Videos

sábado, 28 de mayo de 2016

Fuertes y fortines


Vida en la campaña

Fuertes y fortines

Como resultado de las reformas borbónicas, se produjo la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 y se designó como capital a la ciudad de Buenos Aires. Uno de los objetivos de ésta, era alcanzar un control político y económico más estricto sobre las colonias que redundara en mayores beneficios para la metrópoli. La ciudad de Buenos Aires se consolidaron como centro de control comercial y la apertura de su puerto al comercio colonial provocó una ampliación de sus funciones.

Así, en el último cuarto del siglo XVIII prosperaron iniciativas tendientes a realizar fundaciones de fuertes y fortines que permitieron la expansión de la frontera en torno a la ciudad de Buenos Aires. Esta decisión de los gobernantes virreinales se debió al desarrollo de una política defensiva en virtud del conflicto permanente que mantenían con el indígena en la región pampeana y también como una forma de organizar a los pobladores que se encontraban dispersos en la campaña.

Ante denuncias de los pobladores sobre el avance de los indígenas entre 1738 y 1739 se construyó el Fuerte de Arrecifes y luego los de Laguna Brava y La Matanza.

Hacia 1779 y 1781, se puso en marcha el "Plan de Fronteras" preparado durante el gobierno del Virrey Juan José Vértiz y Salcedo. El plan consistía en fundar cinco fuertes principales (Chascomús, San Miguel del Monte, Luján, Salto y Rojas) y cuatro fortines intermedios en Ranchos, Lobos, Navarro y Areco. Los fuertes y fortines no sólo concentraron a la población militar y a sus familias sino que crecieron hasta constituirse en pequeños núcleos.

Para la construcción de los fuertes se buscaba, generalmente, un terreno  elevado y allí se establecía una empalizada de troncos dispuestos verticalmente que constituía el muro perimetral del fuerte de planta rectangular y cuya dimensión  oscilaba entre los 100 a 500 m². En su interior, se ubicaban varios ranchos construidos de barro, adobe y paja que funcionaban como vivienda de la oficialidad o del comandante fortinero, barraca de las tropas, arsenal, prisión, depósito de alimentos y capilla. También había un corral para la caballada y un mangrullo, torre de unos 10 m. de altura que servía para divisar a la lejanía a quienes se acercaban al fuerte. Alrededor de la empalizada, se solía cavar un foso ancho y profundo que dificultara el acceso a posibles atacantes.
El número de fuerzas regulares para custodiar la frontera era escaso, al igual que los recursos destinados al mantenimiento de los fuertes. Por esa razón, los pobladores de la campaña participaron en el servicio de las armas y aportaron recursos económicos al sostenimiento de la defensa contra el indio. Los fortines y las guardias fronterizas se diferenciaban de los fuertes por ser los pobladores quienes se constituían en milicia y sostén de los mismos. 
Línea de frontera en la campaña bonaerense hacia 1779. Se puede observar la ubicación de fuertes y fortines que darán origen a varios pueblos de la actual provincia de Buenos Aires
Arriba a la derecha dice: Plano que manifiesta la Frontera de las Pampas de Buenos Ayres, que se reconoció por Orden del Exmo. Señor Dn Juan Joseph de Vertiz Virrey y Cap.  General de estas Provincias. 


fuente: http://servicios2.abc.gov.ar/

Economía virreinal

El Virreinato del Río de la Plata











En un principio, el inmenso territorio americano controlado por los españoles se dividió en dos virreinatos: el de Nueva España, creado en 1534, y el del Perú, fundado en 1544; y dos Capitanías Generales, la de Yucatán (creada en 1542 ) y la de Nueva Granada (1564). Pero los territorios a administrar seguían siendo muy extensos y difíciles de controlar y la Corona española decidió subdividirlos y crear nuevos virreinatos y capitanías. Así, la Capitanía de Nueva Granada se transformó en Virreinato; se creó el Virreinato del Río de la Plata (1776) y las Capitanías de Chile, Cuba, Venezuela y Guatemala.


Los virreyes eran los representantes directos del Rey en América y eran los funcionarios más poderosos en estas tierras. 

Los virreinatos estaban a su vez divididos en gobernaciones, intendencias y municipios. Dentro de los municipios la institución más importante eran los cabildos que se encargaban del gobierno y la administración de las ciudades y sus alrededores. Cuando la situación lo requería podía convocarse a un "Cabildo Abierto" al que podían concurrir, como decían las invitaciones de la época "la parte más sana y principal de la población", es decir los vecinos propietarios. El poder judicial estaba representado por la Audiencia y a su cargo estaban los "oidores" que ejercían la justicia civil y criminal.


Para enfrentar el contrabando, controlar mas poderosamente el Atlántico Sur y aprovechando que Inglaterra estaba ocupada en la guerra de Independencia de sus colonias del Norte, el Rey Carlos III de España decidió crear el Virreinato del Rio de la Plata con capital en Buenos Aires en 1776. El primer virrey de estas tierras fue Don Pedro de Cevallos.


A Cevallos le tocaba gobernar un extenso territorio. El virreinato ocupaba el espacio de las actuales Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay y parte de Chile. 

La inclusión del Alto Perú con las minas de Potosí garantizó los recursos necesarios para sostener a la nueva estructura administrativa y empeoró aún más las tradicionalmente malas relaciones entre Buenos Aires y Lima.

España impuso un rígido sistema comercial a sus dominios en América, conocido como el monopolio, según el cual las colonias solo podían comerciar a través suyo. El problema era que España no era un potencia industrial y no estaba en condiciones de abastecer y comprar a su vez, todos los productos que producía América. Por lo tanto, se fue transformando en una intermediaria entre los productores y consumidores ingleses o franceses y los productores y consumidores americanos. Era una situación injusta que provoco distintas consecuencias. Por un lado el desarrollo del contrabando, es decir la entrada y salida de mercaderías por puertos clandestinos para no pagar derechos de aduana. Por otra parte fue generando mucho descontento, sobre todo en Buenos Aires, y fomentando las ideas partidarias de terminar con el monopolio y el fomento del libre comercio.


Dentro del enorme territorio del virreinato del Río de la Plata, convivían regiones muy diferentes con situaciones culturales, sociales y económicas muy distintas. Esto va a tener consecuencias muy importantes para nuestro futuro como país. 

Buenos Aires era la zona mas rica. Las principales actividades eran la ganadería y el comercio. Los grandes campos de Buenos Aires fueron un excelente criadero natural para las vacas y caballos dejados por Don Pedro de Mendoza allá por 1536. Desde entonces no pararon de reproducirse y para la época del virreinato resultaron ser la principal riqueza de la zona. El cuero, el sebo y el tasajo (grasa salada que se usaba para alimentar a los esclavos de EEUU y Brasil) se exportaban a muy buen precio enriqueciendo a los estancieros de Buenos Aires. La capital disfrutaba del privilegio de tener el puerto y la Aduana, la principal fuente de recursos.


El litoral competía con Buenos Aires en la producción ganadera pero estaba en desventaja por que no tenía puertos habilitados al comercio internacional.

En el interior se fueron desarrollando pequeñas industrias y artesanías en las que se fabricaban vinos, licores y aguardientes (Mendoza y San Juan), ponchos y tejidos (Catamarca, La Rioja), carretas (Tucumán, Córdoba y Salta) yerba mate y tabaco (Corrientes y Misiones). Estas pequeñas industrias no podían competir con la gran industria inglesa. A estas regiones el sistema de monopolio les daba cierta protección.

La industria fue el sector de la economía americana menos favorecido por el gobierno de la metrópoli. Hay que tener en cuenta que América constituía el principal mercado consumidor de las manufacturas españolas y que por ello, tanto la corona como los propios fabricantes y comerciantes, estaban interesados en impedir el establecimiento de manufacturas en las colonias. 

A Cevallos lo sucedió el mexicano Juan José de Vértiz. Vértiz mandó a hacer el primer censo de la población de Buenos Aires en 1778. La ciudad tenía 24.754 habitantes y la campaña 12.925.

El nuevo virrey advirtió que Buenos Aires era una ciudad muy descuidada, mal iluminada y aburrida y decidió transformarla. Creo un sistema de alumbrado publico en base a mecheros alimentados a grasa de potro que luego fueron reemplazados por velas de sebo. Los faroles eran mantenidos por los serenos, que además anunciaban la hora. 

Vértiz hizo empedrar las calles. Se ocupó de la provisión del agua. Fundo un teatro de comedias, un hogar para chicos huérfanos (la casa de los Niños Expósitos) donde instaló una moderna imprenta, un hospital para mendigos, el Real Colegio de San Carlos (actual nacional Buenos Aires) organizó la policía y fundó varios pueblos en la provincia de Buenos Aires. 

Las diversiones del Buenos Aires de entonces no eran demasiadas. Convocaban por igual a ricos y pobres las corridas de toros. El pato, las riñas de gallo, las cinchadas y las carreras de caballo eran las diversiones de los suburbios orilleros a las que de tanto en tanto concurrían los habitantes del centro. Allí podían escucharse los "cielitos", que eran verdaderos alegatos cantados sobre la situación política y social de la época. Las damas también gustaban de las corridas de toros pero preferían el teatro, la Opera y las veladas, que eran reuniones literarias y musicales realizadas en las casas. Eran la ocasión ideal para conseguir novio.


En 1587, se produjo el primer desembarque de africanos esclavos en Buenos Aires. Las travesías del Atlántico eran terribles. Viajaban amontonados sin las más mínimas condiciones sanitarias, mal alimentados y sometidos a la brutalidad de los traficantes. Buenos Aires era una especie de centro distribuidor de esclavos. Desde aquí se los vendía y se los llevaba a los distintos puntos del virreinato. En Buenos Aires a los esclavos negros se los ocupaba sobre todo en las tareas domesticas como sirvientes en las casas de las familias más adineradas.


Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Mapa de 1816


Circuito comercial virreinal


Atlantización del comercio entre España y América


Mapa del Virreinato del Río de la Plata


Virreinato del Río de la Plata

El virreinato del Río de la Plata





El 1º de agosto de 1776 Carlos III, rey de España, creó el Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires en el marco de una serie de medidas destinadas a reorganizar el poder imperial. El antiguo gobernador de Buenos Aires, Pedro de Cevallos, fue nombrado virrey del Río de la Plata. El virreinato comprendía los territorios que hoy ocupan la República Oriental del Uruguay, la República del Paraguay, la República de Bolivia, la República Argentina y el Estado de Río Grande, que pertenece actualmente a la República de Brasil. La creación de este virreinato implicó un aumento de la población de Buenos Aires, la consolidación de la estructura urbana y una transformación de esta ciudad en un importante centro comercial entre las colonias y la metrópolis. A continuación, reproducimos un fragmento del libro Páginas argentinas ilustradas sobre una de las “reformas borbónicas”, que resultó clave para el desarrollo de esta región.
Fuente: Eizaguirre, José Manuel, Páginas argentinas ilustradas, Casa Editorial Maucci Hermano, 1907.

Las provincias españolas en esta parte del continente lindaron desde el primer día con las colonias que Portugal fomentaba en el Brasil. El debate primitivo sobre el mejor derecho a la conquista del Río de la Plata volvió así, en el andar del tiempo, a ser reanudado, traduciéndose en una constante lucha por la fijación de los límites territoriales.
Los portugueses invadían las tierras de las provincias argentinas, en la región de los ríos, en el interior del Paraguay y de la Audiencia de Charcas. Llegaron en uno de sus avances hasta edificar una fortaleza en la Colonia del Sacramento, en la Banda Oriental, frente a Buenos Aires, desde donde mantenían un activo comercio clandestino con los habitantes de las provincias argentinas.
Desalojados, volvieron siempre, sin que los gobernadores de Buenos Aires, dependientes del virreinato de Lima, pudieran obrar con la rapidez y los recursos necesarios.
La corona de España resolvió, en 1776, encomendar a don Pedro de Ceballos, teniente general de los Ejércitos de la monarquía, una expedición militar para contener a los portugueses y expulsarlos de los territorios que, fuera de toda discusión, pertenecían a las provincias del Río de la Plata.
Para darle mayor autoridad, el rey erigió el virreinato, con carácter de provisional, formándolo con las provincias del Río de la Plata, Paraguay, Tucumán, Mendoza, San Juan del Pico y el distrito de la Audiencia de Charcas.
La cédula real fue fechada en San Ildefonso el 1º de agosto 1776.
El virrey Ceballos, con un ejército aguerrido que trajo de España, arrojó a los portugueses de los puntos invadidos, destruyó el fuerte que habían construido en la Colonia del Sacramento, y desde Santa Catalina presentóle al rey la conveniencia de erigir definitivamente el virreinato.
El rey accedió y, por cédula de 27 de octubre de 1777, erigió definitivamente el virreinato del Río de la Plata, nombrando sucesor de Ceballos a don Juan José Vértiz.
El propósito fundamental de la corona de España era el de defender y amparar su territorio, en la desembocadura de los ríos, al Este, en el interior y al Norte, impidiendo que los portugueses continuaran sus avances en las regiones inexploradas del centro del continente.
Al virrey Ceballos le debieron las provincias del Virreinato muchos progresos en el orden administrativo, porque fue él quien propuso la creación de una Audiencia en Buenos Aires, y amplió el permiso de tránsito para las mercaderías en las provincias interiores, favoreciéndose al comercio general.
Complementando el propósito de descentralización que demostraba Ceballos, la corona de España dictó en 1782, la real orden de erección de Intendencias, por la que se dividía el territorio del Virreinato, en ocho intendencias:

* BUENOS AIRES, que comprendía el obispado del mismo nombre, con Montevideo, Santa Fe, Corrientes y Misiones.
* PARAGUAY, comprendiendo todo el territorio de su obispado.
*TUCUMÁN, que comprendía todas las provincias del centro argentino, cada una como subdelegación.
* MENDOZA, que comprendía la provincia de Cuyo, fundada por la capitanía general de Chile.
* SANTA CRUZ DE LA SIERRA, con su capital en Cochabamba.
* LA PAZ, con todo el distrito de su obispado, y las provincias de Lampa, Carabaya y Azángano.
* LA PLATA, con el territorio del arzobispado de Charcas.
* POTOSÍ, con el territorio de las provincias de Porco, Chayanta, Atacama, Lípez, Chichas y Tarija.

Por cédula real de 1783, se ordenó que los Intendentes se llamaran Gobernadores-Intendentes, y se agregaron al Virreinato las gobernaciones militares de Mojos y Chiquitos. En 1784, se creó otra Intendencia en la provincia de Callao, con su capital en la villa de Puno.
Así abarcaba el Virreinato una extensión mayor a la cuarta parte de todo el continente, con las regiones más ricas y el sistema fluvial más poderoso.
La guerra con Portugal terminó por el tratado preliminar de límites, firmado en 1777.
En el artículo 15 de ese tratado, se decía: “Para que se determinen con la mayor exactitud los límites insinuados en los artículos de este tratado y se especifiquen sin que haya la menor duda en lo futuro, se nombrarán comisario por sus majestades Católica y Fidelísima, o se dará facultad a los gobernadores de las Provincias para que ellos, o las personas que eligieren, las cuales sean de conocida probidad, inteligencia y conocimiento del país, juntándose en los parajes de la demarcación, señalen dichos puntos, otorgando los instrumentos correspondientes y formando mapa puntual de toda la frontera que se conociere”.
El virrey Ceballos, cuando acusó recibo de la cédula real que transcribía el tratado, habló de las dificultades con que se tropezaría en la demarcación, y dio su opinión en una forma que precisaba el estado de estos pueblos:
“Los parajes -decía- no solamente distan muchísimas leguas de los pocos gobiernos que puedan mirar aquellos puntos en calidad de fronteras, sino que la mayor parte de ellos no reconocen gobiernos a que puedan pertenecer y mucho menos personas de conocimiento práctico ni aun especulativo de aquellos bosques, montes, ríos y cordilleras; de suerte que, a excepción de los gobernadores de Montevideo, por lo que hace al distrito de Río Grande, los del Paraguay con respecto a los valles en que están situados los pueblos de Misiones y con alguna tal cual idea, aunque confusa, los de Chiquitos y Mojos, en pasando el Itenes, ríos de la Madera y Amazonas, no se conocen ni están erigidos gobiernos algunos españoles a la parte del 0. E. en todo el vastísimo terreno de más de mil leguas hasta el Orinoco y último término de la referida línea. (1)
Por esa ignorancia en que permanecieron todos los gobiernos y que aprovecharon los portugueses en sus invasiones, el Virreinato del Río de la Plata perdió gran parte de su primitivo territorio.
La población no estaba tampoco en armonía con la enorme extensión del país, pues en esos años, (1778) la Intendencia de Buenos Aires tenía solamente, según el censo que se levantó, 37.679 habitantes, y no era de las menos pobladas.
Se dio comienzo a la demarcación durante el gobierno del marqués de Loreto, que fue el tercer virrey.
Durante la administración del virrey Vértiz, se sublevó, en el Alto Perú, Túpac Amaru y arrastró a casi todos los indios peruanos. Vencido, sufrió un horrible castigo: los jueces le condenaron a presenciar el suplicio de todos los miembros de su familia, y después de cortarle la lengua, fue atado a cuatro potros y descuartizado.
Este acto salvaje mereció la condenación de todos los americanos.
El virrey Vértiz fue el primer funcionario de la colonia que tuvo iniciativas en el sentido del progreso moral y material de las provincias argentinas.
Extendió las fronteras y combatió contra los indígenas que habían empezado a invadir las estancias en la provincia de Buenos Aires para robar ganados.
Esas invasiones se llamaban "malones» y coincidieron en varias épocas con el aprovechamiento comercial de los productos de la ganadería que se hacía por el puerto de Buenos Aires, y también con los contratos que formalizaban los gobiernos de Chile, para comprar ganados a los indios.
Desde 1777 a 1810, el virreinato tuvo once Virreyes. El último fue don Baltasar Hidalgo de Cisneros.

(1) - Transcripción en el alegato del Gob. de Bolivia en el juicio arbitral de fronteras con el Perú. Pág. 129 y en los anexos citados en el mismo.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

miércoles, 4 de mayo de 2016

Las causas del "descubrimiento" de América

Se dice que varias son las causas del "descubrimiento" de América, pero las más importantes:
1. La extensión del comercio europeo con Oriente.
2. El ejemplo de las Cruzadas que habían sido viajes, no sólo de conquistas, sino también de exploración.
3. El móvil religioso -imperante siempre en estos casos- de conquistar no solamente territorios, sino almas también.
4. El deseo de encontrar un nuevo camino, tal vez más corto o menos peligroso -por aquello de la piratería- para ir a las Indias, país de preciosas y finas mercaderías.
5. El móvil aventurero, la sed de conquistas y la búsqueda de oro.

Entre 1400 y 1600, los europeos realizaron notables descubrimientos geográficos que habrían de cambiar la historia del mundo. Sin duda, el más importante de todos ellos fue el “Descubrimiento de América”, ocurrido en 1492, cuando Cristóbal Colón llegó a una pequeña isla americana ubicada en el mar Caribe. Si América estaba poblada al momento de la llegada de los españoles, ¿Colón "descubrió" América? 
Este hecho, considerado por los historiadores como el “Encuentro de dos mundos”, no fue obra de la casualidad ya que muchas cosas influyeron para que sucediera.

Las consecuencias del "descubrimiento" de América

Existen muchas consecuencias unas negativas y otras positivas:

Negativas:

1.- Nos robaron las riquezas
2.-Violaron a nuestras mujeres
3.- Mataron a nuestros hombre
4.- Los obligaron a ser católicos
5.-Explotaron nuestros recursos naturales, tales como el oro
6.- Desplazaron a nuestro indígenas
7.-Trajeron como esclavos a los negros y esclavizaron a nuestros indígenas
8.-Devastaron nuestro paisaje

Positivas:

1.- Nos trajeron alimentos nuevos
2.- Nos trajeron otra cultura y otros idiomas
3.- Se descubrió un nuevo mundo que le dio una nueva visión al futuro del planeta.
4.- Se fusionaron dos culturas diferentes

Breve historia de los pueblos aborígenes en la Argentina


La historia de los pueblos originarios ha sido callada durante mucho tiempo. Y quienes escribieron sobre ella a menudo fue gente que la tergiversó para justificar el ataque o la discriminación. Así, se pintó a los aborígenes como salvajes, sanguinarios, malvados o tontos; de esta manera la gente podía creer que estaba bien sacarles la tierra, esclavizarlos o matarlos. O que era correcto y natural obligarlos a vivir de una forma contraria a sus costumbres y deseos.
Esta historia son muchas historias. A partir de ellas podrá entenderse no sólo qué pasó con cada pueblo originario, sino en general con la Argentina y su gente.
Pueden ser difíciles de reconstruir, porque a veces la memoria se perdió o fue escondida, o no se han encontrado todavía registros y datos suficientes. Pero otras veces, los relatos transmitidos de padres a hijos o la investigación nos ayudan a conocerlas.
Cada una de ellas merece un espacio mucho mayor que estas páginas. Por eso, aspiramos a que cada pueblo originario, con el conocimiento que haya reunido, pueda contar en el futuro su propia historia. Aquí sólo trataremos de mostrar, muy brevemente, el marco general y algunos aspectos importantes.

Los aborígenes como imagen de peligro

Muchas personas sólo conocen una imagen deformada de los aborígenes. En gran medida, esta se transmite a través de los libros de historia o los medios de comunicación. Así sucede con las películas donde aparecen los indios como una amenaza, un peligro a ser controlado, no como gente respetable, con su forma de vivir y pensar, sus derechos y sentimientos.

La conquista española

Territorios indígenas a mediados del siglo XVI

Los españoles llegaron al actual territorio argentino por distintos lugares: deseaban conquistar la tierra, extraer riquezas, y para ello debían dominar y hacer trabajar a sus habitantes.
Por eso es que hubo mucha resistencia a los conquistadores: ellos no pretendían convivir en paz e igualdad con los pueblos que aquí vivían desde hacía casi diez mil años.
Algunos que vivían en los lugares donde se fundaron las nuevas ciudades o asentamientos, resultaron conquistados y frecuentemente exterminados. Otros debieron retirarse a zonas más alejadas o de difícil acceso, y mantuvieron una guerra de resistencia a la conquista que incluso continuó después de la caída del dominio español en América. Por último, otros pueblos más alejados no tuvieron casi contacto con los españoles (este es el caso de los ona y yagán, en Tierra del Fuego).
El resultado de la conquista fue una gran mortandad entre los aborígenes. Las causas principales fueron las guerras, el agotamiento y desnutrición en el trabajo forzado, y las enfermedades contagiadas por los españoles.

La encomienda

Los reyes de España otorgaban a cada colonizador que se destacaba en la conquista una porción de territorio americano, junto con los aborígenes que allí vivían. Debían trabajar en su provecho, a menudo prácticamente como esclavos, aunque supuestamente la encomienda implicaba que el encomendero debía “protegerlos”, además de convertirlos a la religión católica. Esta organización se dio en algunos sectores de la Argentina, como en el Noroeste y parte de Cuyo.

El territorio español en la época colonial

Hasta fines del período colonial, la mayor parte del territorio argentino actual era ajeno al dominio español.
Es necesario aclarar un engaño que los mapas producen. Estos suelen mostrar que los españoles poseían un territorio grande. Pero lo que no nos permite saber el diseño de esos mapas es que en una parte muy importante de este territorio los españoles no poseían un dominio real. Durante muchos años ellos sólo tuvieron enclaves, áreas pequeñas o ciudades fortificadas, y en el resto del territorio que los rodeaba disputaban el control con grupos aborígenes.

Las misiones

Pero los españoles no solamente les hicieron la guerra a los aborígenes. Entre ellos había muchas discusiones y diferentes opiniones sobre cómo tratarlos. Así, surgieron también organizaciones que, si bien tenían como objetivo colonizarlos y a menudo colaboraron con este fin, también propiciaron experiencias de integración pacífica.
Las misiones eran establecimientos de órdenes religiosas de la Iglesia Católica, cuyo objetivo fundamental era evangelizar a los pueblos originarios, es decir convertirlos al cristianismo. Además, en ellas se procuraba agrupar a los aborígenes en un sitio fijo, educarlos en los conocimientos de los europeos, y acostumbrarlos a la disciplina y técnicas del trabajo occidental.
Esta acción educativa y disciplinaria de las misiones tuvo un doble papel: por un lado, la colaboración en algunos aspectos con los objetivos de la conquista; por el otro, la parcial protección a los pueblos originarios respecto de la violencia militar típica de los conquistadores. Las misiones, entonces, mitigaron la voracidad de quienes sólo querían esclavizarlos, sin que les importaran sus vidas. Sin embargo, también ellas se beneficiaban del trabajo aborigen, y en muchos casos contribuyeron a sujetar por la vía pacífica a aquellos grupos no sometidos por la fuerza militar.
Como una consecuencia menos inmediata de su paso por las misiones, la experiencia de los aborígenes en las mismas produjo importantes transformaciones culturales entre algunos grupos. Muchas lenguas americanas fueron volcadas a la palabra escrita, y se compusieron varios diccionarios y catecismos en idiomas originarios, cuya finalidad era facilitar la evangelización.

El período independentista

A principios del siglo XIX, hacia la época de la independencia, la mayor parte del actual territorio argentino estaba en manos de grupos aborígenes. En lo que hoy es Chaco, Formosa, Misiones, la mayor parte de la provincia de Buenos Aires y Mendoza, La Pampa, San Luis y toda el área de la Patagonia, vivían sociedades aborígenes que se habían configurado paralelamente al proceso de colonización.
Al igual que cualquier pueblo, estos grupos no se habían mantenido idénticos. Por el contrario, algunos habían tenido cambios muy importantes en su organización social, cultura y economía. Había seminómadas y sedentarios, pastores y agricultores, recolectores y cazadores. Muchos de ellos, además, practicaban la ganadería a gran escala, comerciaban entre sí y con los criollos y participaban en las guerras internas y externas que se libraban en el país.
Sin embargo, en general trataban de preservar su autonomía frente a los criollos y sus gobiernos. Habiendo sido perseguidos durante siglos, debían cuidarse de los blancos. Algunos, como los mapuche, rankulche y tehuelche poseían mucha habilidad para el manejo del caballo, que era una de las principales armas en la guerra (al igual que para los blancos). Esto, sumado a su conocimiento del terreno y el manejo del espacio, les daba una gran capacidad de movimiento y los hacía más difíciles de atacar. Así, el poder de algunos pueblos indígenas les permitía controlar su territorio, sin que los criollos se atrevieran a dominarlos.

La integración de los aborígenes a la Nación Argentina

Desde la etapa de la independencia se habían escuchado voces que, con distinto énfasis, abogaban por el reconocimiento de los pueblos indígenas.
Pero aunque la Asamblea del año 1813 había abolido el tributo, la encomienda y otras cargas que pesaban sobre los aborígenes, entre quienes gobernaban no había una única opinión respecto del papel que a estos les cabía en el proyecto nacional. A lo largo del siglo, muchos consideraron que no debían ser incorporados como ciudadanos, sino que eran sólo un enemigo, un estorbo al que había que expulsar o matar. Otros -los menos- creyeron que era mejor y posible que los pueblos aborígenes tuvieran su lugar en la sociedad argentina y se integraran en pie de igualdad con los criollos. Entre las personas que propugnaban diferentes formas de integración de los aborígenes en el Estado argentino se encontraban, por ejemplo, Castelli, Belgrano, San Martín, Artigas y el coronel Pedro Andrés García. Aunque su visión del papel que los indígenas debían cumplir en el proyecto independentista estaba preñada de contradicciones, muchas propuestas eran novedosas: incluían desde la eliminación de las cargas coloniales y la realización de tratados duraderos, hasta la alianza político-militar y la instauración de una monarquía que restituyera la dinastía incaica como gobierno legítimo de las Provincias Unidas del Sur y el Alto Perú.
Por su parte, los pueblos aborígenes que estaban más en contacto con los criollos no mostraban voluntad de hacer la guerra sino cuando percibían que el gobierno no tenía intención de respetar los tratados o continuaba planes de exterminio u ocupación de su territorio. También era muy común que los gobiernos firmaran acuerdos de paz con algunos grupos cuando no tenían suficiente poder militar, y los rompieran apenas recuperaban su capacidad de ataque. En esta época, entonces, entre aborígenes y criollos había una mezcla de guerra permanente y paz precaria.
La actitud del hombre fuerte de Buenos Aires en el período de las guerras civiles e interprovinciales hacia el segundo cuarto de siglo, Juan Manuel de Rosas, es un ejemplo de esta conducta ambivalente.
Por un lado, sobre la base de su relación personal con algunos líderes y el prestigio que entre los aborígenes despertaba su figura, tejió pactos de amistad con varios grupos pampeanos. Sin embargo, fue también responsable de algunos de los episodios más trágicos que los tuvieron como víctimas. Entre estos cabe destacar la realización de la primera Campaña al Desierto, en 1833.
En esta vasta expedición militar, destinada a correr hacia el sur a los pueblos de las áreas pampeana, cuyana y patagónica, murieron miles de aborígenes. Realizada después de varios años de hostigamiento, es el primer paso firme en la estrategia oficial que desde entonces parece haber primado con respecto a los aborígenes: la guerra ofensiva, el exterminio. Años más tarde, el general Julio Argentino Roca evocará este antecedente para justificar su proyecto de conquista, que se consumaría con la llamada Conquista del Desierto:
A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del Río Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por Rosas, que casi concluyó con ellos...”

La consolidación del Estado argentino

Durante el siglo XIX se habían fortalecido numerosos grupos aborígenes, y había en la Argentina dos áreas muy grandes, que constituían territorio indígena libre. Una de ellas abarcaba desde la mitad de la provincia de Buenos Aires hasta Tierra del Fuego, y en algunas partes llegaba desde el Atlántico hasta el Pacífico (en lo que hoy es Chile), incluyendo la Cordillera de los Andes. La otra incluía las actuales provincias del Chaco, Formosa y parte de Salta
En la segunda mitad del siglo XIX el gobierno argentino, impulsado por los grandes propietarios de tierras, comenzó a hostigar cada vez con mayor fuerza a los pueblos que allí vivían. El objetivo principal era ocupar sus tierras para usarlas en la ganadería. Finalmente triunfaron las ideas de aquellos que pensaban que era mejor expulsar o exterminar a los aborígenes. Lo que no habían realizado los españoles, lo hace el Estado nacional argentino: conquistar los territorios indígenas libres.

El malón

Es muy común hallar en los libros de historia y en la literatura argentina descripciones de los malones como matanzas crueles y sin sentido, llevadas a cabo por los aborígenes contra criollos indefensos. Pero el malón no era diferente, en cuanto a la violencia utilizada, de las “entradas” o “malocas”, los ataques de exterminio y robo que desde la época colonial llevaban a cabo criollos o españoles contra asentamientos aborígenes.
Veamos por qué los aborígenes consideraban que era legítimo sacar ganado del territorio que ocupaban los blancos. En la segunda mitad del siglo XIX, el coronel Lucio V. Mansilla relata el siguiente diálogo con un importante jefe aborigen, Mariano Rosas, en su libro Una excursión a los indios ranqueles:
“Me preguntó que con qué derecho habíamos ocupado el Río Quinto; dijo que esas tierras habían sido siempre de los indios (...); agregó que no contentos con eso todavía los cristianos querían acopiar (fue la palabra de que se valió) más tierra. (...)
‘Yo les pregunto a ustedes, ¿con qué derecho nos invaden para acopiar ganados?’
‘No es lo mismo –me interrumpieron varios–, nosotros no sabemos trabajar; nadie nos ha enseñado a hacerlo como a los cristianos, somos pobres, tenemos que ir a malón para vivir.’
‘Pero ustedes roban lo ajeno –les dije–, porque las vacas los caballos, las yeguas, las ovejas que se traen no son de ustedes.’
‘Y ustedes los cristianos –me contestaron– nos roban la tierra.’”

La “Conquista del Desierto” o el “Gran Malón Blanco”

En el área de la llanura pampeana y la Patagonia habitaban grupos que tenían numerosos contactos con los criollos, pero mantenían su libertad: eran los rankulche, pehuenche, tehuelche y mapuche. Los mapuche, incluso, habitaban hasta la costa del Pacífico en lo que hoy es territorio chileno.
Aunque mantenían rivalidades entre sí, estos pueblos habían llegado a organizarse en confederaciones, con jefes y ejércitos, y su comercio con los blancos era muy importante. Tenían gran poder y riqueza, y entre ellos vivían numerosos criollos que habían preferido integrarse con ellos y no con los “cristianos”. Algunas costumbres en parte se habían asimilado a las de estos últimos, y ciertos aborígenes solían usar las mismas ropas y herramientas y consumían las mismas mercaderías que los criollos. Había varios que hablaban perfectamente el castellano o dormían en camas. Los líderes más importantes, como Calfucurá, de la Confederación de Salinas Grandes, o Sayhueque, jefe de los mapuche del “País de las Manzanas”, en el actual Neuquén, tenían secretarios, escribientes y sellos con su firma, o a veces instalaciones ganaderas similares a las de las estancias de los blancos. También recibían diarios y mantenían correspondencia con el Presidente.
Muchas personalidades políticas e intelectuales de la época aún consideraban posible la integración de estos grupos por la vía pacífica y la negociación de diferencias políticas; los mismos aborígenes a menudo planteaban su deseo de acordar formas de convivencia, incluso al precio de resignar parte de sus tierras y autonomía.
Un hecho central que amparaba y obligaba a la realización de estos esfuerzos es que la propia Constitución Argentina de 1853, al reconocer como legítimos los pactos preexistentes, reconoció también los tratados anteriores realizados con los pueblos indígenas.
Pero las extensas tierras de los pueblos indígenas, algunas de las mejores del país, eran acechadas por los estancieros de Buenos Aires, que tenían gran poder político y control ideológico sobre el aparato militar.
Luego de lograr la sanción de leyes favorables en el Congreso, en 1879 el general J. A. Roca realiza la mayor campaña militar, trasponiendo las fronteras con los aborígenes para conquistar los territorios del centro y sur del país. Esta se efectúa después de varios años de un sostenido hostigamiento, y se continuará con dos campañas más entre 1881 y 1884.
El ejército nacional contaba con muchos soldados y el armamento más moderno de la época y fue financiado por los estancieros de Buenos Aires, quienes adelantaron dinero a cambio de la propiedad futura de la mayor parte de las tierras que serían conquistadas.
Aunque hacía unos años que los indígenas venían siendo hostigados y atacados, la Campaña del Desierto fue encarada prácticamente como una guerra de exterminio. Los pueblos atacados se defendieron con desesperación, pero el ejército mató a mucha gente, generalmente indefensa, y tomó una gran cantidad de prisioneros. A estos se los encarceló, se los “entregó” como sirvientes y trabajadores forzados, o se los expulsó a terrenos estériles. Muchos lograron escapar y se mezclaron con poblaciones criollas, o viajaron errantes hasta que cesaron las persecuciones. Esto es lo que los militares y terratenientes argentinos llamaron “Conquista del Desierto” y los pueblos aborígenes “Gran Malón Blanco”.
Los territorios que habían ocupado se transformaron en tierras fiscales (del Estado) o fueron entregados a estancieros, jefes militares y soldados. Con el correr de los años, las propiedades chicas son vendidas a muy bajo precio a especuladores, hasta que unos pocos propietarios acumulan las tierras que habían pertenecido a algunos de los más importantes pueblos aborígenes de la Argentina. Este es el origen de las grandes estancias de la Patagonia y de muchas de las de la llanura pampeana. Gran parte de estos territorios han quedado abandonados hasta el día de hoy.

El proceso civilizatorio

En el último cuarto del siglo XVIII, el concepto hegemónico de Estado-nación se articulaba sobre ciertas premisas que terminaron por definir como una política de Estado en la Argentina el ataque a los indígenas.
Estas premisas, incluidas en lo que se entendía como el valor más alto que guiaba la acción del Estado –la civilización– indicaban por ejemplo que:
  • No podía haber territorios fuera del dominio del Estado, ya que el Estado nacional era la forma más alta de organización social. El Estado necesitaba incorporar dichos territorios para desarrollar el propio, y para evitar que estas sociedades consideradas “inferiores” amenazaran con provocar su disolución.
  • También era necesario, desde esta óptica, incorporar esas tierras para alcanzar el progreso. El progreso significaba fundamentalmente consolidar una economía de tipo capitalista integrada con el mercado mundial, y establecer un orden social que favoreciera el incremento indefinido de la producción y consumo de mercaderías. También suponía generalizar los valores culturales de las elites ilustradas europeas, vinculadas a los mismos sectores que desde las potencias de Europa del norte controlaban la economía occidental, incluida la americana. El progreso debía también eliminar formas de vida social consideradas “primitivas”, es decir todas aquellas que se organizaran sobre bases económicas y culturales distintas de las europeas.
La fuerte influencia de estas ideas dio como resultado que se instalara en nuestro país entre los grupos de poder el imperativo de homogeneizar las diferencias culturales en el seno de la población argentina, sobre la base del modelo de ciudadano “civilizado”: blanco, europeo, cristiano, hábil para la agricultura intensiva y el trabajo industrial.

Un “desierto” muy codiciado

Los criollos y militares argentinos llamaban “desierto” al territorio indígena de la llanura pampeana y la Patagonia. Sin embargo, esta área estaba poblada, y tenía tierras fértiles, cuyas pasturas eran capaces de alimentar gran cantidad de ganado.
Esta contradicción es evidente en el nombre “Conquista del Desierto” dado a las campañas militares: a un verdadero desierto no es necesario conquistarlo, ya que no hay nadie que viva en él.
Por eso, usar la palabra desierto encerraba una gran falsedad, pero no una mentira inocente. Era más bien un modo de justificar la conquista desde el punto de vista humanitario, con el simple trámite de negar la existencia de sus pobladores. Quedó así la argumentación paradójica de la necesidad de conquistar un territorio vacío.

Fronteras, civilización y barbarie

Entre 1853 y 1880 se dictan trece leyes vinculadas a los pueblos indígenas y las fronteras. Estas plasman un modelo de país que tiene como principal proyecto el avance territorial. La expansión sobre el área indígena comienza a argumentarse como legítima marcando a los pueblos aborígenes como sociedades inferiores que retardan y amenazan el camino de progreso imaginado para la nación. Por eso, en el discurso de la época, la frontera es imaginada como la línea o franja que divide la civilización de la barbarie, y se argumenta que es una misión de Estado desplazarla hasta que el territorio nacional sólo limite con el de otros Estados nacionales “civilizados”. Así, el presidente Roca, luego de concretada la expedición al Chaco en 1885, afirma: “Quedan levantadas desde hoy las barreras absurdas que la barbarie nos oponía al norte como al Sud en nuestro propio territorio, y cuando se hable de fronteras en adelante se entenderá que nos referimos a las líneas que nos dividen de las Naciones vecinas, y no las que han sido entre nosotros sinónimos de sangre, de duelo, de inseguridad y de descrédito” (citado en Tratamiento de la cuestión indígena, Dirección de Información Parlamentaria, 1991).

La Campaña al Chaco

Paralelamente a estos hechos, se había desatado un plan militar muy parecido contra los grupos indígenas del área denominada Gran Chaco (actuales provincias del Chaco y Formosa). Desde 1870, luego de la guerra contra el Paraguay, comienzan a realizarse expediciones militares hacia la región chaqueña para debilitar a los pueblos originarios que resistían allí desde hacía siglos. Algunos, como los toba y wichí, habían comenzado a trabajar en obrajes madereros de los blancos, siguiendo un plan de “pacificación” (eufemismo por colonización) que no dio resultado. Los aborígenes veían que el objetivo era su sometimiento, y resistían a los destacamentos militares.
Así el gobierno comenzó a enviar, uno tras otro, ejércitos para desgastar a los grupos más fuertes.
Las expediciones son evitadas o rechazadas a veces, por la lucha de los pueblos o por las dificultades de la propia naturaleza. El monte espeso, las inundaciones, los bichos y alimañas venenosas provocan que los invasores se pierdan, se agoten, y a veces se retiren. La existencia de estos obstáculos no implica, sin embargo, que las tierras aborígenes fueran estériles. Por el contrario, gran parte de ellas ofrecían muy buenas posibilidades para la agricultura y la ganadería, y había en ellas importantes riquezas, como la madera. Los aborígenes, mientras tanto, vivían de la pesca en ríos y esteros, de la caza, y de la recolección de vegetales o productos naturales como la miel. El resultado final de las siete incursiones del ejército fue una grave mortandad entre los aborígenes.
En 1884 el ministro de Guerra, general Victorica, organiza la campaña más grande, que incluye buques de guerra que se cuelan por los ríos de la región chaqueña. Aunque no se logra consumar la conquista, a partir de allí se abre paso a un dominio militar del gobierno nacional que lentamente va sometiendo a los aborígenes que aún luchan. Finalmente, en 1899 se realiza otra ofensiva que termina de desbaratar la resistencia, quedando sólo algunos reductos que serán eliminados recién a principios del siglo xx.

La Puna a fines del siglo XIX: resistencia, derrota y despojo

“Durante el siglo XIX –afirma Martínez Sarasola– el Noroeste también es testigo de la lucha por la tierra. Los flamantes estados provinciales y sus oligarquías nacientes procuran obtener las otrora posesiones indígenas, que en muchos casos permanecen en situaciones legales confusas, herencia de la época colonial.”
Según ese mismo autor, la introducción del sistema capitalista, los organismos provinciales de reciente creación y la aplicación de impuestos afectaron profundamente a comunidades enteras que vivían en las tierras codiciadas. Sin embargo, en 1872 los indígenas recuperaron parte de su territorio, ya que el gobierno de Jujuy declaró fiscales las tierras de Casabindo y Cochinoca, hasta ese momento en manos de terratenientes.
Estas circunstancias contribuyeron al fortalecimiento de las comunidades de la Puna, con el respaldo de grupos indígenas de Bolivia. De modo que para 1874 casi la mitad del territorio provincial estaba bajo el dominio indígena. Los terratenientes no toleraron ese avance y depusieron al gobernador Sánchez de Bustamante, que había considerado los derechos de las comunidades. Finalmente, en la batalla de Quera los indígenas fueron vencidos y muchos de ellos muertos o encarcelados.

Siglo XX, la conquista del trabajo. Ingenios, plantaciones, obrajes, estancias

Luego del sometimiento militar de los principales grupos con capacidad de mantener una resistencia armada, el siglo XX se caracteriza por la incorporación compulsiva de los aborígenes como mano de obra a distintos sectores de la economía. Esto incluso había sido uno de los objetivos centrales de las campañas militares. En el norte del país, especialmente, obrajes madereros, ingenios azucareros y plantaciones de algodón fueron instalados en tierras que eran de los aborígenes. También usaron la mano de obra indígena en condiciones de superexplotación para enriquecerse económicamente.
Las compañías de este tipo eran como pequeños países o grandes cárceles de las cuales no se podía salir sin permiso, y donde las condiciones de trabajo eran denigrantes. Generalmente los aborígenes no recibían salario, sino vales que sólo podían utilizar para comprar a precio altísimo, en el almacén de la propia compañía, las cosas que necesitaban para sobrevivir. Lo más frecuente era que los vales no alcanzaran para obtener las cosas básicas, y terminaban endeudándose con la compañía para poder vivir. Así, finalmente, la compañía podía obligarlos a trabajar para pagar su deuda, y al hacerlo seguían endeudándose cada vez más, acrecentando su dependencia.
En el sur, las comunidades habían sido disgregadas y las familias divididas y esparcidas en distintos puntos del país. Muchos habían muerto, otros fueron llevados a Buenos Aires donde eran encarcelados o repartidos como esclavos domésticos, entregados para trabajar en beneficio de algún estanciero, o enrolados en el ejército y la marina. Algunos pudieron volver a su tierra, pero la situación había cambiado. Había pueblos, ciudades, estancias, gente extraña. Ya no se podía cazar como antes, ni instalarse libremente en el campo. El único destino que se les permitió fue trabajar como peones de estancia en condiciones de sometimiento, o subsistir en los territorios yermos donde habían quedado confinados.

Fuente: Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología

Los mapas

Los mapas

Los viajes de descubrimiento que cobraron gran impulso durante el siglo XV se basaron en los conocimientos acumulados por grupos o individuos desde tiempos inmemoriales. Muchos aportaron su granito de arena: desde los filósofos griegos hasta los comerciantes medievales, pasando por los geógrafos de Alejandría, los romanos conquistadores y los viajeros de todas las épocas.
Cada uno imaginó el mundo a su modo. Los egipcios decían que la Tierra era un huevo sostenido por una serpiente que le daba calor. Los griegos,  desde el siglo V antes de Cristo, sostenían que la Tierra era un globo. 
Cada pueblo con sus ideas sintió la necesidad de representar la superficie terrestre a través de ilustraciones y mapas. A medida que se producían nuevos descubrimientos se iban dibujando nuevos mapas.
Estos mapas antiguos que se ven a continuación muestran cómo se imaginaban la superficie terrestre en otros tiempos.

Mapa

Carta Universal de Juan de la Cosa, segunda mitad del siglo XV.


Mapa

Mapa de Toscanelli, segunda mitad del siglo XV.


Mapa

Mapa de Alberto Cantino fechado en 1502.

Mapa

Mapa de Abraham Ortelius, segunda mitad del siglo XVI.














Qué pasaba en América antes de la llegada Colón



Los viajes de Cristóbal Colón pusieron en contacto a las culturas que habitaban el continente americano con la cultura europea. Hasta ese momento, estas culturas se habían desarrollado en forma aislada, sin siquiera sospechar su existencia mutua.

El territorio hoy conocido como América era habitado por una gran cantidad de pueblos. Algunos, como los mayas, aztecas e incas, habían llegado a constituir grandes imperios. Los mayas, por ejemplo, desarrollaron cálculos para medir con exactitud el tiempo y los movimientos de los planetas. También manejaban un sistema de escritura. Los incas, por su parte, construyeron una impresionante red de caminos y carreteras en Los Andes, que comunicaban con rapidez los diferentes puntos del imperio.

Además de los grandes imperios existían muchísimos pueblos con otro tipo de organización social. Vivían en aldeas o poblados y practicaban la recolección de frutos silvestres, la caza o la pesca.

Cómo guardaban sus memorias

Los hombres que habitaban el territorio americano guardaban la memoria de sus pueblos de diversos modos:


Los aztecas


Los aztecas, utilizaban códices (libros) para guardar sus recuerdos escritos. Los historiadores los estudiaron para conocer en detalle muchos aspectos de la vida de esta civilización.

Los códices eran realizados por los sacerdotes y solamente ellos tenían acceso a estos libros. Sin embargo hay muy poca información sobre los autores. De hecho no se sabe si pintaban en los templos o lo hacían en sus casas. Las crónicas hablan de que existían grandes depósitos de libros, donde se guardaban los documentos del imperio.

Como nadie excepto los sacerdotes tenían accesos a los códices, los reyes y nobles indígenas consultaban a los sabios acerca del contenido de los libros pintados. 

Los primeros sacerdotes católicos que llegaron a América sospechaban que los dibujos que aparecían en los códices encerraban supersticiones. Por eso ordenaron quemarlos. Después, muchos españoles curiosos por conocer los secretos que encerraban los códices se lamentaron de que los hubieran destruido de ese modo.


*  Los incas


Habían desarrollado un sistema de control de las cuentas del Estado a través de los quipus (del quechua khipu). 

Los quipus eran cordeles, que solían estar hechos de algodón o lana a base de pelo de llama o alpaca, estos se coloreaban y se anudaban. Una vez hecho los hilos se codificaban en valores numéricos siguiendo un sistema posicional de base decimal. Esta herramienta permitía llevar registros y la contabilidad. Por ejemplo, con un quipu se podía conocer cuántos granos de maíz se almacenaban, cuántos soldados había en el imperio, cuántas personas nacían o morían. Había un funcionario encargado de descifrar estos mensajes que se llamaba quipucamayor.

Si bien estos pueblos no tuvieron una cultura escrita, su historia se narra a través de los objetos encontrados en excavaciones arqueológicas, como los tejidos en telares, que permiten conocer algunos secretos de estas culturas.

La Conquista (en palabras de algunos españoles de la época, por eso el vocabulario))

«Aquellos indios se llegaron a la barca, y la gente della, cristiana, salió en tierra; comenzáronles a comprar los arcos y flechas y las otras armas, porque el Almirante así lo había ordenado; vendidos los arcos, no quisieron dar más, antes se aparejaron para arremeter a los cristianos y prenderlos, sospechando, por ventura, que de industria los cristianos les compraban las armas para después dar en ellos. Viéndolos venir denodados, los españoles, que pocos desean ser mártires, que no dormían, dan con ímpetu en ellos, y alcanzó uno dellos a un indio una gran cuchillada (...). Y esta fue la primera pelea que hobo en todas las Indias, y donde hobo derramada sangre de indios, y es de creer que murió el de la saetada, y aun el de las nalgas desgarradas no quedaría muy sano.» 

Tomado de: Fray Bartolomé de las Casas.
Historia de las Indias.

«Los heridos no sabían qué hazer para curarse, sino dar gemidos de dolor de las llagas, que hombre huvo entre ellos que entre él y su cavallo tenían veinte y tres heridas, dellas grandes y dellas chicas. Proveyóles Dios en esta necessidad, que entre otros indios vieron venir a uno cargado con una petaca lleva de velas de sevo y ellos mismos lo derritieron en dos cascos de hierro que sus amos acertaron a llevar, y truxeron del estiércol del ganado de aquella tierra (...) y hecho polvo lo mezclavaban con el sevo, y assí caliente, cuanto se podía çufrir, lo echavan en las heridas y las llenavan, por hondas que estuviessen, y con lo mismo curaron sus cavallos [...].» 

Tomado de: Garcilaso de la Vega, Historia General del Perú.

«Estos Querandís son tan ligeros, que alcanzan un venado por pies, pelean con arcos y flechas, y con unas pelotas de piedra, redondas (...) y tan grandes como el puño, con una cuerda atada que las guía, las cuales tiran tan certero, que no hierran a cosa que tiran.» 

Fragmento de una carta escrita el 10 de julio de 1528 por Luis Ramírez, 
soldado de la expedición de Gaboto al Río de la Plata. 
El original está en la Biblioteca del Escorial.