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sábado, 22 de octubre de 2016

LA ECONOMÍA EN LOS TIEMPOS DE ROSAS

            Durante el régimen rosista, a pesar de los bloqueos y la guerra, prosperaron los negocios: el comercio continuó creciendo, el volumen de las exportaciones de carne, cuero y sebo aumentó, y un nuevo rubro cobró importancia: la lana.
            La economía del país —basada en la industria ganadera y en una incipiente agricultura — favoreció a Buenos Aires, cuya relativa prosperidad se basaba en dos factores esenciales: el cierre de los ríos Paraná y Uruguay a la navegación extranjera (medida que favoreció al puerto único a donde iban a parar todos los productos), y el estrago del litoral y del interior causado por las guerras civiles de las que fueron escenario. La economía proteccionista de Rosas sólo consiguió amparar a Buenos Aires y, en algunos casos, al litoral.
            Las décadas del ‘30 y el ‘40 fueron protagonistas de una fuerte expansión económica alentada por el crecimiento del comercio exterior. El desarrollo del comercio estimuló la producción ganadera y saladeril. Por tanto, los sectores vinculados a estas actividades prosperaron.
            La expansión de la ganadería fue posible gracias a la ocupación de tierras en el sur de la provincia, donde se generalizaron las grandes estancias ganaderas como centros de población y producción. La ocupación de tierras estuvo acompañada por la transferencia de tierras públicas al dominio privado, que generó una mayor concentración de la propiedad en pocas manos. La explotación ganadera no sufrió grandes cambios técnicos en la producción, pero se adaptó muy bien a la escasa mano de obra disponible.
            Junto a la ganadería también creció la industria saladeril y la del cuero. Se tendió las primeras alambradas para separar los potreros. A pesar de los adelantos en materia de ganadería, la industria del saladero inició su decadencia hacia 1840, cuando se hizo efectiva la prohibición de Rosas de extraer metálico de Buenos Aires para las provincias por vía fluvial. Las consecuencias fueron graves, sobre todo para el comercio saladeril sostenido con Entre Ríos y Corrientes.
            Durante la década del ‘40, el desarrollo de la ganadería ovina sufrió incentivos externos e internos: aumentó la demanda externa de lana y declinaron los precios de los cueros. Esta actividad alternativa a la ganadería vacuna se vio beneficiada por la gran cantidad de tierras aptas para criar ovejas en la campaña de Buenos Aires. Debido a las enormes ganancias que se obtenían con la ganadería ovina, algunos ganaderos incorporaron ovejas a sus planteles de vacunos, al igual que los comerciantes, que comenzaron a comprar tierras y ganado para iniciar su propia explotación. El gobierno también facilitó la importación de ovejas finas para mejorar el ganado criollo. Muchos productores de ovinos eran grandes propietarios, pero también aparecieron pequeñas familias que, sin contratar mano de obra asalariada, emprendían su propia explotación: la mayoría de estas familias eran inmigrantes vascos, irlandeses y franceses.
            Durante el primer cuarto de siglo la agricultura no desempeñó ningún papel en la economía del país. Sin embargo, el trigo constituía el principal cultivo en el litoral y Rosas protegió su producción prohibiendo que fuera importado. También protegió a la incipiente industria fabril por medio de la prohibición de importar cueros trabajados, velas, escobas y plumeros y hierro forjado.
            El Litoral protagonizó una importante mejora en sus economías. La recuperación fue evidente en Entre Ríos, donde se expandieron de manera notable la ganadería vacuna y la ganadería ovina, y la industria saladeril sobre el río Uruguay. Su gobernador, justo José de Urquiza, era, además, uno de los principales y más eficientes empresarios del rubro. Las exportaciones de cueros por el puerto de Buenos Aires ocuparon el primer lugar entre las exportaciones totales del Litoral.
            Después de 1840 se notó cierta mejora en las economías del Interior, pero las provincias se desenvolvieron, por lo general, en un marco de escasez de recursos y de penuria financiera.
            Tucumán exportó ganado y otros bienes a Chile, a cambio de metálico; suelas y cueros, tabaco, cigarros, madera, quesos, azúcar y aguardientes hacia Buenos Aires, a cambio artículos ultramarinos y regionales.          Córdoba orientó la mayor cantidad de sus exportaciones nada Buenos Aires. Envió cueros vacunos, ovinos y caprinos, lana y productos agrícolas (trigo y harinas).
           
            En Cuyo, la industria vitivinícola estaba arruinada por la competencia de los vinos europeos que entraban por Buenos Aires. La minería se desarrolló sobre la base de la plata y el cobre. De todas maneras Mendoza y San Juan lograron activar sus economías en relación con el mercado chileno, colocando ganado vacuno, ovino, caballos, mulas y burros, cueros, jabón, sebo, monturas, riendas, tejidos, plumas y frutas secas.
            En el Noroeste, entre sus actividades agropecuarias más importantes se puede mencionar el cultivo del trigo, caña de azúcar y algodón, paralelamente a estas faenas se desarrollaron las artesanías (paños de algodón y lana, carretas, muebles) y la transformación de productos de la ganadería (sebo y cuero).
            En el Noreste, se dedicaron a la producción de yerba-mate como objeto principal y explotaron otros productos, pero de todas maneras no llegaron a un alto desarrollo económico, aunque las misiones jesuitas pudieron lograr activar su economía con una ideología comunista.

            En la Patagonia no hubo un desarrollo productivo, pues era una zona de conflictos y no estaba ocupada por estancieros sino por salvajes. Durante el gobierno rosista se desarrollaron campañas con el fin de conquistar esas tierras, tema que será desarrollado más adelante.

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