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miércoles, 22 de julio de 2015

Tratado de Paz entre Paraguay y Bolivia


Firma del Tratado de Paz
El tratado del 21 de julio de 1938 de Paz, Amistad y Límites con Bolivia puso fin definitivo a la cruenta Guerra del Chaco, cuyas hostilidades transcurrieron desde setiembre de 1932 hasta junio de 1935.  Las últimas operaciones militares se dieron en la zona de Ingavi, donde el 7 de junio fueron tomados prisioneros los comandantes bolivianos y más de mil combatientes.
El 11 de mayo se constituyó en Buenos Aires el grupo mediador en busca de la paz, con representantes de Argentina, Estados Unidos, Brasil, Chile, Perú y Uruguay.  El 26 de mayo, se incorporaron al grupo los cancilleres de Paraguay, Luis A. Riart, y de Bolivia, Tomás A. Elío.  También intervino el presidente brasileño Getulio Vargas.  El 9 de junio se llegó a un acuerdo completo.
El Protocolo de Paz
El 12 de junio, las arduas negociaciones llevaron a la firma del Protocolo de Paz, que puso fin a las hostilidades, por un acuerdo directo o arbitraje de las diferencias que habían llevado a los dos países a la guerra.
Al mediodía de ese día, Luis Alberto Riart, por el lado paraguayo, y Tomás M. Elío, por el boliviano, junto con los negociadores Carlos Saavedra Lamas (canciller argentino); José Carlos de Macedo Soares (canciller brasileño); José Bonifacio de Andrada (embajador brasileño); Luis Alberto Cariola (embajador chileno); F. Nieto de Río (delegado especial chileno); Alexander W. Weddell y Hugo Gobson (embajadores norteamericanos); Felipe Barreda Laos (embajador peruano) y Eugenio Martínez Thedy (embajador uruguayo), concertaron el cese de las hostilidades entre el Paraguay y Bolivia.
El Protocolo de Paz fue aprobado por Paraguay el 20 de junio de 1935, y por Bolivia, al día siguiente.  En dicha ocasión, se contempló además, la búsqueda de solución a los problemas que acarreaban al Paraguay y Bolivia su situación mediterránea.
El 14 de junio cesó definitivamente el fuego en todo el frente y una comisión militar neutral se trasladó al Chaco para demarcar las posiciones.
La Conferencia de Paz
La Conferencia de Paz se inauguró en Buenos Aires el 1 de julio de 1935, con la participación de Argentina, Estados Unidos, Brasil, Chile, Perú y Uruguay.  En la reunión, la delegación paraguaya, presidida por Gerónimo Zubizarreta, se negó a ceder el territorio chaqueño a Bolivia.
Argentina y Brasil, que tenían preponderancia en la mediación, estaban de acuerdo en impedir que el Paraguay se llevara todos los triunfos de su victoria.  La conferencia decidió no reconocer al Paraguay como vencedor y el 15 de agosto formuló una propuesta de arreglo que incluía la cesión de Bolivia de una parte del río Paraguay y cerca de la mitad del Chaco recuperado por las armas paraguayas.  La propuesta fue rechazada con indignación por parte de los paraguayos.
La Conferencia dejó de lado el tema y pasó a considerar los problemas de la repatriación de prisioneros bolivianos.  El Paraguay tenía derecho de retenerlos hasta la firma definitiva de paz, pero decidió liberarlos el 21 de enero de 1936, previo pago de una indemnización en concepto de manutención.  Luego, la conferencia entró en receso.
El Tratado
Recién el 21 de julio de 1938 se firmó el Tratado de Paz, Amistad y Límites entre Paraguay y Bolivia, en Buenos Aires.  Además de los representantes de los países garantes, firmaron el tratado, por Paraguay, Cecilio Báez, José Félix Estigarribia, Luis A. Riart y Efraím Cardozo; por Bolivia, Eduardo Díez de Medina y Enrique Finot.
Bolivia fue desplazada del territorio que pretendía, pero Paraguay tuvo que ceder 110.000 km2 del suelo conquistado en la heroica guerra.  Así terminaba la contienda que dejó a Paraguay al borde de un colapso.  El Estado quedó sin deudas, pero el cansancio era general, las reservas estaban agotadas y la economía, muy resentida. 
El texto del Tratado es el siguiente:
Las Repúblicas de Bolivia y Paraguay, con el propósito de consolidar definitivamente la paz y poner término a los diferendos que dieron origen la conflicto armado del Chaco; inspiradas en el deseo de prevenir futuros desacuerdos; teniendo presente que entre Estados que forman la comunidad americana, existen vínculos históricos fraternales que no deben desaparecer por divergencias o sucesos que deben ser considerados y solucionados con espíritu de recíproca comprensión y buena voluntad; en ejecución del compromiso de concertar la paz definitiva, que ambas Repúblicas asumieron en el Protocolo de Paz de 12 de junio de 1935 y en el Acta Protocolizada de 21 de enero de 1936; representadas:
La República de Bolivia por S. E. el Doctor Eduardo Diez de Medina, Ministro de Relaciones Exteriores y S. E. el Dr. Enrique Finot, Presidente de la Delegación de ese país ante la Conferencia de Paz; Y la República del Paraguay por S. E. el Dr. Cecilio Báez, Ministro de Relaciones Exteriores, S. E. el General de Ejército don José Félix Estigarribia, Presidente de la Delegación de ese país ante la Conferencia de Paz y los Delegados, sus Excelencias Doctores Luis A. Riart y Efraín Cardozo; Presentes en Buenos Aires y debidamente autorizados por sus Gobiernos, han convenido en suscribir, bajo los auspicios y la granita moral de os seis Gobiernos Mediadores, el siguiente Tratado Definitivo de Paz, Amistad y Límites:
Artículo 1º.- Queda restablecida la paz entre las Repúblicas de Bolivia y Paraguay.
Artículo 2º.-La línea divisoria en el Chaco entre Bolivia y Paraguay será la que determinen los Excmos. Presidentes de las Repúblicas Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos de América, Perú y Uruguay, en su Carácter de Arbitros de equidad, quienes, actuando ex aequo et bono, dictarán su fallo arbitral de acuerdo con esta y las siguientes cláusulas:
1.- El aludo arbitral fijará la línea divisoria Norte en el Chaco, en la zona comprendida entre la línea de la Conferencia de Paz, presentada el día 27 de mayo de 1938, y la línea de la contrapropuesta Paraguaya, presentada a la consideración de la Conferencia de Paz el día 24 de junio de 1938, desde el Meridiano del Fortín 27 de Noviembre, es decir aproximadamente Meridiano 61º 55´ Oeste de Greenwich hasta el límite Este de la zona, con exclusión del litoral sobre el Río Paraguay al Sur de la desembocadura del Río Otuquis o Negro;
2.- El laudo arbitral fijará Igualmente la línea divisoria Occidental en el Chaco, entre el Río Pilcomayo y la intersección del meridiano del Fortín 27 de Noviembre, es decir, aproximadamente 61º 55´ Oeste de Greenwich con la línea del laudo por el lado Norte, a que se refiere el anterior acápite.
3.- Dicha línea no irá en el Río Pilcomayo mas al Este de Pozo Hondo, ni al Oeste mas allá de cualquier punto de la línea que, arrancando de D´Orbigny, fue señalada por la Comisión Militar Neutral como intermedia de las posiciones máximas alcanzadas por los Ejércitos beligerantes al suspenderse los fuegos el 14 de junio de 1935.
Artículo 3º.- Los árbitros se pronunciaran oídas las Partes y según su leal saber y entender, teniendo en cuenta la experiencia acumulada por la Conferencia de Paz y los dictámenes de los Asesores militares de dicha entidad.
Artículo 4º.- El laudo arbitral será expedido por los Arbitros en el plazo máximo de dos meses, contados a partir de la ratificación del presente Tratado, obtenida en la oportunidad y forma estipuladas en el Artículo 11.
Artículo 5º.- Expedido el laudo y notificado a las Partes, éstas nombraran inmediatamente una Comisión Mixta, compuesta de cinco miembros nombrados, dos por cada Parte, y el quinto designado de común acuerdo por los seis Gobiernos Mediadores, a fin de aplicar sobre el terreno y amojonar la línea divisoria trazada por el laudo arbitral.
Artículo 6º.- Dentro de los treinta días de expedido el laudo, los Gobiernos de Bolivia y Paraguay procederán a acreditar sus respectivos representantes diplomáticos en Asunción y La Paz, y dentro de los noventa días, cumplirán el laudo en lo principal bajo la vigilancia de la Conferencia de Paz, a quien las Partes reconocen la facultad de resolver en definitiva las cuestiones prácticas que puedan presentarse con tal motivo.
Artículo 7º.- La República del Paraguay garantiza el mas amplio libre tránsito por su territorio, y especialmente por la zona de Puerto Casado, de las mercadería que lleguen del exterior con destino Bolivia y de los productos que salgan de Bolivia para se embarcados al exterior por dicha zona de Puerto Casado; con derecho para Bolivia de instalar sus Agencias Aduaneras y construir depósitos y almacenes en la zona de dicho puerto.
La reglamentación de este Artículo será objeto de una Convención Comercial posterior entre los Gobiernos de ambas Repúblicas.
Artículo 8º.- Ejecutado el laudo arbitral mediante la aplicación y amojonamiento de la línea divisoria, los Gobiernos de Bolivia y Paraguay negociaran directamente, de Gobierno a Gobierno, las demás Convenciones económicas y comerciales que tengan por conveniente, par desarrollar sus intereses recíprocos.
Artículo 9º.- Las Repúblicas de Bolivia y Paraguay renunciaran recíprocamente a toda acción y reclamación derivadas de las responsabilidades de la guerra.
Artículo 10º.- Las Repúblicas de Bolivia y Paraguay, renovando el compromiso de no agresión estipulado en el Protocolo de 12 de junio de 1935, se obligan solemnemente, a no hacerse la guerra, ni a emplear, directa o indirectamente, la fuerza como medio de solución de cualquier diferendo actual o futuro.
Sin en cualquiera eventualidad no llegaran a resolverlos por negociaciones diplomáticas directas, se obligan desde ahora, a recurrir a los procedimientos conciliatorios y arbitrales que ofrece el Derecho Internacional, y especialmente, las Convenciones y Pactos americanos.
Artículo 11º.- El presente Tratado será ratificado por la Convención Nacional Constituyente de Bolivia y por un plebiscito nacional en el Paraguay; en ambos casos, la ratificación deberá producirse en el término de veinte días contados a partir de la fecha de suscrición de este Tratado. El Canje de ratificaciones se efectuará en el mas breve plazo ante al Conferencia de Paz.
Artículo 12º.- La Partes declaran que en caso de que no fuese obtenida la ratificación a que se refiere el Artículo anterior, el texto y contenido de este Tratado no pueden ser invocados para fundar sobre ellos alegatos, ni pruebas en ulteriores instancias, o procedimientos de Arbitraje o Justicia Internacional.
En fe de los cual, los representantes de Bolivia y Paraguay, juntamente con los Delegados Plenipotenciarios que representan a los Países Mediadores en la Conferencia de Paz, firman y sellan el presente tratado en tres ejemplares, en Buenos Aires, a los veintiún días del mes de julio del año mil novecientos treinta y ocho.
(L. S.) E. Diez de Medina.
(L. S.) Enrique Finot.
(L. S.) Cecilio Béez.
(L. S.) José F. Estigarribia.
(L. S.) Luis S. Riart
(L. S.) Efrain Cardozo.
(L. S.) José María Cantillo.
(L. S.) José de Paula Rodríguez Alves.
(L. S.) Orlando Leite Ribeiro.
(L. S.) Manuel Bianchi.
(L. S.) Spruille Braden.
(L. S.) Felipe Barreda Laos.
(L. S.) Luis Fernán Cisneros.
(L. S.) Eugenio Martínez Thedy.
(L. S.) Isidoro Ruiz Moreno.
(L. S.) Pablo Santos Muñoz.
Fuente
Bergonzi, Osvaldo – Semanario “El Colorado”.  Asunción, Paraguay.
Chávez, Julio César – Compendio de Historia Paraguaya – Ed. Intercontinental, Asunción (2011).
Diario ABC – La Paz del Chaco
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
El Tratado de Paz, Amistad y Límites con la República de Bolivia.  Imprenta Nacional, Asunción 1938.
Portal www.revisionistas.com.ar

lunes, 6 de julio de 2015

La Revolución Francesa mirada por una niña 



En la sociedad francesa, todavía podían distinguirse durante el siglo XVIII tres estados o estamentos con diferentes derechos y obligaciones: el clero, la nobleza y el Tercer Estado. Este último incluía el 95% de la población y estaba constituido por grupos heterogéneos, burgueses (comerciantes y profesionales), obreros y campesinos. Mientras el clero y la nobleza casi no pagaban impuestos y concentraban el mayor porcentaje de tierras, el Tercer Estado, carente de todo poder político, estaba abrumado por los impuestos. Cuando en 1789 la miseria y el hambre hacían crisis, el rey Luis XVI convocó en Versalles a los Estados Generales. Esta asamblea sería el punto de partida de la Revolución. 

Un día en la vida de Odette, hija de la Revolución Francesa “Abuela, te contaré todo desde el día en que se reunieron los Estados Generales. La noche anterior, papá nos reunió a Pierre, a Nicole y a mí y nos contó que el rey los había convocado para hacer frente a la crisis de hambre, pobreza y descontento que hay en Francia. Yo no sé si tú en el campo has tenido problemas para alimentarte; pero lo que es aquí en París es casi imposible encontrar harina. Mamá tiene que hacer colas durante horas para conseguir apenas unos gramos y pagar carísimo. El día de los Estados Generales salimos a la calle a ver a los diputados que se dirigían hacia Versalles. Nunca me voy a poder olvidar de esos doscientos diputados vestidos enteros de negro que representaban al Tercer Estado, a nosotros; ¡al pueblo! [...] Tras los diputados venían los nobles, tan elegantes, vestidos con encajes, sombreros con plumas y trajes orillados en oro. A su paso, las voces que habían vivado a los diputados del pueblo se silenciaron abruptamente. Tampoco hubo aclamaciones para los hombres de la Iglesia que los seguían. Después, mis hermanos y yo acompañamos a mamá a la casa de la marquesa de Chambord a entregarle un vestido. Cuando llegamos [...] nos abrió un lacayo con librea de terciopelo verde y nos hizo pasar hasta el salón, [...] las paredes estaban cubiertas de un género carmesí y sobre ellas colgaban tapices con escenas de caza. Los espejos sobre las tres chimeneas multiplicaban la estancia y, aunque eran las tres de la tarde, los candelabros estaban encendidos. ¿Te das cuenta el despilfarro? [...] La marquesa vestía un traje de raso azulino orlado de encajes de color crema. Su peinado era alto, con un voluminoso moño hecho de cientos de bucles. Mamá le entregó el vestido y la mujer, en lugar de pagar, se quejó por el atraso. –Perdone, señora marquesa –dijo mi mamá turbada– pero en estos días es tan difícil conseguir los hilos... Además no sabe usted el tiempo que pierdo en hacer colas para conseguir alimentos. La marquesa hizo como que no escuchaba y nos ofreció unos pancitos de anís [...]; por lo demás, ni siguiera pagó por el vestido y le dijo que volviera después. ¿Te acuerdas cuando los curas y los nobles no quisieron juntarse con el pueblo en los Estados Generales y el Tercer Estado se constituyó en Asamblea Nacional? Bueno, sucedió que los representantes del Tercer Estado juraron solemnemente “no separarse más hasta que la Constitución sea establecida y fundamentada”. Mi papá me dijo que desde ese momento el rey tendría que gobernar con la Asamblea Nacional. El domingo 12 de julio, cuando se supo que el rey había echado a Necker5, su ministro de Finanzas. Mi papá y sus amigos comentaban que Necker nos defendía y que sin él los pobres iban a tener aún menos pan y aún más impuestos. Desde ese momento, la gente comenzó a salir a la calle al grito de: ‘¡A las armas, patriotas!’. Esa noche, cuando papá volvió de su trabajo en el taller estaba magullado y corría un hilo de sangre por su frente. Nos contó que venía por las Tullerías cuando vio que una multitud se agolpaba en torno a un diputado del Tercer Estado que arengaba al pueblo diciendo: ‘Necker ha sido despedido, no podemos esperar más: ¡tenemos que recurrir a las armas!’. Estaba en medio del discurso cuando una tropa de soldados a caballo irrumpió en el lugar y se abalanzó sobre la multitud, hiriendo a muchos. Mi papá se despertó tirado en el suelo. Esa noche varias personas llegaron a nuestra casa a prevenirnos: se decía que el rey y los nobles se aliarían para masacrar al pueblo. Y nos contaron que los parisinos, para defenderse, estaban saqueando todos los depósitos de armas de la ciudad. Esa noche Marie vino a buscarme y me dijo que su padre y hermanos mayores habían partido a Los Inválidos, al igual que mi padre, y me propuso que los siguiéramos. Y cuando las campanas de la iglesia dieron las seis de la mañana, Marie y yo nos encontramos en medio de una enorme muchedumbre. El pueblo se agolpaba frente a Los Inválidos. Algunos ciudadanos distribuían fusiles; otros tenían cañones. Se empezaron a oír voces que gritaban ‘A La Bastilla, a buscar pólvora para nuestros cañones’. El sol estaba en lo alto cuando el tumulto llegó frente a los torreones de La Bastilla, que contenía los arsenales de pólvora. Un viejo de barba anunció a voz en cuello: ‘–El gobernador se niega a bajar el puente’. Entonces se escuchó un terrible estruendo: el primer piquete de hombres había cortado a golpes de hacha las cadenas del puente. Una oleada de hombres se abalanzó a cruzarlo. Y en ese momento los primeros disparos salieron desde la fortaleza. ¡Ay, abuela: los heridos y los muertos comenzaron a caer! Un estallido de cañones terminó por abatir las últimas puertas de La Bastilla y la fortaleza fue invadida. Parecía que todo París hubiera entrado en La Bastilla. En ese momento corrimos hasta llegar a casa. Papá volvió muy tarde, estaba pálido y sucio y nos dijo: ‘–Cayó La Bastilla. He visto la cabeza del gobernador en la punta de una bayoneta’. Los días que siguieron nos asustamos mucho por ti. Llegaron noticias de que bandas de malhechores robaban en los campos; quemaban y saqueaban todo a su paso. También supimos de campesinos que incendiaron los castillos y de muchos muertos. Días después mi padre dijo que íbamos a celebrar porque ahora todos éramos libres e iguales. Así lo decían las primeras palabras de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que proclamó solemnemente la Asamblea Nacional.“ “El rey, como Odette pensaba, no solucionaría los problemas del pueblo ni tendría larga vida. Los sucesos más sangrientos aún no comenzaban. Para que la paz se instaurara en Francia tendrían que morir muchas personas; entre ellas el padre de Odette [...].” 

Tomado de Balcells y Güiraldes. Un día en la vida de Odette, hija de la Revolución Francesa, Chile, Editora Zig-zag, 1993
Urquiza y la incorporación de Buenos Aires a la Confederación Argentina
El 23 de octubre de 1859 tuvo lugar la batalla de Cepeda entre los ejércitos de Buenos Aires y de la Confederación, comandados por los generales Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza respectivamente. El ejército porteño fue sorprendido y vencido por las fuerzas de la Confederación. Tras la batalla, se iniciaron las negociaciones que culminaron con la firma del Pacto de Paz y Unión en San José de Flores, que puso fin la segregación de la provincia de Buenos Aires y comenzó el proceso de reincorporación de esta provincia a la Confederación Argentina, que se consolidaría tras la batalla de Pavón en septiembre de 1861.  Reproducimos a continuación la proclama del presidente Urquiza al momento de emprender su campaña por la integridad nacional el 25 de mayo de 1859.
FuenteEl Nacional Argentino, 2 de junio de 1859, año VIII, Nº 48; en Beatriz Bosch, Urquiza y su tiempo: La Organización Nacional, Centro Editor de América Latina, 1984
Proclama del Presidente Urquiza a los pueblos y a sus ejércitos
Cuando afirmado por muchos años de dominio, parecía inconmovible el poder despótico del general Rosas, que negaba a los pueblos argentinos la Constitución y las garantías que ellos reclamaban, yo arriesgué mi fortuna, mi familia y mi vida, poniéndome al frente del movimiento regenerador en que entró después la Nación entera.
Mi pensamiento entonces fue alcanzar para mi país los beneficios de la libertad, devolviendo a la Nación sus derechos e invitándola a constituirse definitivamente de una manera regular y permanente.
Fui impulsado por un sentimiento purísimo de patriotismo y sin trepidar puse en la balanza los sucesos, con mi espada, la alta posición que debía al pueblo entrerriano, y mi cabeza; no podía hacer a la patria mayor ofrenda.
Sacrifiqué en sus aras todo interés personal y me consagré a la grande obra de la nacionalidad argentina, abriendo la campaña gloriosa del Ejército Grande, con el concurso de lo más sano, ilustrado y valiente, que lucía en las filas de los viejos partidos, que habían dividido la República.
En algunos días se había cambiado la situación política del país. El cielo había protegido a los campeones de la libertad que seguían la bandera que yo llevaba, y la victoria de Caseros coronando nuestros esfuerzos, dio en tierra con un régimen que ya era incompatible con las exigencias de los pueblos argentinos, y con el espíritu del siglo. El 3 de febrero de 1852 fue el punto final de una época tempestuosa, que la Providencia me eligió para cerrar. El 3 de febrero de 1852 empezó para los argentinos una nueva era de reconciliación, de fraternidad, de fusión, de organización, de libertad y de civilización. Tal fue al menos mi propósito.
Todavía duraba el entusiasmo del triunfo, cuando en nombre de la patria y con toda la sinceridad de mi alma de que tantas pruebas ha dado al país, declaré para su gloria y con su aplauso, que el triunfo era de la Nación, no de un partido, dije: no hay vencedores, ni vencidos. Era una victoria sin derrota. Era el precursor en la reconciliación de la familia argentina, el emblema de la fusión política, la voz de la civilización cristiana y el lema de la igualdad ante la ley.
No hay vencedores, ni vencidos quiere decir: no hay unitarios, ni federales, no hay proscriptos, ni perseguidos; no hay responsabilidad política por el pasado; todos somos iguales, todos somos hermanos; unámonos los argentinos a la sombra de la bandera de Mayo; hagámonos dignos de ella, contribuyendo todos a la paz, a la prosperidad y al engrandecimiento de nuestra dilacerada patria.
Mis intenciones eran puras. No perseguí a nadie, no hice preferencias. Busqué las aptitudes, la idoneidad sin distinción de colores políticos. Quise que el país se constituyera, se diera leyes y se organizara, como una nación culta y poderosa puede serlo.
Bajo mis auspicios, las provincias confederadas hoy, legítimamente representadas entonces, promulgaron su pacto de alianza perpetuo e indisoluble; se constituyeron; y la Nación existe. 
La provincia de Buenos Aires que se había convulsionado el 11 de septiembre de 1852, resistía entre tanto el Acuerdo de San Nicolás en sus detalles, pero sin atacar el sistema federal, se declaraba nacionalista, y sólo podía ser oída de otro modo. Este movimiento degeneró después en sus fines.
Podía emplear la fuerza nacional y comprimir. Preferí hacer oír la razón y convencer. Movido por el deseo de evitar la efusión de sangre argentina, y haciendo a aquella benemérita provincia argentina árbitro de sus propios destinos, envié a uno de mis jefes inmediatos, al coronel Báez en misión especial, para que la invitase a formular sus deseos de manera que ellos pudieran ser apreciados con claridad y precisión, por su hermanas confederadas hoy.
Son del dominio público esos documentos, que atestiguarán siempre ante el mundo, la nobleza de proceder y la humanidad de sentimientos que me llevaban hasta reconocer la revolución, pidiéndole su expresión genuina por el amor de la paz y el deseo de la organización e integridad nacional.
Poco después, la campaña de la provincia disidente se pronunció en contra de la autoridad de hecho que regía en la ciudad. Yo me presenté allí como pacificador entre los partidos y desgraciadamente no fui comprendido.
La serie de vicisitudes porque ha pasado aquella provincia, sus luchas intestinas, sus desgracias, los males de un provisorio prolongado, se hubieran evitado por una sincera adhesión al pacto federal, que ha previsto todos los casos; para que fueran oídos los reclamos justos y atendidas las exigencias locales de cada provincia argentina, legalmente representadas en el congreso nacional.
En medio de las dificultades consiguientes a tal estado de, la Nación Argentina dio un gran paso para su organización definitiva; toda ella reconoció y adoptó como régimen legal de gobierno al sistema federal.
La constitución misma de la provincia disidente, contrae en su primer artículo la obligación de delegar expresamente en un gobierno federal, parte de la soberanía interior y exterior, así que cese la situación provisoria en que está mantenida por intrigas y artificios que la Historia ha de juzgar con la misma severidad que merece de los contemporáneos.
Se complacieron en exacerbar las pasiones para hacer la división más profunda; ella debe cesar. La victoria de Caseros ha sido el sepulcro de los viejos partidos. Derrotado el sistema centralizador y ultraunitario del general Rosas, la opinión pública se manifestó uniformemente a favor de la independencia provincial, que es la base del gobierno federal, y la Nación Argentina ligada por los indisolubles vínculos de la ley, apareció por primera vez en nuestra historia, de acuerdo toda sobre el principio político que debía regirla.
La idea federal, en su realización práctica, es la aspiración legítima  de los pueblos argentinos.
Las ambiciones mezquinas de los hombres sin patria, ni fe política que oprimen a Buenos Aires, lanzaron sobre mi nombre la calumnia y la injuria en retribución de mis sacrificios y de mi dedicación al bien general, y para cohonestar sus propósitos de anarquía levantaron la enseña de un partido viejo; se declararon unitarios. Ese cambio de sistema que ataca esencialmente la misma constitución que mana de septiembre en aquella provincia, a la vez que amenaza el orden público de la Confederación, fue seguido de toda clase de violencias; las elecciones para diputados fueron practicadas por el gobierno de hecho contra la voluntad manifiesta del pueblo de Buenos Aires que quería y quiere la unión nacional; cuatro mil ciudadanos naturales de aquella provincia vagan hoy fuera de sus hogares perseguidos por sus opiniones nacionalistas; aquél consume anualmente cien millones de pesos papel para mantener la posición que asume; la dilapidación toma proporciones desconocidas antes en estos países; las provocaciones a la guerra se suceden, y la intriga se extiende por todos los medios a las provincias confederadas, al mismo tiempo en que, suprimiendo todas las garantías individuales, la simple sospecha de tener opiniones nacionalistas, basta para que la calificación de espía autorice la expulsión o el arbitrario castigo impuesto por una autoridad que no ha temido resucitar la confiscación de bienes como pena en que incurre todo aquel que directa o indirectamente contribuye a que la provincia de Buenos Aires  vuelva a hacer (sic) parte de la Nación Argentina; los mejores ciudadanos fueron proscriptos, entre ellos cuatro generales de la Nación, y ciertos empleados civiles y militares, degradados o depuestos. No se comprende el régimen especial que hoy esclaviza a Buenos Aires; rige allí una constitución que prescribe expresamente la delegación a un gobierno federal del poder que corresponde a la Nación, y no obstante el titulado gobierno provincial se declara unitario por sistema, en abierta oposición con la prescripción constitucional. No tiene ese círculo ni el personal, ni el dogma político del antiguo partido unitario, cuyos principales hombres han contribuido con sus esfuerzos a echar los cimientos de la magna obra de la nacionalidad argentina y está hoy a su servicio; pero tiene sí, la intención de resucitar los viejos odios para resucitar con ello la guerra civil.
Fracasarán en  su sacrílega empresa. El país quiere el orden. La extinción de los viejos partidos es un hecho consumado ya; y la fusión es práctica y efectiva en la Confederación.
Mientras el círculo que domina en Buenos Aires se presentó al amparo de la idea federal, sólo en disidencia de detalles para su aplicación, el gobierno de la Confederación toleró, contemporizó y esperó que el tiempo y el mejor conocimiento de los propios intereses locales y nacionales trajeran a más dignos sentimientos a los hombres de la situación; pero cuando implícitamente declaran su intención de derrocar las constituciones federales, que uniforman el pensamiento político y representan los intereses nacionales argentinos, bajo el pretexto de un absurdo unitarismo sin hombres, ni programa, no cabe la elección; se hace necesario sofocar la anarquía al nacer, preservar y proteger de toda eventualidad los vínculos que nos ligan y hacen de la Nación Argentina un cuerpo político sujeto a reglas determinadas de buen gobierno que se deben fortificar, para que lleguemos un día después de tantas desgracias, a ocupar en el mundo civilizado el puesto que nos pertenece.
La provincia de Buenos Aires está llamada a tomar una parte activa en este gran propósito. No lo alcanzaremos jamás mientras vivamos fraccionados y devorados por las perpetuas luchas de los viejos partidos, con los mezquinos intereses o las ciegas pasiones que traen por séquito el desorden y el atraso general.
El porvenir de la patria está cifrado en el afianzamiento del régimen federal. Alarmados los pueblos confederados por las demasías del círculo demagógico que oprime a la provincia hermana disidente, se reunieron espontáneamente; los pronunciamientos se sucedieron en las provincias de la Confederación y el cintillo punzó que llevamos a Casero, reapareció como divisa de guerra, como una demostración del entusiasmo popular por repetir la cruzada y la victoria que ha de afianzar los principios entonces conquistados y no como divisa de partido.
La disidencia de Buenos Aires respecto al modo de federarse se convierte en una negativa absoluta a federarse. Es el rompimiento de la tradición argentina, la separación de la comunidad, la fórmula de un cambio total en la forma de gobierno reconocido. ¡Es una tentativa de desmembración!
Los apóstoles de la anarquía, los fautores de la guerra civil, esos hombres que, sin título para ello, ni programa político se llaman unitarios con el siniestro fin de provocar la reaparición de los viejos partidos, para envolvernos de nuevo en los males de una lucha ya terminada, han querido hacer entender a sus pocos parciales, que ese cintillo punzó era el prólogo de una era de tiranía y matanza, de proscripción y de degüello, de persecución y de confiscación y olvidando mis servicios, servicios a que deben la libertad de que gozan, calumniándome atrozmente, me presentan como jefe de una horda de bandidos pronta al exterminio y a la carnicería, sediento de sangre y ávido de venganza, haciéndome responsable y solidario de los excesos y extremos a que puse término en Caseros.
La provincia de Buenos Aires no puede ser unitaria, sino separándose para siempre de la Confederación como desea el círculo que la domina, o conquistando las provincias federales para hacerlas unitarias a pesar suyo. Como jefe de la Nación no puedo consentir en la desmembración de aquella provincia. Como jefe de la Nación mi deber es prevenir a los pueblos argentinos de la celada que les tienden para hacerlos caer de nuevo en el abismo de la guerra civil, que hemos cegado ya.
Los viejos partidos pertenecen a la historia; sus distintivos, como sus hechos han pasado ya. No son unitarios, ni son federales nuestros adversarios, porque no prefieren sistema; son enemigos de la nacionalidad y partidarios del aislamiento para usufructuar el poder que usurpan.
Una situación nueva, una era nueva de organización nacional y de sistemas regulares de gobierno es la aspiración suprema de los pueblos, cuyo intérprete fue antes y después de la gran victoria con el dios de los ejércitos quiso favorecer la causa de la civilización argentina.
La cuestión no es, pues, de los viejos partidos, sino de las nuevas ideas. La separación de Buenos Aires, abandonada al furor de sus verdugos, o su incorporación a la Nación, para que ocupe en ella el distinguido puesto que le corresponde, son los términos del dilema de hierro a que nos trae el círculo malo que combatimos.
La Constitución de Mayo garante la integridad provincial, y tanto ella como la constitución que Buenos Aires se ha dado, consagran la integridad nacional.
La integridad nacional está amenazada. Así lo ha comprendido el congreso legislativo federal al autorizarme por ley del 20 del corriente para resolver por medio de negociaciones pacíficas o por medio de la guerra, la cuestión de la integridad nacional respecto de la provincia disidente. Así lo ha comprendido el Poder Ejecutivo en ejercicio, según los bellos considerandos en que funda su decreto.
Los precedentes históricos que dejo consignados prueban la justicia y el buen derecho con que el Congreso y el Gobierno proceden, levantando en alto el espíritu y el sentimiento nacional, a que obedezco con toda la efusión de mi alma. La cuestión es, pues, de integridad nacional. He aquí el lema que llevaremos en nuestros pendones y que consagrará la victoria.
El fin es santo. Los medios de que dispone la Nación son irresistibles y Dios protege la causa del gran pueblo argentino, cuyas desgracias van a terminar. Todos los argentinos servimos la causa hermosa de la integridad nacional, como lo han probado los pueblos al secundar el pronunciamiento del Uruguay. Los enemigos los contamos por sus crímenes contra el honor y la libertad de Buenos Aires.
La nueva era tiene su símbolo: la Constitución. En Caseros triunfó la idea federal; hecho consumado ya, como lo será pronto y también por la fusión política, el triunfo de la integridad nacional, complemento de aquella victoria.
No llevaremos la guerra de conquista a nuestros hermanos de Buenos Aires, le llevaremos la paz, la libertad, la ley, la unión y el abrazo fraternal que ha de hacer sólida y perpetua la organización y la integridad nacional.
Y con ella, y por ella, la inmigración y los capitales extranjeros atraídos por la paz general, la civilización y el progreso de instituciones sabias y liberales, la circulación de la riqueza facilitada por las vías de circulación que serán creadas con las rentas que hoy absorben y esterilizan las atenciones de la guerra intermitente de intrigas y acechanzas que vamos a deshacer.
Resuelto este gran problema, no será interrumpida ni perturbada ya la marcha ascendente de nuestro país; su desarrollo moral no tendrá más límites que los de la ciencia; su desenvolvimiento material no tendrá límites; porque poseemos campos fértiles, producciones ricas, clima benigno e interminables ríos que surcan territorios donde la seguridad y la estabilidad que dará la ley obedecida en la nación íntegramente organizada, concentrarán los adelantos del siglo, para recogir (sic) mil por ciento, en cambio de los progresos y mejoras que la paz no puede dejar de traer a un país que no tiene, ni teme más enemigos que las pasiones ruines de sus malos hijos.
La provincia de Buenos Aires va a recibirnos como sus hermanos y libertadores. Sus más valientes hijos engrosarán las filas de los ejércitos de la Nación. Las armas nacionales radicando la libertad en la ley, devolverán al proscripto su hogar, al ciudadano sus garantías, a los pueblos la paz, a los argentinos la quietud y a la patria su esplendor, para que cese el escándalo de nuestras luchas fratricidas y organizados  y fuertes, podamos mostrar con nuestros hechos que, en efecto, se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación, ¡He ahí, argentinos, la grande obra que ambiciono complementar!
He ahí los votos que formulé en Caseros, victorioso. Aspiro a que la gran nación sea de hecho, una e indivisible. Y esa es mi única aspiración. Y la proclamo, obedeciendo a la alta misión que acaban de confiarme los pueblos y sus legisladores, en el gran día de la patria argentina, porque es profunda mi fe en la realización del porvenir venturoso que presintieron nuestros heroicos padres, al proclamar la libertad de un pueblo, que sólo necesita estar unido para elevarse a los altos destinos que merece por su valor y sus virtudes.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar
El testamento de Rosas
El 14 de marzo de 1877 moría en Southampton, Inglaterra, el general Juan Manuel de Rosas. Este importante estanciero, dirigió y condicionó los destinos de la provincia de Buenos Aires entre 1829 y 1852. La sala de representantes le otorgó las facultades extraordinarias y el título de Restaurador de las Leyes. Desde su cargo, Rosas llevó a cabo una administración ordenada, recortando gastos y aumentando impuestos.
Su política favoreció a los grupos dominantes porteños que no estaban dispuestos a compartir las rentas de la aduana con el resto de las provincias. Más tarde, con el éxito obtenido en su campaña contra el indio, el restaurador logró aumentar aun más su prestigio político entre los propietarios bonaerenses, que a su vez incrementaron su patrimonio al incorporar nuevas tierras.
Son rasgos emblemáticos de su gobierno el uso obligatorio de la divisa punzó, el riguroso control de la prensa y una represión a la oposición realizada por la Sociedad Popular Restauradora, conocida como la "mazorca".
En 1845, el puerto de Buenos Aires fue bloqueado por una flota anglo-francesa que intentaba obtener la libre navegación del río Paraná. El 20 de noviembre tendría lugar el  enfrentamiento con fuerzas anglo-francesas conocido como la Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro.  El encargado de la defensa del territorio nacional fue el general Lucio N. Mansilla, quien tendió de costa a costa barcos sujetos por cadenas. La escuadra invasora contaba con fuerzas muy superiores a las locales. A pesar de la heroica resistencia de Mansilla y sus fuerzas, la flota extranjera rompió las cadenas colocadas de costa a costa y se adentró en el Río Paraná, pero el episodio le valió a Rosas la admiración y el apoyo de importantes personalidades dentro y fuera del país.
Tras ser vencido en la batalla de Caseros, Rosas se exilió en Gran Bretaña, donde volvería a dedicarse a las tareas rurales. A continuación transcribimos, fragmentos de su testamento escrito en el exilio quince años antes de su muerte.
Fuente: Viola, Liliana, El libro de los testamentos, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1997.
Testamento de Juan Manuel de Rosas (Fragmentos)
Southampton, veintiocho de agosto de mil ochocientos sesenta y dos.
En el nombre de Dios todopoderoso, y el de María, su Santísima Madre, yo, Juan Manuel Ortiz de Rosas y López, por el presente renuevo éste mi Testamento, que escribo en mi entero juicio, con mi propia mano, y completamente bueno.
1- Como desde mi juventud he tenido siempre hecho mi testamento, que he renovado muchas veces, según lo he necesitado, declaro sin ningún valor, en ningún tiempo ni casos, todos y cada uno de los anteriores.
2- Nombro por mi Albacea al Honorable Lord Vizconde Palmerston, con facultad para nombrar otro en su lugar en los casos que le fueren necesarios. En el de su muerte, nombro a la persona que desempeñe el Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno de Su Majestad Británica. Así procedo porque, habiendo el Gobierno de Buenos Aires confiscado injusta e ilegalmente mis bienes, entre los que están envueltos los de mi hija, Manuelita de Rosas de Terrero, que tiene dos hijos ingleses, los más de diez años que tengo de residencia en este país, sin haber salido fuera de sus límites ni un sólo día, con una conducta honrada, y las tan finas como amistosas consideraciones con qué me ha favorecido el Honorable Lord Vizconde Palmerston, me impulsan, y animan, a ésta elección.
3- Mi funeral debe ser solamente una misa rezada, sin pompa ni aparato alguno.
4- Mi cadáver será sepultado en el cementerio católico de Southampton, en una sepultura moderada, sin lujo de clase alguna, pero sólida, segura y decente, si es que hay como hacerlo, así con mis bienes, sin perjuicio de mis herederos.
En ella se pondrán a la par de los míos los de mi compañera Encarnación, y los de mi padre y madre, si el gobierno de Buenos Aires lo permite, previa la correspondiente súplica. (...)
6- A nadie debo algo ni en dinero, ni en cosa alguna que lo valga, pero cuando mis bienes me sean devueltos, hay que pagar las cuatro mil libras esterlinas, que debo entonces devolver y entregar con los intereses correspondientes, según las contratas que están en mi poder. (…)
7- Soy acreedor del estado de Buenos Aires por el importe de (116.000) ciento diez y seis mil reces, novillos y vacas gordos, cuarenta mil seiscientas ovejas, todo de mi propiedad consumidos los unos y empleados los otros en los ejércitos de Buenos Aires. (…)
8- Todo cuanto me deben los pobres lo cedo en su beneficio. (…)
10- Todas las alhajas que tiene mi hija, Manuelita de Rosas, de Terrero, que yo le compré, o le di son de su pura y legítima propiedad.
11- He entregado a mi dicha hija las escrituras de las cinco casas siguientes, que le pertenecen por herencia materna. - La que fue de Don Diego Agüero. - A ésta corresponde el jardín de los corredores, y su terreno. La que fue de Don Carlos Santa María. - De ésta es el patio de los cinco naranjos y una lima. - La comprada a Doña Rafaela de Arce.- (…)
12- A Eugenia Castro en correspondencia al cuidado con que asistió a mi esposa, Encarnación, a habérmelo recomendado ésta poco antes de su muerte, y a la lealtad con que me sirvió asistiéndome en mis enfermedades, se le entregarán por mi Albacea, cuando mis bienes me sean devueltos, ochocientos (800) pesos fuertes metálicos.
13- A la misma Eugenia Castro, pertenecen la casa que fue de su finado padre, el coronel Don Juan Gregorio Castro, cita, de la Concepción para el campo, la que le entregué como de su legítima herencia, y un terreno contiguo que para ella compré y regalé. (…)
ADICIONES
(…)
2- La manda 4 la reformo del modo siguiente: Mi cadáver será sepultado en el cementerio católico de Southampton hasta que en mi patria se reconozca y acuerde por el gobierno la justicia debida a mis servicios.
Entonces será enviado a ella previo el permiso de su gobierno y colocado en una sepultura moderada, sin lujo ni aparato alguno, pero sólida, segura y decente, si es que haya cómo hacerlo así con mis bienes, sin perjuicio de mis herederos.
En ella se pondrá a la par del mío, el de mi compañera Encarnación, el de mi padre, y el de mi madre.
Cuando mi cadáver se conduzca al cementerio, que será dos días después de mi muerte, el carro fúnebre que lo lleve, será acompañado solamente de un coche con tres o cuatro personas. (…)
7- Cuando se casó Manuelita le regalé también un ejemplar del libro de la nobleza de mis antepasados. El otro que tengo, si no lo regalo antes de mi muerte, será entregado a mi hijo nieto, Manuel Máximo, a quien llamo “Nepomuceno José”, por recuerdo noble, amor y respeto a la memoria de su padre abuelo y del hermano de éste, mi padrino de casamiento, e inolvidable amigo, honorable y noble canónigo dignidad Don José María Terrero. (…)
9- La manda 2O que dice: “La mitad de mis libros impresos en español se entregará a mi hijo Juan y la otra mitad a Manuelita” queda reformada así: “Mis libros en español se entregarán a mi hija Manuelita. Muerta ésta a su esposo Máximo, muerte éste a sus hijos por escala de mayor edad”. (…)
30-El loro Blagard lo dejo a Máximo, muerto éste  Manuelita, muerta  ésta a Manuel Máximo, muerto éste a Rodrigo.*
*La ortografía ha sido modernizada para una mejor comprensión
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
La llegada de los españoles, según el fraile Bernardino de Sahagún *
Este 12 de octubre se cumplen 520 años de la llegada de los españoles a la tierra que se denominó América, en honor al navegante Américo Vespucio. Luego de la llegada de Cristóbal Colón a una de las islas antillanas, en poco tiempo llegaron centenares de conquistadores españoles, dirigiéndose tanto hacia el norte como hacia el sur del continente descubierto. En esta oportunidad, recordamos la brutal conquista con el relato que hizo el fraile franciscano Bernardino de Sahagún del encuentro y posterior enfrentamiento entre españoles y los varios pueblos que habitaban en el actual territorio de México, entre ellos, los llamados aztecas, verdaderamente denominados mexicas, que Sahagún traduce por mexicanos.
Con su vasta obra, que llevó el nombre Historia general de las cosas de Nueva España,Sahagún realizó un aporte invalorable a la conservación del conocimiento de la cultura indígena. Su labor la realizó a partir de la década de 1530, desde el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, una institución a la cual asistía la elite indiana. Sahagún dominó perfectamente el idioma mexica, denominado náhuatl, y junto a una decena de colaboradores indígenas desarrolló su investigación sobre la cultura local, entrevistando a numerosos nobles indios. Su Historia general... comenzó a ser escrita hacia 1549 y quedó completa casi treinta años más tarde. Conocida hoy como Códice florentino, la enorme reseña fue originalmente escrita en náhuatl, pero se dispuso la traducción al español de numerosos párrafos. Fue acompañada por cerca de 2000 ilustraciones de artistas locales. Dividida en doce libros, describe los orígenes y atributos de los dioses mexicanos, sus creencias, conocimientos de la naturaleza, descripciones políticas y organizativas de aquellos pueblos, e incluye sus oraciones y plegarias. La obra del fraile tardó siglos en ser reconocida y en varias oportunidades estuvo a punto de ser destruida por las autoridades del reino español.
Pocos años antes de su fallecimiento, Sahagún recompuso la versión del último libro de su obra, el número 12, sobre la conquista de México, que transcurrió entre 1519 y 1521. Con gran influencia de la visión indiana, pone de relieve numerosos aspectos que llevaron al fin del imperio mexica: la ambición y crueldad española, la incredulidad e ingenuidad de Moctezuma, la superioridad bélica de los europeos, la colaboración con los españoles de varios pueblos locales, enemigos de los mexicas, la fulminación bacteriana de los pueblos indígenas, entre otros. Además, puso de relieve la pesadez vivida por Moctezuma ante el inevitable destino del regreso de los dioses (confundidos con los europeos) y la marcada diferencia entre éste y su sucesor, el joven Cuauhtémoc. Una vez tomada la ciudad, los mexicas, como los incas en la región andina, debieron enfrentar a un enemigo implacable.
Autor: Bernardino Sahagún, Historia de la conquista de México, México, Imprenta de Galván, 1829.
Libro Doceno. De la conquista de la Nueva España que es la Ciudad de México.
Diez años antes que viniesen los españoles a esta tierra apareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa, y es, que apareció una llama de fuego muy grande, y muy resplandeciente: parecía que estaba tendida en el mismo cielo, era ancha de la parte de abajo, y de la parte de arriba aguda (...) Parecía que la punta de ella llegaba hasta el medio del cielo (...) Y salía con tanto resplandor que parecía de día (...) Esto duró por espacio de un año cada noche. (...) Cuando aparecía a la media noche, toda la gente gritaba y se espantaba: todos sospechaban que era señal de algún gran mal.
La segunda señal que aconteció fue que el chapitel de un Cú [templo] de Vitzilopuchtli, que se llamaba Tlacoteca, se encendió milagrosamente y se quemó: parecía que las llamas de fuego salían de dentro de los maderos de las columnas, y muy de presto se hizo ceniza...
La tercera señal fue que cayó un rayo sobre el Cú [templo] de Xiuhteoutli, dios del fuego, el cual estaba techado con paja, llamábase Tzumulco: espantáronse de esto porque no llovió sino agua menuda (...) ni hubo tronido...
La cuarta señal fue que de día haciendo sol cayó una cometa. Parecían tres estrellas juntas que corrían a la par muy encendidas y llevaban muy grandes colas (...) y sonó grandísimo ruido en toda la comarca.
La quinta señal fue que se levantó la mar, o laguna de México con grandes olas: parecía que hervía (...) Llegaron las olas muy lejos y entraron entre las casas...
La sexta señal fue que se oyó de noche en el aire una voz de una mujer que decía: ¡Oh, hijos míos, ya nos perdemos! algunas veces decía: ¡Oh, hijos míos, adónde os llevaré!
La séptima señal fue que los cazadores de las aves del agua, cazaron un ave parda del tamaño de una grulla, y luego la fueron a mostrar a Moctezuma (...) Tenía esta ave en medio de la cabeza un espejo redondo (...) como la vio Moctezuma espantóse, y la segunda vez que miró en el espejo que tenía el ave: de ahí un poco vio muchedumbre de gente junta que venían todos armados encima de caballos...
La octava señal fue que aparecieron muchas veces monstruos (...) llevábanlos a Moctezuma, y (...) luego desaparecían.
[...]
La primera vez, que aparecieron navíos en la costa de esta Nueva España, los capitanes de Moctezuma que se llamaban Calpixques que estaban cerca de la costa, fueron a ver qué era aquello que venía, que nunca habían visto (...) Entraron en las canoas y comenzaron a remar hacia los navíos (...) y vieron los españoles, besaron todos las proas (...) en señal de adoración, pensaron que era el Dios Quetzalcoatl que volvía, al cual estaban ya esperando según parece... [...] Como hubo oído Moctezuma las nuevas de los que vinieron de la mar, mandó luego llamar al más principal de ellos, que se llamaba Cuextecatl, y los demás que habían venido con la mensajería, y mandólos que pusiesen guardas, y atalayas en todas las estancias de la ribera de la mar... [...] [luego mandó a llevarles presentes]. Como estuvieron delante del capitán D. Hernando Cortés, besaron todos la tierra en su presencia, y habláronle de esta manera: “­Sepa el dios a quien venimos a adorar en persona de su siervo Moctezuma, el cual le rige y gobierna la ciudad de México...” y luego sacaron los ornamentos que llevaban, y se los pusieron al capitán D. Hernando Cortés (...) El capitán dijo: “¿­hay otra cosa más que esto?” Dijéronle, “señor nuestro, no hemos traído mas cosas que estas que aquí están”. El capitán los mandó a atar, y mandó soltar tiros de artillería, y los mensajeros que estaban atados de pies y manos, como oyeron los truenos de las bombardas, cayeron en el suelo como muertos...
[...]
En el tiempo que estos mensajeros fueron y volvieron Moctezuma no podía comer ni dormir, ni hacía de buena gana ninguna cosa, sino que estaba muy triste (...) Llegando los mensajeros (...) dieron la noticia a Moctezuma de todo lo que habían visto y oído, de la comida que comían, y de las armas que usaban, y de todo lo que les aconteció con los españoles. [Moctezuma] espantóse mucho y comenzó a temer: maravillóse de la comida de los españoles, y de oír el negocio de la artillería, especialmente de los truenos que quiebran las orejas, y del hedor de la pólvora que parece cosa infernal...
[...]
Moctezuma juntó algunos adivinos y agoreros (...) y los envió al puerto donde estaban los españoles para que procurasen que no les faltase comida y todo lo que demandasen (...) y envió con ellos algunos cautivos para que sacrificasen delante del Dios que venía, si viesen que convenía, y si demandasen sangre para beber. (...) [pero en realidad los envió] para que mirasen si podrían hacer contra ellos algún encantamiento o hechicería, para que enfermasen o muriesen, o se volviesen (...) pero ninguna cosa tuvo efecto... [...] Oídas las cosas de arriba dichas por Moctezuma, concibió en sí un sentimiento de que venían grandes males sobre él y sobre su reino, y comenzó a temer grandemente
(...)
Los españoles traían una india mexicana que se llamaba María, vecina del pueblo de Teticpae (...) que decía en la lengua mexicana todo lo que el capitán D. Hernando Cortés le mandaba. [...] [También] para entrar la tierra adentro, tomaron un indio principal que llamaban Tlacochcalcatl para que les mostrase el camino...
(...)
...en llegado a la provincia de Tecoac que es tierra de Tlaxcala: allí estaban poblados los otomies y gente de guerra que guardaba la frontera de los tlaxcaltecas. Estos salieron de guerra contra los españoles (...) [que] tomaron el pueblo y robaron lo que hallaron, y así destruyeron aquellos pueblos. Como los de Tlaxcala oyeron lo que había acontecido a sus soldados y otomies, espantáronse y comenzaron a temer (...) “¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Será bien que los recibamos de paz y los tomemos por amigos? Esto es mejor que no perder toda nuestra gente...”[...]  Los señores y principales de Tlaxcala metieron en su ciudad a los españoles recibiéndolos de paz: lleváronlos luego derechos a las casas reales: allí los aposentaron y los hicieron muy buen tratamiento administrándoles las cosas necesarias con gran diligencia, y también les dieron a sus hijas doncellas.
[...]
[Entonces, los españoles] partieron de Tlaxcala (...) con muchos zempoaltecas y tlaxcaltecas que los acompañaron todos con sus armas de guerra... [...] y tras ellos iba el bagaje y la artillería en sus carretones; iban muchos indios de guerra con todas sus armas, muchos tlaxcaltecas, y Huexotzincas: de esta manera, ordenados, entraron en México.
[...]
Moctezuma se aparejó (...) para recibir con paz y con honra a D. Hernando Cortés (...) Puso un collar de oro y de piedras al capitán y dio flores y guirnaldas a todos los demás capitanes (...). Moctezuma [dijo] (...) “¡Oh, señor nuestro! seáis muy bien venido, habéis llegado a vuestra tierra y a vuestro pueblo, y a vuestra casa México (...) Esto es por cierto lo que nos dejaron dicho los reyes que pasaron, que habíais de volver a reinar en estos reinos..”.  [...] Los españoles llegaron a las casas reales con Moctezuma, luego le detuvieron consigo y nunca más le dejaron apartar de sí, y también detuvieron a Itcuauhtzin gobernador del Tlatilulco (...) y luego soltaron todos los tiros de pólvora que traían (...) y comenzaron a preguntar a Moctezuma por el tesoro real para que dijese dónde estaba, y él los llevó a una sala que se llamaba Teuhcalco, donde tenían los plumajes ricos, y otras muchas joyas ricas de pluma y de oro y de piedras, y luego lo sacaron delante de ellos. Comenzaron los españoles a quitar el oro de las plumas y de las rodelas (...) y destruyeron todos los plumajes y joyas ricas, y el oro fundiéronlo e hiciéronlo barretas (...) y escudriñaron toda la casa real y tomaron todo lo que les pareció bien...
[...]
Habiéndose partido el capitán D. Hernando Cortés para el puerto a recibir a Pánfilo de Narváez, dejó en su lugar a D. Pedro de Alvarado (...) el cual en ausencia del capitán persuadió a Moctezuma para hacer la fiesta de Vitzilopuchtli porque querían ver cómo hacían aquella solemnidad. [...] [Al hacerse la fiesta] los españoles tomaron todas las puertas del patio para que no saliese nadie, y entraron con sus armas y comenzaron a matar a los que estaban en el areyto[fiesta ceremonial], y a los que tañían les cortaban las manos y las cabezas, y daban de estocadas y de lanzadas a todos cuantos topaban, e hicieron una matanza muy grande (...) Corría la sangre por el patio como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas y brazos, y tripas, y cuerpos de hombres muertos (...) Como salió la fama de este hecho por la ciudad, comenzaron a dar voces diciendo ¡a la arma! (...) y comenzaron a pelear contra los españoles. [...] Como comenzó la guerra entre los indios y los españoles, éstos se fortalecieron en las casas reales (...) y echaron grillos a Moctezuma. (...) [Los indios] Dieron batería los mexicanos a los españoles siete días, y los tuvieron cercados veinte y tres días...
[...]
Hernando Cortés [volvía] con muchos españoles y con muchos indios de Zempoala y de Tlaxcala, todos armados. (...) Fueron muertos muchos de los mexicanos. [...]  Cuatro días andados después de la matanza, hallaron los mexicanos muertos a Moctezuma y al gobernador del Tlatiluleo. [...]  Después que los españoles y los amigos que con ellos estaban se hallaron muy apretados, así de hambre como de guerra, una noche salieron todos de su fuerte­ (...) y llevaban unos puentes hechos con que se pasaban las acequias. Cuando esto aconteció llovía mansamente, pasaron cuatro acequias, y antes que pasasen las demás salió una mujer a tomar agua y vio como se iban, y salió dando voces (...) Allí comenzaron a pelear contra los españoles y éstos, contra ellos, y así fueron muertos y heridos de ambas partes muchos...
[...]
[Los Españoles escaparon] y vinieron los otomies de Teucalhuican con su principal que se llamaba Otocoatl, y trajeron comida a los españoles que estaban muy necesitados (...) Los mexicanos iban en su seguimiento dándoles grita desde lejos.  [...]  Llegados los españoles al pueblo de Teucalhuican antes, de mediodía, fueron muy bien recibidos (...) Los ótomies de Tlaxcaltecas que se escaparon de la guerra conociéronse con los de Teucalhuican porque eran todos parientes. (...) Todos juntos fueron a hablar al capitán (...) [y] se quejaron del mal tratamiento que les había hecho Moctezuma y los mexicanos, cargándolos mucho tributo y muchos trabajos...
[...]
Estando los españoles en Zacamolco: llegaron gran número de mexicanos con propósito de acabarlos (...) Los españoles pusiéronse en orden de guerra (...) comenzaron a combatirlos de todas partes; y los españoles mataron muchos mexicanos (...) [y] y prosiguieron su camino, y de allí adelante no los siguieron los mexicanos. (...) Los españoles luego tomaron su camino para Tlaxcala (...) Los principales salieron a recibirlos con mucha comida, y lleváronlos a la ciudad (...) Curáronse los españoles y esforzáronse en la ciudad de Tlaxcala por más de medio año, y eran muy pocos para tornar a dar guerra a los mexicanos. En este medio tiempo llegó a Tlaxcala Francisco Hernández, con 300 soldados castellanos y con muchos caballos y armas, y tiros de artillería y munición. Con esto tomó ánimo el capitán D. Hernando Cortés y los que con él estaban que habían escapado de la guerra para volver a conquistar México.
[...] 
Antes que los españoles que estaban en Tlaxcala viniesen a conquistar a México, dio una grande pestilencia de viruelas a todos los Indios en el mes que llamaban Tepeilhuitl, que es al fin de setiembre. De esta pestilencia murieron muy muchos indios...
[...]
En Tlaxcala [los españoles] labraron doce bergantines [pequeños barcos de dos mástiles] (...) pusiéronse a gesto de guerra con determinación de destruir a los mexicanos [...]  Cuando los españoles entraban por la ciudad (...) los indios mexicanos huyeron para Tlatilulco dejando la ciudad de México en poder de los españoles, y los indios de Tlatilulco acudieron a México a hacer guerra a los españoles. [...] [También] vinieron a socorrer a los mexicanos y tlatilulcos, los chinampanecas, que son los de Xochimilco, Cuitlaoae, Mizquie, Itztapalapan, Mexicatzinco y venidos, hallaron al señor de México que se llamaba Cuauhtémoc... [...]  ... Los indios mexicanos todos estaban recogidos en un barrio que se llama Amaxac y no los podían entrar.
(...)
[Los españoles] determinaron de acometer al fuerte donde estaban los mexicanos, y pusiéronse todos en ordenanza: dispusieron los escuadrones y comenzaron a ir contra el fuerte, y los mexicanos como los vieron venir escondíanse por miedo de la artillería (...) Salieron todos los mexicanos valientes que estaban en el fuerte, e hicieron gran daño en ellos los amigos de los españoles (...) Al otro día, los españoles pegaron fuego a aquella casa, en la cual había muchas estatuas de los ídolos (...) Al otro día, los mexicanos quisieron hacer una celada para resistir la entrada, y no pudieron (...) Estando ya los mexicanos acosados de todas partes de los enemigos, acordaron de tomar pronóstico o agüero si era ya acabada su ventura, o si les quedaba lugar de escapar...  [...] el señor de México Cuauhtémoc, con todos los principales que con él estaban viniéronse adonde estaba Cortés, (...) y cuando llegaron a su presencia comenzaron a decir toda la gente mexicana que estaba en el corral... “ya va nuestro señor rey a ponerse en las manos de los dioses Españoles”.

Bernardino de Sahagún fue un misionero franciscano, autor de varias obras en náhuatl y en castellano, consideradas hoy entre los documentos más valiosos para la reconstrucción de la historia del México antiguo antes de la llegada de los españoles.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
Conquista de América

Hacia fines del siglo XV, la Europa renacentista en plena expansión inició la conquista y explotación del continente americano. Las sociedades americanas sufrirán en carne propia el impacto de la invasión y ya nada sería como hasta entonces.
España había logrado su unidad nacional con los reyes católicos, derrotando a los musulmanes y recuperado su territorio en 1492. Fue precisamente en ese año que Cristóbal Colón logró firmar su acuerdo comercial con la corona y lanzarse a su aventura que consistía en llegar al Oriente por la ruta de Occidente, partiendo de la idea muy difundida ya entonces de que la Tierra era redonda. Colón llegó a tierra un 12 de octubre de 1492*, pero nunca se enteró de que no había llegado a la China, como él creía, sino a un continente desconocido para los europeos al que tiempo después llamarían América.
Portugal y España se disputaban la propiedad del continente "descubierto" por Colón. Llegó a tal punto la discusión que tuvo que intervenir el Papa Alejandro VI Borgia quien a través de la Bula Intercaetera, de mayo de 1493, dividía los dominios españoles y portugueses a través de una línea imaginaria trazada de Norte a Sur a 100 leguas al Oeste de las Islas Azores y de Cabo Verde. Las tierras al Oeste de esa línea serían de España y las ubicadas hacia el Este, de Portugal. Pero Portugal no se quedó conforme y hubo que firmar un nuevo acuerdo, el Tratado de Tordesillas el 7 de junio de 1494 por el cual la línea se corrió a favor de Portugal a 370 leguas al Oeste de las islas del Cabo Verde. Esto les dio derecho a los portugueses para establecerse en América y ocupar un extenso territorio que con el tiempo se llamaría Brasil.
El contacto con los europeos les trajo en lo inmediato graves consecuencias a las poblaciones nativas. Muchos morían a causa del contagio de enfermedades que portaban los europeos y para las que ellos no tenían defensas. Pero la mayoría de la población de las Antillas se extinguió en apenas 20 años de contacto con los europeos, a causa de los malos tratos, los trabajos forzados y el cambio de vida, de cultura y de religión que les impusieron los conquistadores.
"La pura verdad"
"Pienso estuvo el yerro en no hacer estas averiguaciones más que con los españoles y las averiguaron con los indios, que también les tocaba mucha parte de ellas y aun del todo, pues fueron el blanco donde todas las cosas de la conquista se asestaron, y son los que muy bien las supieron y las pusieron en historia algunos curiosos de ellos las escribieron. La tengo en mi poder y tengo tanta envidia al lenguaje y estilo con que están escritas que me holgare saberlas traducir en castellano con la elegancia y gracia que en su lengua mexicana se dicen. Y por ser historia pura y verdadera, la sigo en todo; y si a los que las leyeran parecieran novedades, digo que no lo son, sino la pura verdad sucedida, pero que no se ha escrito hasta ahora, porque los pocos que han escrito los sucesos de las Indias, no las supieron, ni hubo quien se las dijese." (Fray Juan de Torquemada, sacerdote e historiador español residente en México, Monarquía Indiana, Sevilla, 1615.)
Gente indómita
"Pues la gente que había seguido al Almirante en la primera navegación, en su mayor parte gente indómita, vaga y que, como no era de valer, no quería más que la libertad para sí de cualquier modo que fuera, no podía abstenerse de atropellos, cometiendo raptos de mujeres insulares a la vista de sus padres, hermanos y esposos; dados a estupros y rapiñas." (Pedro Mártir de Anglería, humanista español de origen italiano, Décadas de Orbe Novo, Libro IV, Cap. I págs. 43-44.)
"Cuando los señores blancos llegaron han enseñado el miedo y han venido a mancillar las flores. Para que viviese su flor, han hundido y agotado la flor de los otros. ¡Asaltantes de la vida, ofensores de la noche, verdugos del mundo! No hay verdad en las palabras de los extranjeros." (Del Chilam Balam, libro sagrado de los mayas.)
*Investigaciones recientes afirman que el grito del llamado Rodrigo de Triana se produjo el 13 de octubre, momento en que Colón llegó al islote de Guanahaní (actuales Bahamas), al que llamó San Salvador. Regresó a España creyendo que estas islas formaban parte del Asia y se les dio el nombre de Indias Occidentales.

"Mitre no nos cuenta quién fue realmente San Martín", dijo Mario "Pacho" O'Donnell a Infobae. "Si el Libertador se tiene que ir en 1824, perseguido por Rivadavia, amenazado de muerte, alguna razón tiene que haber habido".
Como forma de llenar estas lagunas, ha hecho una reescritura de su biografía sobre un estrecho colaborador de San Martín, Bernardo Monteagudo (Monteagudo. Pionero y mártir de la Unión Americana, Aguilar, 2013), otra víctima del olvido en que nuestra historiografía ha dejado a ciertos personajes incómodos.
Es llamativo que la fascinante vida de este tucumano (1789-1825), que actuó junto a San Martín, O'Higgins y Bolívar, y fue asesinado por un sicario en Lima –O'Donnell expone aquí su hipótesis sobre el móvil de ese crimen- haya sido tan poco divulgada. Se entiende mejor esta omisión, en el marco de una mayor: la de las ideas y la acción política de San Martín.
O'Donnell, en la actualidad presidente del flamante Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, explica en esta entrevista los motivos de las omisiones sobre San Martín (primer video) y cuenta la apasionante trayectoria de Monteagudo y su trágico final.
Nada permitía suponer que dos caracteres tan diferentes como el de San Martín y Monteagudo podrían sin embargo entenderse al punto de generar una larga colaboración, que se inició en Mendoza, continuó en Chile y se prolongó hasta Perú. Más aún, retirado San Martín de Lima, en 1822, Monteagudo pasó a servir a las órdenes de Simón Bolívar, quien también lo distinguió con su confianza y lamentó muchísimo su muerte prematura y violenta, un crimen que hizo todo lo posible por esclarecer.
¿A qué se debe que haya tantas zonas grises en la historia de San Martín?
Yo pregunto a veces ¿cuál es el prócer más desconocido? Suelo decir San Martín, lo cual no es una boutade. ¿Qué sabemos de San Martín? Que ganó batallas, que cruzó los Andes, los nombres de algunos de sus colaboradores. Pero, si se tiene que ir en 1824, perseguido por Rivadavia, amenazado de muerte, alguna razón tiene que haber habido... La historia oficial argumenta que quería darle una educación europea a su hija... Bueno, no, San Martín tenía ideas que chocaban fuertemente con las de los gobernantes europeos, y tenía muy buen contacto con los caudillos federales.
¿Qué hubo entonces detrás de su partida?
Lo que finalmente convence a Rivadavia de que a San Martín hay que sacarlo es cuando el gran caudillo cordobés Juan Bautista Bustos convoca a un congreso constitucional federalista, contra la opinión de Buenos Aires, y la idea que corre es que San Martín va a ser el jefe nacional. San Martín además había desobedecido la orden de la Logia de regresar a Buenos Aires con todo el Ejército de los Andes para defenderlos de los caudillos. Vicente Fidel López, por ejemplo, dice que San Martín "se robó el Ejército de los Andes" y a partir de allí lo llama "mercenario". Y no le dan ningún apoyo a su campaña del Perú. O sea, era un hombre de ideas, y eso es lo que no le gusta a la historia oficial. Mitre tiene la dignidad de consagrarlo como el Prócer de la Patria, pero lo mutila, no nos cuenta quién fue realmente. San Martín, en uno de sus decretos en Lima, dice "toda persona nacida en América que sea partidaria de la Revolución independentista es por naturaleza peruano". Para él, la nacionalidad es americano revolucionario, no existía otra, profundamente era la idea de la Patria Grande.
Este destrato historiográfico se hizo extensivo a algunos colaboradores de San Martín, como Monteagudo...
Sí. Monteagudo fue un personaje excepcional sin duda, nacido en una cuna muy humilde, prematuramente huérfano y enviado por un tío sacerdote a Chuquisaca. Eso fue muy importante para él porque allí entró en contacto con la famosa Universidad, gran incubadora de ideas independentistas, donde se formó la mayor parte de nuestros próceres. Fue un tipo muy inteligente, muy seductor, un hombre muy guapo, tal es así que hay una descripción cuasi erótica de uno de nuestros historiadores fundacionales, Vicente Fidel López, que habla de sus pantorrillas bien contorneadas, sus labios gruesos, etcétera. Era muy pintón pero no ha llegado a nosotros ningún retrato. Tuvo mucho éxito con las mujeres pero también en su aspiración de ser un revolucionario y hacer un aporte importante a la insurrección contra la colonización hispánica.
¿En qué consistió su aporte?
Fue un civil en un mundo destinado a los militares. Y un civil fundamental. En mi libro agregué un apéndice con algunos de sus escritos y uno puede leerlo hoy con fluidez, a pesar del manierismo habitual en la época, y además sobre temas que siguen siendo actuales: la Independencia, el papel de la mujer, el patriotismo, los indiferentes, los que eligen la transacción antes que la decisión... Cuando llega a Buenos Aires, desde el Alto Perú, se incorpora a la vida porteña con mucha fuerza, se vuelve predilecto en las tertulias y se hace favorito de (Carlos María de) Alvear, Director Supremo de entonces. No es la etapa más feliz de Monteagudo pero se la perdonamos porque recién llegaba a Buenos Aires. A raíz de la caída de Alvear, en 1815, se tiene que exiliar en Europa donde seguramente pudo abrevar en las ideas de entonces. Cuando vuelve se hace una figura decisiva para San Martín, y después vendrá O'Higgins y después Bolívar.
¿Qué vio San Martín en un hombre cuyo carácter impulsivo parecía estar en las antípodas del suyo?
En principio aparece como muy diferente a San Martín, Mitre incluso dice que era Monteagudo el que le hacía cometer errores; Mitre no le tenía ninguna simpatía, lo que es bastante explicable porque tenían ideas muy distintas. Lo que seguramente aprecia San Martín de Monteagudo es su inteligencia realista, práctica. Monteagudo es el creador de la guerra de zapa, lo que hoy llamaríamos acción psicológica, como uno de los elementos clave de la guerra. Monteagudo llevó consigo una imprenta para editar diarios, panfletos, para engañar al enemigo. Los realistas podían leer que llegaban refuerzos para los patriotas. Se inventaban victorias o se disimulaban derrotas, como una forma de trabajar la moral. San Martín entra en Lima sin disparar un tiro, "sin bulla ni fandango", solo, prácticamente sin escolta, porque los españoles han abandonado la ciudad; una guerra ganada sin disparar.
Monteagudo en Perú hace una autocrítica de su jacobinismo juvenil. ¿Puede deberse a la influencia moderadora de San Martín?
Lo que influyó para ese cambio de idea de Monteagudo, de un republicanismo a un cuasi monarquismo, vivible en Lima cuando crean la Orden del Sol, distinción nobiliaria pero por mérito revolucionario, fue la desazón de los Libertadores, San Martín y Bolívar, porque las revoluciones americanas se habían convertido en escenarios de anarquía, de guerra civil. Creo que en Guayaquil, San Martín y Bolívar, que eran muy confidentes el uno del otro, hablaron sobre cómo imponer una autoridad superior por encima de la anarquía. Ahí es cuando San Martin propone la monarquía constitucional. La idea era buscar un príncipe europeo, incluso español, él prefería un británico o un ruso, con una constitución dictada por el país americano. Bolívar proponía la dictadura vitalicia, que tenía el mismo sentido: crear una autoridad superior.
Tampoco eran nuevas estas ideas...
No, venían de antes, de la propuesta de Belgrano de coronar a un inca, un hecho muy interesante que la historia oficial, porteñista, prácticamente lo atribuye a un coágulo cerebral de Belgrano, pero que tenía un profundo sentido. Si vamos a traer un príncipe, que sea uno americano, de la casa de los Incas. Por otra parte, Belgrano conocía bien el Alto Perú y sabía del peligro de escisión, de que Bolivia se constituyera en un país independiente, como efectivamente sucedió, bajo la indiferencia absoluta, ominosa, del Buenos Aires unitario.
Usted dice en su libro que Monteagudo tenía "propensión a firmar condenas a muerte". ¿A qué se refiere?
Dentro de su pasión revolucionaria, no le esquivaba a las tareas sucias. Eso también pudo ser importante para San Martín y O'Higgins. Cuando los realistas derrotan a las fuerzas patriotas en Cancha Rayada, y corre el rumor de que San Martín había muerto y que O'Higgins estaba preso, Monteagudo aparece en Cuyo, y muchos pensaron que había huido. Entonces, parecería que piensa en cómo congraciarse con San Martín y O'Higgins. Y ahí se entera de que están los hermanos Carrera en Mendoza. Los Carrera eran muy carismáticos y muy bien considerados entre los sectores populares chilenos, pero estaban muy enemistados con O'Higgins y San Martín. Hay cartas de O'Higgins en las que decía que los hermanos Carrera debían desaparecer. Bueno, el que los hace desaparecer es Monteagudo. Los somete a un juicio sumario y los fusila. Esto deteriora la imagen de San Martín en Chile, país que tiene con él una relación bastante dúplice porque no pudo eludir la acusación de que su hombre de confianza asesinó a los Carrera por orden suya.
De hecho San Martín se lo lleva luego a Perú...
Sí, no era un tipo para dejar de lado, era brillante, con una gran capacidad para teorizar, con gran iniciativa. Cuando muere, a los 35 años, ha recorrido prácticamente toda América del Sur e incluso Centroamérica.
¿Qué papel tuvo Monteagudo en la organización del Congreso de Panamá que promovía Bolívar?
Después que San Martín se retira del Perú, Bolívar, "enamorado" de Monteagudo, deposita gran confianza en él. El proyecto de reunión de las naciones nuevas era una idea inicialmente de Bolívar, que retoma Monteagudo: reunir a todas las naciones para evitar conflictos internos y presentar un frente común ante los imperios, o sea la gran idea de la unión americana, que no prosperó. En cambio, se impuso el proyecto de balcanización de Inglaterra, de muchos países chicos. Nosotros aportamos cuatro: Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay. En cambio Brasil no sufre la presión balcanizadora, porque ahí estaba el imperio portugués, aliado de Inglaterra.
¿Qué impacto tuvo su asesinato en este contexto?
El gran éxito inicial de la reunión de Panamá se debe a Monteagudo, pero también su fracaso, al ser éste asesinado. Mi tesis en este libro es que Monteagudo fue asesinado para que fracasara el Congreso de Panamá. Todo indica que la gran reunión de potencias absolutistas que es la Santa Alianza -Austria, Prusia y Rusia- fue con toda seguridad la que decide la muerte de Monteagudo.
¿Cuándo y cómo pasó?
En 1825, a los 35 años, en Lima, es asaltado en la calle por dos personas y muere apuñalado en el corazón. Su asesino fue un negro, Candelario Espinosa, un sicario. Bolívar logra que le dé el nombre de su mandante, Sánchez Carrión, jefe de una logia que respondía a los grupos absolutistas europeos que seguramente dieron esa orden. ¿Por qué nuestra historia oficial deja afuera a Monteagudo? Porque era un tipo demasiado complejo para el identikit del prócer y porque era un gran americanista. La historia oficial se caracteriza por su europeísmo, parece escrita por Inglaterra. Él era un hombre de la Patria Grande.
Reportaje a Mario Pacho O'Donnell a Infobae, 
SÁBADO 17 DE AGOSTO 2013