimiento, adquirir los materiales de guerra y propender a los recursos para financiar la campaña. Los pueblos de Cuyo, a pesar de su pobreza, sintieron exaltado su patriotismo, lo que permitió a San Martín organizar y encauzar la economía provincial para poder cubrir al máximo las necesidades. Durante el año 1815, las minas de Pismanta y Huayaguaz proveyeron 27 quintales de plomo y gran cantidad de azufre y las de Uspallata produjeron igualmente plomo y algo de plata. De este modo se lograron extraer de Cuyo los elementos para la fabricación de pólvora y los metales para alimentar las fraguas de fray Luis Beltrán. La absoluta necesidad de aumentar los ingresos del fisco, dada la insuficiencia de la ayuda del Gobierno de Buenos Aires, indujo a San Martín a ampliar el régimen tributario de la provincia y crear diversos arbitrios: la contribución extraordinaria de guerra o impuesto directo sobre los capitales, a razón de 4 reales por cada 1.000 pesos, que también incluyó a los comerciantes exportadores y de tránsito; el impuesto a la carne de consumo corriente, que produjo unos 6.000 pesos anuales; la contribución patriótica, que aportó 8.700 pesos; la contribución basada “sobre el pie sólido de los producidos por las fincas rústicas”, y otra, extraordinaria, de la que consta una recaudación de 9.000 pesos. Se recurrió a las donaciones voluntarias en dinero, ganado y elementos directa o indirectamente útiles al ejército. Los traficantes en vinos y aguardientes abonaron, por propia iniciativa, un derecho de extracción calculado en 2.300 pesos mensuales; el gremio de carreteros aportó una contribución voluntaria de un peso por cada viaje de carreta y la cofradía de Nuestra Señora del Rosario efectuó un donativo en metálico que, sumado al de algunos españoles simpatizantes con la causa de la independencia, alcanzó los 3.940 pesos.
San Martín dispuso que ingresen al tesoro público los capitales de propiedad del convento de las monjas de La Buena Esperanza; la recaudación de los capitales a censo de las diversas cofradías fundadas en las iglesias y la limosna colectada por la comunidad de la Merced para la redención de los cautivos cristianos. En concepto de ingresos eventuales se recurrió a la disminución del sueldo de los empleados públicos prometiendo el reintegro a quienes no lo cediesen voluntariamente; se aceptaron préstamos voluntarios y forzosos; se dispuso el secuestro y confiscación de bienes de los europeos y americanos enemigos de la revolución y de los prófugos en Perú, Chile y otros lugares. El renglón de multas produjo ingresos considerables; se procedió a la venta de tierras públicas y se creó una lotería, que el gobierno administraba en el territorio de su jurisdicción. Al iniciarse la campaña, San Martín había pedido al Gobierno nacional la aprobación de la hipoteca de 44.000 pesos hecha de los fondos generales de hacienda de la provincia en favor de los prestamistas, de los que 24.000 erogó Mendoza, 18.000 San Juan y 2.000 la Punta de San Luis. También obtuvo del comercio de Mendoza un préstamo adicional de 20.000 pesos. Fue así como, al conjuro del Gran Capitán, surgieron todos los recursos para organizar, armar, equipar y mantener un ejército. Cuando la población de Cuyo ya no tuvo nada para dar, continuó ofreciendo sus propios esfuerzos: las damas cosieron ropas e hilaron vendas; numerosos artesanos prestaron su concurso para las construcciones militares; los carreteros y arrieros realizaron el transporte gratuito de todos los elementos necesarios al ejército. En todo momento las fuerzas reclutadas recibían una cuidadosa instrucción, dirigida personalmente por el general San Martín, la que se intensificó a mediados del año 1816. Se estableció un campamento en el paraje llamado El Plumerillo, pocos kilómetros al noroeste de Mendoza. En el frente del campamento se despejó un gran terreno que se destinó como plaza de instrucción y, hacia el oeste, se construyó un tapial doble para espaldón de tiro. Al finalizar ese año, la instrucción militar, tanto de las tropas como de los cuadros, había alcanzado un grado de perfeccionamiento no igualado, hasta entonces, por ejército americano alguno. Esta estructura bélica se completó con un Cuartel General, con el Estado Mayor (creado el 24 de diciembre de 1816), con las especialidades (barreteros de minas, arrieros y baqueanos) y con los servicios de vicaria castrense, sanidad, bagajes. Los efectivos de todas las unidades de línea, servicios y tropas auxiliares del Ejército de los Andes, arrojaron un total de: 3 generales, 28 jefes, 207 oficiales, 15 empleados civiles, 3.778 soldados combatientes y 1.392 auxiliares, lo que suma un conjunto de 5.423 hombres. Disponía, además, de 18 piezas de artillería, 1.500 caballos y 9.280 mulas.
Sólo faltaba al ejército una bandera: el comercio de Mendoza proveyó la sarga, de colores blanco y celeste, con la cual varias damas confeccionaron el estandarte que las huestes redentoras llevaron hasta el pie del Chimborazo.

Fuente: Ornestein, Leopoldo (1896-1973) Instituto Nacional Sanmartiniano