LA ECONOMÍA EN LOS
TIEMPOS DE ROSAS
Durante
el régimen rosista, a pesar
de los bloqueos y la guerra, prosperaron los negocios: el comercio continuó
creciendo, el volumen de las exportaciones de carne, cuero y sebo aumentó, y un
nuevo rubro cobró importancia: la lana.
La economía del país
—basada en la industria ganadera y en una incipiente agricultura — favoreció a
Buenos Aires, cuya relativa prosperidad se basaba en dos factores esenciales:
el cierre de los ríos Paraná y Uruguay a la navegación extranjera (medida que
favoreció al puerto único a donde iban a parar todos los productos), y el
estrago del litoral y del interior causado por las guerras civiles de las que
fueron escenario. La economía proteccionista de Rosas sólo consiguió amparar a
Buenos Aires y, en algunos casos, al litoral.
Las décadas del ‘30
y el ‘40 fueron protagonistas de una fuerte expansión económica alentada por el
crecimiento del comercio exterior. El desarrollo del comercio estimuló la
producción ganadera y saladeril. Por tanto, los sectores vinculados a estas
actividades prosperaron.
La expansión de la
ganadería fue posible gracias a la ocupación de tierras en el sur de la
provincia, donde se generalizaron las grandes estancias ganaderas como centros
de población y producción. La ocupación de tierras estuvo acompañada por la
transferencia de tierras públicas al dominio privado, que generó una mayor
concentración de la propiedad en pocas manos. La explotación ganadera no sufrió
grandes cambios técnicos en la producción, pero se adaptó muy bien a la escasa
mano de obra disponible.
Junto a la ganadería
también creció la industria saladeril y la del cuero. Se tendió las primeras
alambradas para separar los potreros. A pesar de los adelantos en materia de
ganadería, la industria del saladero inició su decadencia hacia 1840, cuando se
hizo efectiva la prohibición de Rosas de extraer metálico de Buenos Aires para
las provincias por vía fluvial. Las consecuencias fueron graves, sobre todo
para el comercio saladeril sostenido con Entre Ríos y Corrientes.
Durante la década
del ‘40, el desarrollo de la ganadería ovina sufrió incentivos externos e
internos: aumentó la demanda externa de lana y declinaron los precios de los
cueros. Esta actividad alternativa a la ganadería vacuna se vio beneficiada por
la gran cantidad de tierras aptas para criar ovejas en la campaña de Buenos
Aires. Debido a las enormes ganancias que se obtenían con la ganadería ovina,
algunos ganaderos incorporaron ovejas a sus planteles de vacunos, al igual que
los comerciantes, que comenzaron a comprar tierras y ganado para iniciar su
propia explotación. El gobierno también facilitó la importación de ovejas finas
para mejorar el ganado criollo. Muchos productores de ovinos eran grandes
propietarios, pero también aparecieron pequeñas familias que, sin contratar
mano de obra asalariada, emprendían su propia explotación: la mayoría de estas
familias eran inmigrantes vascos, irlandeses y franceses.
Durante el primer
cuarto de siglo la agricultura no desempeñó ningún papel en la economía del
país. Sin embargo, el trigo constituía el principal cultivo en el litoral y
Rosas protegió su producción prohibiendo que fuera importado. También protegió a
la incipiente industria fabril por medio de la prohibición de importar cueros
trabajados, velas, escobas y plumeros y hierro forjado.
El Litoral
protagonizó una importante mejora en sus economías. La recuperación fue
evidente en Entre Ríos, donde se expandieron de manera notable la ganadería
vacuna y la ganadería ovina, y la industria saladeril sobre el río Uruguay. Su
gobernador, justo José de Urquiza, era, además, uno de los principales y más
eficientes empresarios del rubro. Las exportaciones de cueros por el puerto de Buenos Aires ocuparon
el primer lugar entre las exportaciones totales del Litoral.
Después de 1840 se
notó cierta mejora en las economías del Interior, pero las provincias se
desenvolvieron, por lo general, en un marco de escasez de recursos y de penuria
financiera.
Tucumán exportó
ganado y otros bienes a Chile, a cambio de metálico; suelas y cueros, tabaco,
cigarros, madera, quesos, azúcar y aguardientes hacia Buenos Aires, a cambio
artículos ultramarinos y regionales. Córdoba
orientó la mayor cantidad de sus exportaciones nada Buenos Aires. Envió cueros
vacunos, ovinos y caprinos, lana y productos agrícolas (trigo y harinas).
En Cuyo, la industria vitivinícola
estaba arruinada por la competencia de los vinos europeos que entraban por
Buenos Aires. La minería se
desarrolló sobre la base de la plata y el cobre. De todas maneras
Mendoza y San Juan lograron activar sus economías en relación con el mercado
chileno, colocando ganado vacuno, ovino, caballos, mulas y burros, cueros,
jabón, sebo, monturas, riendas, tejidos, plumas y frutas secas.
En el Noroeste, entre sus
actividades agropecuarias más importantes se puede mencionar el cultivo del
trigo, caña de azúcar y algodón, paralelamente a
estas faenas se desarrollaron las artesanías (paños de algodón y lana,
carretas, muebles) y la transformación de productos de la ganadería (sebo y cuero).
En el Noreste, se dedicaron a la
producción de yerba-mate como objeto principal y explotaron otros productos,
pero de todas maneras no llegaron a un alto desarrollo económico, aunque las
misiones jesuitas pudieron lograr activar su economía
con una ideología comunista.
En la Patagonia no
hubo un desarrollo productivo, pues era una zona de conflictos y no
estaba ocupada por estancieros sino por salvajes.
Durante el gobierno rosista se desarrollaron campañas con el fin de conquistar
esas tierras, tema que será desarrollado más adelante.
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