Belgrano tenía la paciencia del organizador, que prepara los elementos del triunfo; la intrepidez en el ataque; la firmeza en el combate y la constancia en la derrota; pero carecía de la ardiente inspiración del campo de batalla.
Este contraste, más severo que el de Vilcapugio, fue debido en gran parte a la ciega confianza de Belgrano antes de la batalla, y a sus errores en el curso de ella; aunque entró por mucho la superioridad de las aguerridas tropas españolas, con mejores jefes y oficiales que los del ejército argentino, y sobre todo, la superioridad inmensa de su artillería. El cargo más serio que puede hacerse a Belgrano es no haberse sabido aprovechar de las faltas de su contrario, atacándolo en la bajada de la cuesta; y después no haber tomado ninguna disposición acertada para neutralizar las maniobras que dieron por resultado la derrota. Así, razón tenía hasta cierto punto Pezuela, al colocar los soldados argentinos más arriba de su general cuando decía: 'Las tropas de Buenos Aires presentadas en Vilcapugio y Ayohuma, es menester confesar que tienen una disciplina, una instrucción y un aire y despejo natural como si fueran francesas; pero si alguna vez volvieran a formar ejército con ellas, como sean mandadas por Belgrano y Díaz Vélez, serán sacrificadas por pocas. Estos dos caudillos no supieron hacer el menor movimiento, cuando obligándolos yo a variar su primera posición, marchando con el ejército sobre su flanco derecho, ellos que me esperaban por su frente no dieron disposición de tomar las alturas, por donde era conocida mi dirección, no hicieron otra cosa que darme su frente y hacer subir una nube de indios a una montaña de su espalda, que yo no necesitaba tomar'.
El general Paz, no menos severo que Pezuela, señala estas mismas faltas; pero al mismo tiempo las explica diciendo: 'Es preciso considerar que estábamos en el aprendizaje de la guerra, y que así como era, el general Belgrano era el mejor general que tenía entonces la República. Estaba también falto de jefes, pues los mejores por varios motivos estaban ausentes: no tenía un solo hombre a quien pudiera deber un consejo, ni una advertencia: estaba solo, y solo llevaba todo el peso del ejército'.
Pero si en la batalla pudo padecer la fama del general, mostrándose inferior al vencedor de Salta: en la retirada vuelve a aparecer el héroe de alma grande, el patriota de fe incontrastable, que no se rinde bajo los golpes del infortunio, y que continúa imponiendo al enemigo y y domina a los suyos, por su tenaz resistencia y fortaleza de espíritu. Situado con la bandera en la mano en las asperezas de la montaña, rodeado de las miserables reliquias de su ejército, continuaba contando reunión a los dispersos, en señal de que su general no los abandonaba."
En: Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano
y de la independencia argentina.
Buenos Aires, Eudeba, 1964.
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