La Revolución Francesa mirada por una niña
En la sociedad francesa, todavía podían distinguirse durante el siglo XVIII tres estados o estamentos
con diferentes derechos y obligaciones: el clero, la nobleza y el Tercer Estado. Este último incluía el
95% de la población y estaba constituido por grupos heterogéneos, burgueses (comerciantes y profesionales),
obreros y campesinos. Mientras el clero y la nobleza casi no pagaban impuestos y concentraban
el mayor porcentaje de tierras, el Tercer Estado, carente de todo poder político, estaba
abrumado por los impuestos.
Cuando en 1789 la miseria y el hambre hacían crisis, el rey Luis XVI convocó en Versalles a los Estados
Generales. Esta asamblea sería el punto de partida de la Revolución.
Un día en la vida de Odette, hija de la Revolución Francesa
“Abuela, te contaré todo desde el día en que se reunieron los Estados Generales. La noche anterior, papá nos
reunió a Pierre, a Nicole y a mí y nos contó que el rey los había convocado para hacer frente a la crisis de hambre,
pobreza y descontento que hay en Francia. Yo no sé si tú en el campo has tenido problemas para alimentarte;
pero lo que es aquí en París es casi imposible encontrar harina. Mamá tiene que hacer colas durante horas
para conseguir apenas unos gramos y pagar carísimo.
El día de los Estados Generales salimos a la calle a ver a los diputados que se dirigían hacia Versalles. Nunca me
voy a poder olvidar de esos doscientos diputados vestidos enteros de negro que representaban al Tercer Estado,
a nosotros; ¡al pueblo! [...] Tras los diputados venían los nobles, tan elegantes, vestidos con encajes, sombreros
con plumas y trajes orillados en oro. A su paso, las voces que habían vivado a los diputados del pueblo
se silenciaron abruptamente. Tampoco hubo aclamaciones para los hombres de la Iglesia que los seguían.
Después, mis hermanos y yo acompañamos a mamá a la casa de la marquesa de Chambord a entregarle un
vestido. Cuando llegamos [...] nos abrió un lacayo con librea de terciopelo verde y nos hizo pasar hasta el salón,
[...] las paredes estaban cubiertas de un género carmesí y sobre ellas colgaban tapices con escenas de caza.
Los espejos sobre las tres chimeneas multiplicaban la estancia y, aunque eran las tres de la tarde, los candelabros
estaban encendidos. ¿Te das cuenta el despilfarro? [...] La marquesa vestía un traje de raso azulino orlado
de encajes de color crema. Su peinado era alto, con un voluminoso moño hecho de cientos de bucles. Mamá
le entregó el vestido y la mujer, en lugar de pagar, se quejó por el atraso.
–Perdone, señora marquesa –dijo mi mamá turbada– pero en estos días es tan difícil conseguir los hilos... Además
no sabe usted el tiempo que pierdo en hacer colas para conseguir alimentos.
La marquesa hizo como que no escuchaba y nos ofreció unos pancitos de anís [...]; por lo demás, ni siguiera
pagó por el vestido y le dijo que volviera después.
¿Te acuerdas cuando los curas y los nobles no quisieron juntarse con el pueblo en los Estados Generales y el
Tercer Estado se constituyó en Asamblea Nacional? Bueno, sucedió que los representantes del Tercer Estado juraron
solemnemente “no separarse más hasta que la Constitución sea establecida y fundamentada”. Mi papá
me dijo que desde ese momento el rey tendría que gobernar con la Asamblea Nacional.
El domingo 12 de julio, cuando se supo que el rey había echado a Necker5, su ministro de Finanzas. Mi papá
y sus amigos comentaban que Necker nos defendía y que sin él los pobres iban a tener aún menos pan y aún
más impuestos. Desde ese momento, la gente comenzó a salir a la calle al grito de: ‘¡A las armas, patriotas!’.
Esa noche, cuando papá volvió de su trabajo en el taller estaba magullado y corría un hilo de sangre por su
frente. Nos contó que venía por las Tullerías cuando vio que una multitud se agolpaba en torno a un diputado
del Tercer Estado que arengaba al pueblo diciendo: ‘Necker ha sido despedido, no podemos esperar más: ¡tenemos
que recurrir a las armas!’. Estaba en medio del discurso cuando una tropa de soldados a caballo irrumpió
en el lugar y se abalanzó sobre la multitud, hiriendo a muchos. Mi papá se despertó tirado en el suelo. Esa noche varias personas llegaron a nuestra casa a prevenirnos: se decía que el rey y los nobles se aliarían para
masacrar al pueblo. Y nos contaron que los parisinos, para defenderse, estaban saqueando todos los depósitos de armas de la ciudad.
Esa noche Marie vino a buscarme y me dijo que su padre y hermanos mayores habían partido a Los Inválidos,
al igual que mi padre, y me propuso que los siguiéramos. Y cuando las campanas de la iglesia dieron las seis
de la mañana, Marie y yo nos encontramos en medio de una enorme muchedumbre. El pueblo se agolpaba
frente a Los Inválidos. Algunos ciudadanos distribuían fusiles; otros tenían cañones. Se empezaron a oír voces
que gritaban ‘A La Bastilla, a buscar pólvora para nuestros cañones’. El sol estaba en lo alto cuando el tumulto
llegó frente a los torreones de La Bastilla, que contenía los arsenales de pólvora. Un viejo de barba anunció
a voz en cuello: ‘–El gobernador se niega a bajar el puente’.
Entonces se escuchó un terrible estruendo: el primer piquete de hombres había cortado a golpes de hacha las
cadenas del puente. Una oleada de hombres se abalanzó a cruzarlo. Y en ese momento los primeros disparos
salieron desde la fortaleza. ¡Ay, abuela: los heridos y los muertos comenzaron a caer! Un estallido de cañones
terminó por abatir las últimas puertas de La Bastilla y la fortaleza fue invadida. Parecía que todo París hubiera
entrado en La Bastilla. En ese momento corrimos hasta llegar a casa. Papá volvió muy tarde, estaba pálido y sucio
y nos dijo: ‘–Cayó La Bastilla. He visto la cabeza del gobernador en la punta de una bayoneta’.
Los días que siguieron nos asustamos mucho por ti. Llegaron noticias de que bandas de malhechores robaban
en los campos; quemaban y saqueaban todo a su paso. También supimos de campesinos que incendiaron los
castillos y de muchos muertos. Días después mi padre dijo que íbamos a celebrar porque ahora todos éramos
libres e iguales. Así lo decían las primeras palabras de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
que proclamó solemnemente la Asamblea Nacional.“
“El rey, como Odette pensaba, no solucionaría los problemas del pueblo ni tendría larga vida. Los sucesos más
sangrientos aún no comenzaban. Para que la paz se instaurara en Francia tendrían que morir muchas personas;
entre ellas el padre de Odette [...].”
Tomado de Balcells y Güiraldes. Un día en la vida de Odette, hija de la Revolución
Francesa, Chile, Editora Zig-zag, 1993
¿Quienes son los personajes principales y secundario de la narración?
ResponderBorrarQue lindo señoo! 👏👏👏
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