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jueves, 28 de mayo de 2020


La particular amistad por correspondencia entre Rosas y San Martín


A pesar de no verse en persona San Martín y Juan Manuel de Rosas tenían una fuerte amistad. Tanto
así que en su testamento le legó su famoso sable corvo. 

Además de sus grandes dotes estratégicos y militares, San Martín era un hombre de ideas y política. Sin embargo esto en ocasiones le jugó una mala pasada con algunos de los políticos de Buenos Aires. Desde su exilio forjó una amistad con Juan Manuel de Rosas quien, según el propio libertador de América, compartía sus mismos deseos para la patria.

Pocos conocen tanto la historia de San Martín como Esteban Ocampo, ex granadero e historiador. Ingresá aquí para conocer más.

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miércoles, 27 de mayo de 2020

Artículo periodístico de Manuel Belgrano 
acerca de la importancia de mantener la unión de una nación, 
escrito una semana antes de que estallara la revolución de mayo de 1810

Causas de la destrucción o de la conservación y engrandecimiento de las naciones 

Procurando indagar en la historia de los pueblos las causas de la extinción de su existencia política, habiendo conseguido muchos de ellos un renombre que ha llegado hasta nuestros días, en vano las hemos buscado en la falta de religión, en sus malas instituciones y leyes, en el abuso de la autoridad de los gobernantes, en la corrupción de costumbres, y demás. Después de un maduro examen y de la reflexión más detenida, hemos venido a inferir, que cada uno de aquellos motivos, y todos juntos no han sido más que concausas, o mejor diremos, los antecedentes que han producido la única, la principal, en una palabra, la desunión. Esta sola voz es capaz de traer a la imaginación los más horribles desastres que con ella puede sufrir la sociedad, sea cual fuere el gobierno que la dirija; basta la desunión para originar las guerras civiles, para dar entrada al enemigo por débil que sea, para arruinar el imperio más floreciente. Tantos ejemplos podemos presentar a nuestros lectores de esto, cuantos han sido los pueblos de quienes nos da noticia la historia antigua y moderna; no hay más que abrir sus hojas, y en ellas se verá la verdad de nuestra proposición. Nos dilataríamos demasiado si nos pusiésemos a referir las uniones que han existido en la Asia, África, Europa y este continente, y describiésemos los hechos que acreditan que la desunión ha traído consigo su anonadamiento, después de haberlas hecho el juguete del primero que se aprovechó de ese estado, y haberlas reducido al de la estupidez más vergonzosa. La historia misma de nuestra nación, en la época que estamos corriendo, nos presenta más de una prueba de que la desunión es el origen de los males comunes en que estamos envueltos, y que nos darán muchos motivos para llorarlos, mientras existamos, aún logrando salir victoriosos de la lucha gloriosa en que se halla nuestra España europea. Todos saben la consonancia que hay entre el cuerpo político, con el cuerpo físico: uno y otro tiene su principio, medio y fin; y así como éste se acelera en el segundo, cuando pierde la unión de las partes que lo componen del mismo modo sucede en el primero, cuando por la división de opiniones, por el choque de intereses, por el mal orden, y otras concausas resulta la desunión. Pero si todavía hay alguno que lo dudare, examine la historia de su propia familia, que no es más que en punto menor la copia de la gran familia que se llama una Nación; y estamos ciertos que encontraría muchas razones para convenir con nosotros, que la desunión de sus individuos le habrá hecho experimentar mil perjuicios, y tal vez descender de la prosperidad a la desgracia más espantosa. 
Por el contrario, la unión ha sostenido a las naciones contra los ataques más bien meditados del poder, y las ha elevado al grado de mayor engrandecimiento; hallando por su medio cuantos recursos han necesitado, en todas las circunstancias o para sobrellevar los infortunios, o para aprovecharse de las ventajas que el orden de los acontecimientos les ha presentado. Ella es la única, capaz de sacar a las naciones del estado de opresión en que las ponen sus enemigos; de volverlas a su esplendor, y de contenerlas en las orillas del precipicio; infinitos ejemplos nos presenta la historia en comprobación de esto; y así es que los políticos sabios de todas las naciones, siempre han aconsejado a las suyas, que sea perpetua la unión y que exista del mismo modo el afecto fraternal entre todos los ciudadanos. La unión es la muralla política contra la cual se dirigen los tiros de los enemigos exteriores e interiores; porque conocen que arruinándola, está arruinada la nación venciendo por lo general el partido de la injusticia, y de sin razón, a quien, comúnmente, lo diremos más bien, siempre se agrega el que aspira a subyugarla. Por lo tanto, es la joya más preciosa que tienen las naciones. Infelices aquellas que dejan arrebatársela, o que permitan, siquiera, que se les descomponga; su ruina es inevitable, y lo peor es, que se hace imposible recuperarla, o si se consigue, es padeciendo las convulsiones más violentas, y los males más penosos. De lo dicho deducimos que la desunión es el aniquilamiento de las naciones; y que al opuesto, la unión cuando no las engrandezca, al menos las conservará en medio de las acechanzas, insidias y ataques por poderosos que sean. Cicerón decía al Senado en su oración acerca de las respuestas de los Augures, "que otro tiempo Roma por su firmeza y valor podía sobrellevar los descuidos del Senado, y aún las injurias de los ciudadanos, pero que ya le era imposible, porque todo se había trastornado; ni se respetaba la autoridad, ni se pagaban los derechos, ni se sostenía la justicia, y en vano se buscaría un ciudadano que se opusiese al torrente que amenaza la salud de la Patria". Pero añade que en medio de tantos males solo la unión puede conservarla, “quare hunc statum, que nunc est, qualis-cumque est, nulla alia re, nisi concordia, retimere possumus". Véase aquí una lección, producto de los grandes conocimientos, y de la propia experiencia de un político tan sabio, dada a su misma Nación, y en ella de todas las demás que habían de sucederle. La unión es un valor inestimable en una nación para su general y particular felicidad; todos sus individuos deben amarla de corazón y pensar y hablar de ella como de la égida de su seguridad; cualesquiera que así lo ejecute, no importa que le falten grandes recursos; con la unión se sostendrá, con la unión será respetable; con ella al fin se engrandecerá.  

Los lugares donde transcurrió la Revolución de Mayo 
ya no existen o cambiaron su fisonomía

Los lugares por donde transcurrió la Revolución de Mayo prácticamente ya no existen porque algunos fueron transformados y otros directamente demolidos, y si bien el Cabildo es el edificio emblemático de aquellos días de 1810, otros espacios de sus alrededores y de la periferia de la ciudad de Buenos Aires de entonces son las huellas borrosas de ese nuevo camino que se abría en la región.

"Una de las características principales de Buenos Aires es que fue construida y reconstruida varias veces y casi no queda nada de aquella ciudad a nivel físico, salvo el trazado de las calles, las plazas y las iglesias, que tampoco se parecen a aquella época", aseguró  Gabriel di Meglio, historiador, investigador del Conicet y director del Museo Nacional del Cabildo.

Di Meglio señaló que "el mayor recuerdo que se tiene es el Cabildo, porque incluso el espacio de la Plaza de Mayo no tiene nada que ver con aquélla época".

La Recova, la calle Defensa, el Colegio San Carlos, la Catedral, la Plaza de Mayo, la casa de Nicolás Rodríguez Peña, los cuarteles de los Patricios, las pulperías de los alrededores, son esos lugares por donde anduvieron los criollos porteños en el marco de un clima social y político que hablaba de cambio, donde los hombres y mujeres que protagonizaron aquellas jornadas iban y venían, debatían, se enfrentaban, decidían enfervorizados, expectantes, pugnando por sus intereses y contra España.

La Plaza de la Victoria (que era la Plaza Mayor antes de las Invasiones Inglesas y posteriormente la Plaza de Mayo) fue un espacio fundamental en ese momento, pero no tenía la dimensión ni la forma actual; eran dos plazas divididas por el edificio comercial de la Recova, y del lado del Cabildo y la Catedral estaba la plaza política: allí la gente podía reunirse para protestar o exigir alguna cuestión política. En tanto, la otra plaza estaba en el lugar donde hoy se encuentra la Casa Rosada, que era el fuerte de Buenos Aires, la sede del gobierno virreinal.

Di Meglio describió algunos de los lugares más conocidos donde se reunían los protagonistas de la revolución, que hoy no existen, como la casa de uno de los promotores de este proceso, el comerciante y militar Rodríguez Peña, que estaba ubicada en la actual plaza que lleva su nombre en Callao, entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear, que por entonces estaba en las afueras de la ciudad. "Rodríguez Peña tenía una jabonería que administraba Hipólito Vieytes, que no existe más, ubicada en la zona actual de la intersección de Venezuela y la Avenida 9 de julio", dijo el historiador.

Otro espacio fundamental es lo que hoy se llama la Manzana de las Luces, allí estaban los cuarteles desde 1806, que no era el ejército si no vecinos armados, y estaba el cuartel de Patricios que fueron muy importantes para que triunfe la revolución. Ese espacio tampoco existe como tal. No obstante, hay un edificio jesuita que es anterior, el Colegio San Carlos, donde uno puede imaginarse como era la época. Otro lugar importante, sobre todo a partir de 1810, era el Café de Marcos, donde se reunía el grupo de Mariano Moreno.

También están las pulperías, que había prácticamente una por esquina donde se juntaba la gente común, los pobres, que van a tener un papel importante sobre todo después del 25.

Por su parte, el historiador e investigador de la dirección de Patrimonio Histórico de la ciudad de Buenos Aires, Enrique Rovira, además de referirse a espacios que describió di Meglio, mencionó la importancia de la Catedral donde "se hizo el primer Tedeum en el que participan los cabildantes y los religiosos, era una acción de gracia que se celebraba por el rey que estaba cautivo y por otro lado, por la formación de la Junta, y así es como esa celebración del Tedeum quedó como tradición hasta nuestros días".

Rovira se refirió a la Recova, donde se ejercía el comercio con locales para la venta de distintos productos, ubicado frente al Cabildo, en la mitad de la Plaza de Mayo, "un lugar con arcadas simétricas, que se había hecho en 1804 para despejar la Plaza de la Victoria", del que no quedó nada. Esa plaza no tenía árboles, ni jardín, ni canteros, porque era un lugar donde llegaban las carretas que traían los productos del puerto.

sábado, 16 de mayo de 2020


Las noticias que desencadenan la revolución de mayo

Todo fue cambiando

Hacía tiempo que el ritmo natural que durante siglos había caracterizado a las colonias españolas de América se había alterado: las guerras en Europa, las  reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII, la inquietud de la aristocracia española americana y el descontento de muchos criollos que generaban no pocas preocupaciones, el comercio con los ingleses y la circulación de ideas derivadas de la Revolución Francesa hacían que la sociedad de los estratos sociales definidos y duraderos comenzara a resquebrajarse.

Llegan noticias

El 13 de mayo de 1810, los habitantes de Buenos Aires pudieron confirmar los rumores que circulaban intensamente. La fragata John Paris, que había partido de Gibraltar el 22 de marzo o, según otras versiones, el buque Mistletoe, traía la noticia de la caída, en manos de los ejércitos napoleónicos, de la Junta Central de Sevilla, último bastión de la Corona española en pie.

El viernes 18 el virrey Cisneros dirigió una proclama a “los leales y generosos pueblos del virreinato de Buenos Aires” en la que anunciaba que “en el desgraciado caso de una total pérdida de la península y falta del Supremo Gobierno", él asumiría el poder acompañado por otras autoridades de la Capital y todo el virreinato y se pondría de acuerdo con los otros virreyes de América para crear una Regencia Americana en representación de Fernando. 

Cisneros aclaraba que no quería el mando sino la gloria de luchar en defensa del monarca contra toda dominación extraña y, finalmente, prevenía al pueblo sobre "los genios inquietantes y malignos que procuran crear divisiones".

El principio del fin

Nadie ignoraba que la Junta que había nombrado a Cisneros como virrey, de donde emanaba su autoridad, había desaparecido y los patriotas porteños creyeron que era momento de convocar a un Cabildo Abierto que discutiera los pasos a seguir. Muy pronto se precipitarían los sucesos del 25 de mayo.




Invasiones inglesas

En la segunda mitad del siglo XVIII el dominio inglés de los mares era indiscutible. Para los barcos franceses, holandeses y españoles, cruzar los mares podía ser una aventura peligrosa. 

Entre 1702 y 1808 España e Inglaterra sostuvieron seis conflictos armados. Una consecuencia directa de esta batallas fue que España fue espaciando sus comunicaciones y la provisión de sus colonias americanas. La protección militar de sus dominios se vio seriamente debilitada. 

En el viejo mundo el principal obstáculo para la expansión napoleónica era Inglaterra. Napoleón comenzó a soñar con dominar las dos riberas del Canal de la Mancha. El encuentro entre la flota aliada de España y Francia, por un lado, y los ingleses, por otro, se produjo finalmente el 21 de octubre de 1805 en Trafalgar, cerca de Cádiz.

La pericia del almirante Nelson determinó el triunfo total de los británicos. La flota aliada quedó prácticamente aniquilada.

Primera invasión inglesa

La noche del 24 de junio de 1806, el virrey Sobremonte asistía a la función teatral de la obra de Moratín El Sí de las niñas, cuando recibió una comunicación del Comandante de Ensenada de Barragán, capitán de navío francés Santiago de Liniers, en la que le informaba que una flota de guerra inglesa se acercaba y que había disparado varios cañonazos sobre su posición.

A las 11 de la mañana del 25 de junio de 1806, los ingleses desembarcaron en Quilmes y en pocas horas ocuparon Buenos Aires.

El virrey Sobremonte huyó y trató de salvar los caudales públicos (tesoros), pero estos serían finalmente capturados por los británicos. Parte del botín se repartió entre la tropa. 

Beresford, comandante inglés, en su primera proclama dice que la población de Buenos Aires está "cobijada bajo el honor, la generosidad y la humanidad del carácter británico". Se apresuró a decretar la libertad de comercio y redujo los derechos de Aduana para los productos británicos. 

Muchos funcionarios criollos pasaron por el fuerte a jurar fidelidad a su "Gloriosa Majestad". Manuel Belgrano prefirió retirarse a su estancia de la Banda Oriental. Antes de irse pronunciará su famosa frase: «Queremos al viejo amo o a ninguno».

Buenos Aires sería por 46 días una colonia inglesa. El Times de Londres, decía:


"En este momento Buenos Aires forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias resultantes de tal situación y sus posibilidades comerciales, así como también de su influencia política, no sabemos cómo expresarnos en términos adecuados a nuestra idea de las ventajas que se derivarán para la nación a partir de esta conquista."

Los oficiales ingleses alternaban con las principales familias porteñas y se alojaban en sus casas, donde se sucedían las fiestas en homenaje a los invasores. Pero la mayoría de la población, que era hostil a los invasores y estaba indignada por la ineptitud de las autoridades españolas, decidió prepararse para la resistencia. 

Aparecieron varios proyectos para acabar con los ingleses, desde volar el fuerte y todas las posiciones inglesas, hasta financiar cualquier acción contra los invasores. 

El jefe del fuerte de la ensenada de Barragán, el marino francés Santiago de Liniers, se trasladó a Montevideo y organizó las tropas para reconquistar Buenos Aires. Pocas semanas después del desembarco, Liniers y su gente obligaron a Beresford, tras haber perdido 300 de sus hombres, a rendirse el 12 de agosto de 1806.

El Times no salía de su asombro:


"El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Los detalles de este desastre, quizás el más grande que ha sufrido este país desde el comienzo de la guerra revolucionaria, fueron publicados en el número anterior."

Ante la ausencia del Virrey Sobremonte, un Cabildo abierto otorgó a Liniers el mando militar de la ciudad, como corolario de una "pueblada". Esta medida era claramente revolucionaria: el cabildo ejerciendo su soberanía, pasaba por encima de la voluntad del virrey.

Segunda invasión inglesa

Frente a la posibilidad de una nueva invasión, los vecinos se movilizaron para la defensa formando las milicias ante el fracaso de la tropa regular española.

Todos los habitantes de la capital se transformaron en milicianos. Liniers permitió que cada hombre llevara las armas a su casa y puso a cargo de cada jefe las municiones de cada unidad de combate.

Los nacidos en Buenos Aires formaron el cuerpo de Patricios, en su mayoría eran jornaleros y artesanos pobres; los del interior, el de Arribeños, porque pertenecían a las provincias "de arriba", compuesto por peones y jornaleros; los esclavos e indios, el de pardos y morenos. Por su parte los españoles se integraron en los cuerpos de gallegos, catalanes, cántabros, montañeses y andaluces. En cada milicia los jefes y oficiales fueron elegidos por sus integrantes democráticamente.

Entre los jefes electos se destacaban algunos jóvenes criollos que accedían por primera vez a una posición de poder y popularidad. Allí estaban Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Martín Rodríguez, Hipólito Vieytes, Domingo French, Juan Martín de Pueyrredón y Antonio Luis Beruti.

La ciudad se militarizó pero también se politizó. Las milicias eran ámbitos naturales para la discusión política y el espíritu conspirativo iba tomando forma lenta pero firmemente. 

Tal como se preveía, en junio de 1807, una nueva expedición inglesa encabezada por el General Whitelocke, con doce mil hombres y cien barcos mercantes cargados de productos británicos, trató de apoderarse de Buenos Aires.

Tras vencer las primeras resistencias, los invasores avanzaron sobre la ciudad.

La capital ya no estaba indefensa. Liniers, y Álzaga, alcalde de la ciudad, habían alistado 8.600 hombres y organizado a los vecinos. Los improvisados oficiales habían sido civiles hasta pocos meses antes, como el hacendado Cornelio Saavedra.

Cuando los ingleses pensaban que volverían a desfilar por las estrechas calles, desde los balcones y terrazas fueron recibidos a tiros, pedradas y torrentes de agua hirviendo. Entre sorprendidos y chamuscados los ingleses optaron por rendirse. 

En el acta de la capitulación pretenden, infructuosamente, incluir una cláusula que los autorizaría a vender libremente la abundante mercadería traída en los barcos.

jueves, 7 de mayo de 2020



Revolución Francesa


El 14 de julio de 1789 fue el comienzo de la Revolución Francesa.



En aquella época, la mayor parte de los franceses vivían en la pobreza y no tenían libertad para decidir quién les gobernaba. Pero el rey, la iglesia y los nobles acumulaban grandes riquezas y privilegios: organizaban lujosas fiestas y bailes en el palacio de Versalles. Y mientras tanto, la gente pasaba hambre: las cosechas se habían perdido, no podían hacer pan y además debían pagar impuestos a los ricos.

Hartos de esta situación, el pueblo de París se lanzó a la calle, precisamente el 14 de julio y asaltó la Bastilla, la fortaleza de París y tomó las armas: querían luchar por un futuro mejor para ellos y sus hijos.

A partir de ese momento la revolución se extendió por toda Francia. Todos unidos consiguieron su objetivo : acabar con los privilegios, lograr la igualdad de todos los franceses y la libertad del pueblo, unos derechos que se recogieron unos días más tarde en la Declaración de los Derechos Humanos y en el lema de la República Francesa: "Libertad, Igualdad y Fraternidad", que sigue hoy en la actualidad.

La Revolución francesa es importante porque cambió la forma de gobierno que durante muchísimos años hubo en Francia y otros países de Europa y dio paso a una nueva forma de Estado, en la que el pueblo puede hacer oír su voz y decidir quién gobierna.


Batalla de Caseros

En 1829 Juan Manuel de Rosas asumía la gobernación de Buenos Aires desplegando una enorme influencia sobre todo el país. A partir de entonces y hasta su caída en 1852, ejercerá el poder en forma autoritaria. Rosas se opuso durante toda su gestión a la organización nacional y a la sanción de una Constitución. Ello hubiera significado el reparto de las rentas aduaneras con el resto del país y la pérdida de la hegemonía porteña. A partir de 1851, Justo José de Urquiza, su ex aliado, había decidido enfrentarse al gobierno bonaerense y alistó a sus hombres en el llamado Ejército Grande. Avanzó sobre Buenos Aires y derrotó a Rosas en la Batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. 
Horas después, Rosas escribía su renuncia: “Sres. Representantes: Es llegado el caso de devolveros la investidura de gobernador de la provincia y la suma del poder público con que os dignasteis honrarnos. Creo haber llenado mi deber como todos los señores representantes, nuestros conciudadanos los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque no hemos podido. Permitidme, Honorables representantes, que al despedirme de vosotros, os reitere el profundo agradecimiento con que os abrazo tiernamente y ruego a Dios por la gloria de V.H., de todos y de cada uno de vosotros. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz y en una letra trabajosa. Dios Guarde a V.H.”

miércoles, 6 de mayo de 2020

Urquiza. De un país unido, a separado. De separado, a unido
Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, vencedor de Rosas, gran impulsor de la organización nacional y primer presidente constitucional de los argentinos, nació el 18 de octubre de 1801 en una estancia cercana a Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos. 
En aquel tiempo, su padre, el coronel José de Urquiza era comandante en la costa del Uruguay. Los primeros años de Urquiza transcurrieron en el campo hasta que en 1817 se trasladó junto a sus hermanos mayores a Buenos Aires para estudiar en el Colegio de San Carlos, pero debió abandonar los estudios por la clausura del Colegio y regresó a Entre Ríos. A partir de entonces se dedicó al comercio. Lentamente y paralelamente con el crecimiento de su prosperidad económica, aumentó la influencia de Urquiza en Concepción del Uruguay. La ciudad lo nombró oficial del Cuerpo de Cívicos, que se encargaba del orden en la ciudad y en el campo.
Urquiza se inclinó por el federalismo e inició su carrera política que lo llevó a los veinticinco años a ser electo diputado de la legislatura provincial. 
En 1832 fue designado comandante general del Segundo Departamento Principal. Era el cargo que seguía en jerarquía al de gobernador y manejaba los destinos de la mitad más rica de Entre Ríos.
Eran épocas duras, de guerras civiles entre unitarios y federales. Urquiza se unió al bando federal participando en numerosas batallas y firmando acuerdos.  Esos acuerdos le cayeron muy mal a Rosas porque promovían la libre navegación de los ríos e insistían en la necesidad de organizar constitucionalmente al país. 
Las presiones de Rosas activaron el conflicto entre Corrientes y Entre Ríos e hicieron fracasar los acuerdos firmados por Urquiza. 
Terminadas las campañas de 1846 y 1847, Urquiza volvió a ocuparse personalmente de las tareas de gobierno que había confiado en su ausencia a Antonio Crespo, su gobernador delegado. Se dedicó sobre todo a promover la educación popular. Para 1848 ya había escuelas públicas en todos los distritos de la Provincia.
Para 1850, Entre Ríos era una de las provincias más prósperas de la Confederación. Atraía a inversores extranjeros y llevaba a los emigrados argentinos en Montevideo a poner los ojos en su gobernador y a visualizarlo como el único capaz de terminar con el régimen rosista. 
Rosas había adoptado varias medidas que afectaron la economía entrerriana.
Año tras año, argumentando razones de salud, Rosas presentaba su renuncia a la conducción de las relaciones exteriores de la Confederación, en la seguridad de que no le sería aceptada. 
En 1851 el gobernador de Entre Ríos emitió un decreto conocido como el pronunciamiento de Urquiza, en el cual aceptaba la renuncia de Rosas y reasumía para Entre Ríos la conducción de las relaciones exteriores.
El conflicto era en esencia económico: Entre Ríos venía reclamando la libre navegación de los ríos -necesaria para el florecimiento de su economía- ya que permitiría el intercambio de su producción con el exterior sin necesidad de pasar por Buenos Aires.
Armado de alianzas internacionales, Urquiza decidió enfrentar al gobierno bonaerense.
El emperador de Brasil, Pedro II, proveería infantería, caballería, artillería y todo lo necesario, incluso la escuadra. 
En las provincias, la actitud de Urquiza despertó diversas reacciones. Córdoba declaró que era una infame traición a la patria. Otras, se pronunciaron en sentido similar e intentaron formar una coalición militar para defender a Rosas, pero ya era demasiado tarde. Urquiza alistó a sus hombres en el "Ejército Grande" y avanzó sobre Buenos Aires, derrotando a Rosas en la Batalla de Caseros, el 3 de Febrero de 1852.
Horas más tarde Rosas escribiría su renuncia. Vencido, el Gobernador de Buenos Aires alcanzó a escribir estas líneas antes de embarcarse en el buque de guerra Conflict hacia Inglaterra, donde viviría hasta su muerte:
«Durante el tiempo en que presidí el gobierno de Buenos Aires, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del poder por la ley, goberné según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como los malos, de mis errores y de mis actos. Las circunstancias durante los años de mi administración fueron siempre extraordinarias, y no es justo que durante ellas se me juzgue como en tiempos tranquilos y serenos.»
Al día siguiente de Caseros, los terratenientes porteños, como por ejemplo los Anchorena, primos de Rosas, renegaron de su pasado rosista y trataron de congraciarse con las nuevas autoridades.
Las fuerzas de oposición al Gobernador conformaban un extraño conjunto: federales antirrosistas, unitarios, jóvenes intelectuales, autonomistas, que sólo tenían en común su oposición a Rosas. Lejos de mantener la unidad, este grupo se dividirá en numerosos bandos políticos.
Si la caída de Rosas parecía el fin de las contiendas provinciales, a partir de ella los enfrentamientos se tornarán más encendidos que nunca y el país parecía estar a punto de estallar en pedazos.
Urquiza se instaló en la casa de Rosas, en Palermo, y buscó aliados políticos; pero las cosas habían cambiado: rosistas y antirrosistas de Buenos Aires cambiaron de colores y se unieron para asegurar la unidad bonaerense frente a los avances del interior. 
Urquiza convocó a los gobernadores de las provincias a firmar un acuerdo en San Nicolás, el 31 de mayo de 1852, con el objetivo de lograr un consenso que permitiera la sanción de una nueva y definitiva constitución. El acuerdo respondía a los intereses del interior del país, quitando protagonismo al poder central que se ejercía desde Buenos Aires. Cada provincia cedería parte de su poder de decisión para delegarlo en un poder central. El nuevo intento integrador tenía bases en el liberalismo económico: se dictó la libre navegación de los ríos y la supresión de las aduanas interiores. Además, se designó al General Urquiza como director provisional de la Confederación Argentina, asignándole algunas facultades extraordinarias, como el mando de las Fuerzas Militares y el control de todas las rentas. Por último, el acuerdo convocó a un Congreso General Constituyente.
Buenos Aires no tardó en mostrar su enojo. El acuerdo le quitaba sus enormes influencias políticas, otorgando en cambio importantes poderes al propio Urquiza. La legislatura bonaerense rechazó el acuerdo tras largos debates parlamentarios.
Aprovechando la ausencia de Urquiza, que asistía en Santa Fe a la inauguración del Congreso Constituyente, el 11 de septiembre de 1852 estalló una revolución en Buenos Aires. El movimiento reclamaba la renuncia del gobierno y la nulidad del Acuerdo de San Nicolás, al tiempo que proclamó como gobernador al jefe del movimiento, Valentín Alsina. Pero casi simultáneamente, tropas federales que respondían a los intereses del Litoral sitiaron Buenos Aires exigiendo el cumplimiento del acuerdo.
El Congreso Constituyente finalmente pudo reunirse, sin contar con la presencia porteña. Las bases de Alberdi y el modelo de Constitución de Estados Unidos, sirvieron como puntos de partida en la redacción del texto final.
Ante la resistencia porteña, Urquiza decidió bloquear el puerto de Buenos Aires, pero cometió el error de poner al frente de la escuadra al coronel norteamericano John Halstead Coe. El Marino yanqui vendió la escuadra a Buenos Aires el 20 de julio de 1853 por 5000 onzas de oro y se terminó el bloqueo.
La secesión era un hecho. Por un lado, se constituyó la Confederación Argentina, una irregular mezcla de trece provincias que respondían a un gobierno con capital en Paraná. Por el otro, el Estado de Buenos Aires, con intereses definidos, una más sólida posición financiera y con una relativa unidad política.
La Confederación Argentina intentó llevar adelante un modelo que pretendía "olvidarse" de Buenos Aires e instalar una nueva nación. No era sencilla la tarea de Urquiza: crear un sentimiento nacional más fuerte que las identidades regionales.
La Confederación manejaba un presupuesto escaso, producto de la falta de recursos económicos y naturales; la zona más rentable era la Mesopotamia, productora de ganado y cereales; el resto de las provincias, aisladas, desarrollaban actividades económicas destinadas a la subsistencia o a un pobre intercambio con países limítrofes (Paraguay, Chile y Bolivia).
Urquiza trató de combatir la pobre situación económica de la Confederación. Firmó tratados comerciales con Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Solicitó créditos al Brasil. Estimuló la inmigración, creando colonias agrícolas en las provincias del Litoral para desarrollar la producción lanera y cerealera. Fomentó la enseñanza y los estudios científicos. Pero los problemas económicos del interior eran estructurales: faltaban tierras, capitales y no había suficiente mano de obra. Además, el circuito económico del Litoral no cerraba: para comerciar con el exterior, necesariamente las mercaderías -que salían del puerto de Rosario- debían pasar por la aduana de Buenos Aires, y pagar allí fuertes sumas.
El proyecto de Urquiza se desmoronaba. Darle la espalda a Buenos Aires era una estrategia inviable. Los capitales extranjeros no llegaban, carecían de una moneda fuerte, el Estado no lograba nacionalizar sus instituciones. Las bases materiales estaban en terreno porteño.
El último intento de la Confederación Argentina, fue endurecer sus políticas hacia Buenos Aires: en 1857 se dictaron las Leyes de Derechos Diferenciales, que establecían ventajas a los productos que llegaban a su territorio sin pasar por Buenos Aires. La ley era una abierta provocación a los porteños. La respuesta no tardó en llegar. Un decreto del Gobernador Alsina prohibía el paso por aguas porteñas de productos de la Confederación. Era una abierta guerra económica y sólo faltaba encender una mecha para que todo estallara.
La guerra económica, entonces, dio paso a las armas: un conflicto político en San Juan fue el puntapié para que las tropas de Buenos Aires y la Confederación se movilizaran.
Los dos ejércitos se encontraron en Cepeda (norte de la provincia de Buenos Aires) el 23 de octubre de 1859. Las tropas porteñas, al mando de Mitre, cayeron derrotadas.
La victoria le daba a Urquiza una aparente capacidad negociadora. Sin embargo, mostró una actitud moderada y no entró a Buenos Aires, sino que estableció su campamento en San José de Flores. Su intención era resolver rápidamente el conflicto.
Por el pacto de San José de Flores, firmado el 11 de noviembre de 1859, se acordaba que Buenos Aires comprometía su ingreso a la Confederación y ésta, debía aceptar las reformas que Buenos Aires le realizara a la Constitución.
Buenos Aires otorgaba subsidios a las provincias y se comprometía a pagar los gastos de la nueva convención constituyente, donde se incorporarían las reformas propuestas por Buenos Aires; pero mientras tanto, alargaba los plazos de la incorporación y mantenía el control de las rentas nacionales a través de la aduana.
Pero la confederación no podía esperar indefinidamente la incorporación de Buenos Aires a la Nación. El consenso que parecía adquirido no tenía la suficiente solidez y el acuerdo se desmoronó a raíz de un conflicto menor en la provincia de San Juan.
Nuevamente las fuerzas porteñas y del interior se enfrentaron, esta vez en Pavón (Sur de la provincia de Santa Fe) el 17 de septiembre de 1861, en un combate dudoso y confuso, Urquiza retiró sus tropas, aun teniendo superioridad numérica. Esta vez la victoria fue para los porteños, que extendían de este modo su dominio a todo el país.
Tras la derrota de Pavón, Urquiza se refugió en su Palacio San José y se dedicó a sus negocios agropecuarios. Se negó a apoyar los levantamientos federales de los montoneros del Chacho Peñaloza y Felipe Varela contra la política del puerto de Buenos Aires que asfixiaba al interior y sólo reapareció públicamente en 1865 para apoyar a Mitre en la Guerra del Paraguay. Esta actitud desprestigió mucho su figura en las provincias y generó fuertes rechazos entre sus coprovincianos. En 1868 volvió a la vida política presentándose como candidato a presidente. Fue derrotado por Sarmiento quien a poco de asumir apoyó su nombramiento como gobernador de Entre Ríos y lo visitó en su palacio de Concepción del Uruguay.
El abrazo con Sarmiento, el principal responsable de la muerte del Chacho, le costará muy caro a Urquiza. Para muchos de sus ex compañeros de armas e ideas era la gota que colmaba un vaso que había comenzado a llenarse tras la extraña retirada de Pavón y con el apoyo a Mitre y a la guerra fratricida con el Paraguay. El 11 de abril de 1870, un grupo armado que respondía al caudillo montonero Ricardo López Jordán irrumpió en el Palacio San José al grito de "¡muera el traidor Urquiza!". El general le salió al encuentro dispuesto a defenderse a tiros pero cayó herido por un certero disparo y, una vez en el piso, la partida montonera lo ultimó a puñaladas.
Sus restos descansan desde agosto de 1872 en la Catedral de Concepción del Uruguay.