Los caudillos El auge del caudillismo fue un fenómeno social de la América Latina posterior a la independencia. Durante el período 1820-1835, frente a la crisis del Estado y a la ausencia durante muchos años de un gobierno central fuerte, los caudillos se transformaron en muchos casos en el único poder real en sus zonas de influencia. Muchos de ellos se transformaron en gobernadores; otros mantuvieron ejércitos poderosos que desafiaron al poder central y legitimaron sus políticas con el apoyo de los sectores populares de sus provincias, defendiendo los intereses regionales y su autonomía amenazadas por la política porteña del libre comercio. La superioridad de recursos económicos y financieros de Buenos Aires harían que su influencia predominase en cualquier tipo de gobierno nacional. Este descontento estalló tras la sanción de la Constitución de 1819, unitaria, aristocrática y centralista; la difusión en las provincias de las noticias provenientes de Europa sobre la búsqueda, por parte de enviados porteños, de un monarca para las Provincias Unidas del Río de la Plata. El surgimiento de un grupo heterogéneo de caudillos, le dio cauce a la protesta y expresó un sentimiento que se transformó en el sostén de las ideas republicanas y federales enfrentadas a los intereses porteños. Los caudillos surgen como una forma de autoridad más cercana a los problemas de la gente. Los ejércitos gauchos estaban estrechamente vinculados a la institución que les había dado origen y que se fortalecía cada vez más: la estancia. La mayoría de ellos eran terratenientes que se habían destacado en la defensa de las fronteras, en la lucha contra el indio o participando en las luchas por la independencia. La lucha contra el indio importó distintos logros para los valores de los propietarios de entonces: la protección de la sociedad blanca y de la propiedad, la conquista de nuevas tierras y la consolidación de un poder militar capaz de demostrar su importancia en la región. No negaron la necesidad de unión entre todas las provincias, pero consideraban que esta unión debía respetar la autonomía política y económica de cada una de sus respectivas regiones. Los caudillos federales más destacados fueron José Gervasio Artigas, de la Banda Oriental, Bernabé Aráoz, de Tucumán, Martín Miguel de Güemes, de Salta, Estanislao López, de Santa Fe, Francisco Ramírez, de Entre Ríos, Juan Bautista Bustos, de Córdoba, Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, Facundo Quiroga, de La Rioja, Juan Manuel de Rosas, de Buenos Aires, y Justo José de Urquiza, de Entre Ríos. El manejo del puerto y la Aduana en forma exclusiva e injusta por parte de Buenos Aires será el tema central de los enfrentamientos que comenzarán a darse por esta época y no concluirán hasta la década de 1870. El rechazo a la Constitución unitaria de 1819 provocó la reacción de los federales del interior, particularmente del Litoral. Las tropas entrerrianas, dirigidas por Francisco Ramírez, y las santafecinas, bajo las órdenes de Estanislao López, se dirigieron hacia Buenos Aires en octubre de 1819 y el Directorio no vaciló en solicitar la ayuda del general Lecor, jefe de las tropas portuguesas que ocupaban Montevideo. Esta actitud porteña agravó la situación. Todo el interior reaccionó contra el Directorio y hasta el Ejército del Norte, que había recibido la orden de bajar hacia el sur para combatir a los caudillos federales, se sublevó en la posta santafecina de Arequito bajo las órdenes de su comandante, el general Juan Bautista Bustos, que se preparaba para apartar a la provincia de Córdoba de la obediencia de Buenos Aires. En febrero de 1820 las tropas federales de López y Ramírez avanzaron hasta la cañada de Cepeda donde les salió al encuentro el director Rondeau con las milicias porteñas. Los vencedores de Cepeda, López y Ramírez, exigieron la desaparición del poder central, la disolución del Congreso y la plena autonomía de las provincias. Bustos acababa de asegurarse la autonomía de Córdoba; Ibarra lo imitó en Santiago del Estero; Aráoz, en Tucumán, y entre tanto se desintegró la intendencia de Cuyo, dando origen a tres provincias: Mendoza, San Juan y San Luis. Ante la derrota, el director Rondeau renunció y quedó disuelto el poder central. Buenos Aires se transformó en una provincia independiente, y su primer gobernador, Manuel de Sarratea, quiso asegurar la tranquilidad para los negocios porteños firmando el 23 de febrero de 1820 el Tratado del Pilar con los jefes triunfantes, López y Ramírez. El tratado establecía la necesidad de organizar un nuevo gobierno central eliminando para siempre al Directorio. También se comprometían los caudillos a consultar con Artigas los términos del tratado. |
Fuente: www.elhistoriador.com.ar |
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miércoles, 2 de agosto de 2017
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