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lunes, 6 de julio de 2015

La llegada de los españoles, según el fraile Bernardino de Sahagún *
Este 12 de octubre se cumplen 520 años de la llegada de los españoles a la tierra que se denominó América, en honor al navegante Américo Vespucio. Luego de la llegada de Cristóbal Colón a una de las islas antillanas, en poco tiempo llegaron centenares de conquistadores españoles, dirigiéndose tanto hacia el norte como hacia el sur del continente descubierto. En esta oportunidad, recordamos la brutal conquista con el relato que hizo el fraile franciscano Bernardino de Sahagún del encuentro y posterior enfrentamiento entre españoles y los varios pueblos que habitaban en el actual territorio de México, entre ellos, los llamados aztecas, verdaderamente denominados mexicas, que Sahagún traduce por mexicanos.
Con su vasta obra, que llevó el nombre Historia general de las cosas de Nueva España,Sahagún realizó un aporte invalorable a la conservación del conocimiento de la cultura indígena. Su labor la realizó a partir de la década de 1530, desde el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, una institución a la cual asistía la elite indiana. Sahagún dominó perfectamente el idioma mexica, denominado náhuatl, y junto a una decena de colaboradores indígenas desarrolló su investigación sobre la cultura local, entrevistando a numerosos nobles indios. Su Historia general... comenzó a ser escrita hacia 1549 y quedó completa casi treinta años más tarde. Conocida hoy como Códice florentino, la enorme reseña fue originalmente escrita en náhuatl, pero se dispuso la traducción al español de numerosos párrafos. Fue acompañada por cerca de 2000 ilustraciones de artistas locales. Dividida en doce libros, describe los orígenes y atributos de los dioses mexicanos, sus creencias, conocimientos de la naturaleza, descripciones políticas y organizativas de aquellos pueblos, e incluye sus oraciones y plegarias. La obra del fraile tardó siglos en ser reconocida y en varias oportunidades estuvo a punto de ser destruida por las autoridades del reino español.
Pocos años antes de su fallecimiento, Sahagún recompuso la versión del último libro de su obra, el número 12, sobre la conquista de México, que transcurrió entre 1519 y 1521. Con gran influencia de la visión indiana, pone de relieve numerosos aspectos que llevaron al fin del imperio mexica: la ambición y crueldad española, la incredulidad e ingenuidad de Moctezuma, la superioridad bélica de los europeos, la colaboración con los españoles de varios pueblos locales, enemigos de los mexicas, la fulminación bacteriana de los pueblos indígenas, entre otros. Además, puso de relieve la pesadez vivida por Moctezuma ante el inevitable destino del regreso de los dioses (confundidos con los europeos) y la marcada diferencia entre éste y su sucesor, el joven Cuauhtémoc. Una vez tomada la ciudad, los mexicas, como los incas en la región andina, debieron enfrentar a un enemigo implacable.
Autor: Bernardino Sahagún, Historia de la conquista de México, México, Imprenta de Galván, 1829.
Libro Doceno. De la conquista de la Nueva España que es la Ciudad de México.
Diez años antes que viniesen los españoles a esta tierra apareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa, y es, que apareció una llama de fuego muy grande, y muy resplandeciente: parecía que estaba tendida en el mismo cielo, era ancha de la parte de abajo, y de la parte de arriba aguda (...) Parecía que la punta de ella llegaba hasta el medio del cielo (...) Y salía con tanto resplandor que parecía de día (...) Esto duró por espacio de un año cada noche. (...) Cuando aparecía a la media noche, toda la gente gritaba y se espantaba: todos sospechaban que era señal de algún gran mal.
La segunda señal que aconteció fue que el chapitel de un Cú [templo] de Vitzilopuchtli, que se llamaba Tlacoteca, se encendió milagrosamente y se quemó: parecía que las llamas de fuego salían de dentro de los maderos de las columnas, y muy de presto se hizo ceniza...
La tercera señal fue que cayó un rayo sobre el Cú [templo] de Xiuhteoutli, dios del fuego, el cual estaba techado con paja, llamábase Tzumulco: espantáronse de esto porque no llovió sino agua menuda (...) ni hubo tronido...
La cuarta señal fue que de día haciendo sol cayó una cometa. Parecían tres estrellas juntas que corrían a la par muy encendidas y llevaban muy grandes colas (...) y sonó grandísimo ruido en toda la comarca.
La quinta señal fue que se levantó la mar, o laguna de México con grandes olas: parecía que hervía (...) Llegaron las olas muy lejos y entraron entre las casas...
La sexta señal fue que se oyó de noche en el aire una voz de una mujer que decía: ¡Oh, hijos míos, ya nos perdemos! algunas veces decía: ¡Oh, hijos míos, adónde os llevaré!
La séptima señal fue que los cazadores de las aves del agua, cazaron un ave parda del tamaño de una grulla, y luego la fueron a mostrar a Moctezuma (...) Tenía esta ave en medio de la cabeza un espejo redondo (...) como la vio Moctezuma espantóse, y la segunda vez que miró en el espejo que tenía el ave: de ahí un poco vio muchedumbre de gente junta que venían todos armados encima de caballos...
La octava señal fue que aparecieron muchas veces monstruos (...) llevábanlos a Moctezuma, y (...) luego desaparecían.
[...]
La primera vez, que aparecieron navíos en la costa de esta Nueva España, los capitanes de Moctezuma que se llamaban Calpixques que estaban cerca de la costa, fueron a ver qué era aquello que venía, que nunca habían visto (...) Entraron en las canoas y comenzaron a remar hacia los navíos (...) y vieron los españoles, besaron todos las proas (...) en señal de adoración, pensaron que era el Dios Quetzalcoatl que volvía, al cual estaban ya esperando según parece... [...] Como hubo oído Moctezuma las nuevas de los que vinieron de la mar, mandó luego llamar al más principal de ellos, que se llamaba Cuextecatl, y los demás que habían venido con la mensajería, y mandólos que pusiesen guardas, y atalayas en todas las estancias de la ribera de la mar... [...] [luego mandó a llevarles presentes]. Como estuvieron delante del capitán D. Hernando Cortés, besaron todos la tierra en su presencia, y habláronle de esta manera: “­Sepa el dios a quien venimos a adorar en persona de su siervo Moctezuma, el cual le rige y gobierna la ciudad de México...” y luego sacaron los ornamentos que llevaban, y se los pusieron al capitán D. Hernando Cortés (...) El capitán dijo: “¿­hay otra cosa más que esto?” Dijéronle, “señor nuestro, no hemos traído mas cosas que estas que aquí están”. El capitán los mandó a atar, y mandó soltar tiros de artillería, y los mensajeros que estaban atados de pies y manos, como oyeron los truenos de las bombardas, cayeron en el suelo como muertos...
[...]
En el tiempo que estos mensajeros fueron y volvieron Moctezuma no podía comer ni dormir, ni hacía de buena gana ninguna cosa, sino que estaba muy triste (...) Llegando los mensajeros (...) dieron la noticia a Moctezuma de todo lo que habían visto y oído, de la comida que comían, y de las armas que usaban, y de todo lo que les aconteció con los españoles. [Moctezuma] espantóse mucho y comenzó a temer: maravillóse de la comida de los españoles, y de oír el negocio de la artillería, especialmente de los truenos que quiebran las orejas, y del hedor de la pólvora que parece cosa infernal...
[...]
Moctezuma juntó algunos adivinos y agoreros (...) y los envió al puerto donde estaban los españoles para que procurasen que no les faltase comida y todo lo que demandasen (...) y envió con ellos algunos cautivos para que sacrificasen delante del Dios que venía, si viesen que convenía, y si demandasen sangre para beber. (...) [pero en realidad los envió] para que mirasen si podrían hacer contra ellos algún encantamiento o hechicería, para que enfermasen o muriesen, o se volviesen (...) pero ninguna cosa tuvo efecto... [...] Oídas las cosas de arriba dichas por Moctezuma, concibió en sí un sentimiento de que venían grandes males sobre él y sobre su reino, y comenzó a temer grandemente
(...)
Los españoles traían una india mexicana que se llamaba María, vecina del pueblo de Teticpae (...) que decía en la lengua mexicana todo lo que el capitán D. Hernando Cortés le mandaba. [...] [También] para entrar la tierra adentro, tomaron un indio principal que llamaban Tlacochcalcatl para que les mostrase el camino...
(...)
...en llegado a la provincia de Tecoac que es tierra de Tlaxcala: allí estaban poblados los otomies y gente de guerra que guardaba la frontera de los tlaxcaltecas. Estos salieron de guerra contra los españoles (...) [que] tomaron el pueblo y robaron lo que hallaron, y así destruyeron aquellos pueblos. Como los de Tlaxcala oyeron lo que había acontecido a sus soldados y otomies, espantáronse y comenzaron a temer (...) “¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Será bien que los recibamos de paz y los tomemos por amigos? Esto es mejor que no perder toda nuestra gente...”[...]  Los señores y principales de Tlaxcala metieron en su ciudad a los españoles recibiéndolos de paz: lleváronlos luego derechos a las casas reales: allí los aposentaron y los hicieron muy buen tratamiento administrándoles las cosas necesarias con gran diligencia, y también les dieron a sus hijas doncellas.
[...]
[Entonces, los españoles] partieron de Tlaxcala (...) con muchos zempoaltecas y tlaxcaltecas que los acompañaron todos con sus armas de guerra... [...] y tras ellos iba el bagaje y la artillería en sus carretones; iban muchos indios de guerra con todas sus armas, muchos tlaxcaltecas, y Huexotzincas: de esta manera, ordenados, entraron en México.
[...]
Moctezuma se aparejó (...) para recibir con paz y con honra a D. Hernando Cortés (...) Puso un collar de oro y de piedras al capitán y dio flores y guirnaldas a todos los demás capitanes (...). Moctezuma [dijo] (...) “¡Oh, señor nuestro! seáis muy bien venido, habéis llegado a vuestra tierra y a vuestro pueblo, y a vuestra casa México (...) Esto es por cierto lo que nos dejaron dicho los reyes que pasaron, que habíais de volver a reinar en estos reinos..”.  [...] Los españoles llegaron a las casas reales con Moctezuma, luego le detuvieron consigo y nunca más le dejaron apartar de sí, y también detuvieron a Itcuauhtzin gobernador del Tlatilulco (...) y luego soltaron todos los tiros de pólvora que traían (...) y comenzaron a preguntar a Moctezuma por el tesoro real para que dijese dónde estaba, y él los llevó a una sala que se llamaba Teuhcalco, donde tenían los plumajes ricos, y otras muchas joyas ricas de pluma y de oro y de piedras, y luego lo sacaron delante de ellos. Comenzaron los españoles a quitar el oro de las plumas y de las rodelas (...) y destruyeron todos los plumajes y joyas ricas, y el oro fundiéronlo e hiciéronlo barretas (...) y escudriñaron toda la casa real y tomaron todo lo que les pareció bien...
[...]
Habiéndose partido el capitán D. Hernando Cortés para el puerto a recibir a Pánfilo de Narváez, dejó en su lugar a D. Pedro de Alvarado (...) el cual en ausencia del capitán persuadió a Moctezuma para hacer la fiesta de Vitzilopuchtli porque querían ver cómo hacían aquella solemnidad. [...] [Al hacerse la fiesta] los españoles tomaron todas las puertas del patio para que no saliese nadie, y entraron con sus armas y comenzaron a matar a los que estaban en el areyto[fiesta ceremonial], y a los que tañían les cortaban las manos y las cabezas, y daban de estocadas y de lanzadas a todos cuantos topaban, e hicieron una matanza muy grande (...) Corría la sangre por el patio como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas y brazos, y tripas, y cuerpos de hombres muertos (...) Como salió la fama de este hecho por la ciudad, comenzaron a dar voces diciendo ¡a la arma! (...) y comenzaron a pelear contra los españoles. [...] Como comenzó la guerra entre los indios y los españoles, éstos se fortalecieron en las casas reales (...) y echaron grillos a Moctezuma. (...) [Los indios] Dieron batería los mexicanos a los españoles siete días, y los tuvieron cercados veinte y tres días...
[...]
Hernando Cortés [volvía] con muchos españoles y con muchos indios de Zempoala y de Tlaxcala, todos armados. (...) Fueron muertos muchos de los mexicanos. [...]  Cuatro días andados después de la matanza, hallaron los mexicanos muertos a Moctezuma y al gobernador del Tlatiluleo. [...]  Después que los españoles y los amigos que con ellos estaban se hallaron muy apretados, así de hambre como de guerra, una noche salieron todos de su fuerte­ (...) y llevaban unos puentes hechos con que se pasaban las acequias. Cuando esto aconteció llovía mansamente, pasaron cuatro acequias, y antes que pasasen las demás salió una mujer a tomar agua y vio como se iban, y salió dando voces (...) Allí comenzaron a pelear contra los españoles y éstos, contra ellos, y así fueron muertos y heridos de ambas partes muchos...
[...]
[Los Españoles escaparon] y vinieron los otomies de Teucalhuican con su principal que se llamaba Otocoatl, y trajeron comida a los españoles que estaban muy necesitados (...) Los mexicanos iban en su seguimiento dándoles grita desde lejos.  [...]  Llegados los españoles al pueblo de Teucalhuican antes, de mediodía, fueron muy bien recibidos (...) Los ótomies de Tlaxcaltecas que se escaparon de la guerra conociéronse con los de Teucalhuican porque eran todos parientes. (...) Todos juntos fueron a hablar al capitán (...) [y] se quejaron del mal tratamiento que les había hecho Moctezuma y los mexicanos, cargándolos mucho tributo y muchos trabajos...
[...]
Estando los españoles en Zacamolco: llegaron gran número de mexicanos con propósito de acabarlos (...) Los españoles pusiéronse en orden de guerra (...) comenzaron a combatirlos de todas partes; y los españoles mataron muchos mexicanos (...) [y] y prosiguieron su camino, y de allí adelante no los siguieron los mexicanos. (...) Los españoles luego tomaron su camino para Tlaxcala (...) Los principales salieron a recibirlos con mucha comida, y lleváronlos a la ciudad (...) Curáronse los españoles y esforzáronse en la ciudad de Tlaxcala por más de medio año, y eran muy pocos para tornar a dar guerra a los mexicanos. En este medio tiempo llegó a Tlaxcala Francisco Hernández, con 300 soldados castellanos y con muchos caballos y armas, y tiros de artillería y munición. Con esto tomó ánimo el capitán D. Hernando Cortés y los que con él estaban que habían escapado de la guerra para volver a conquistar México.
[...] 
Antes que los españoles que estaban en Tlaxcala viniesen a conquistar a México, dio una grande pestilencia de viruelas a todos los Indios en el mes que llamaban Tepeilhuitl, que es al fin de setiembre. De esta pestilencia murieron muy muchos indios...
[...]
En Tlaxcala [los españoles] labraron doce bergantines [pequeños barcos de dos mástiles] (...) pusiéronse a gesto de guerra con determinación de destruir a los mexicanos [...]  Cuando los españoles entraban por la ciudad (...) los indios mexicanos huyeron para Tlatilulco dejando la ciudad de México en poder de los españoles, y los indios de Tlatilulco acudieron a México a hacer guerra a los españoles. [...] [También] vinieron a socorrer a los mexicanos y tlatilulcos, los chinampanecas, que son los de Xochimilco, Cuitlaoae, Mizquie, Itztapalapan, Mexicatzinco y venidos, hallaron al señor de México que se llamaba Cuauhtémoc... [...]  ... Los indios mexicanos todos estaban recogidos en un barrio que se llama Amaxac y no los podían entrar.
(...)
[Los españoles] determinaron de acometer al fuerte donde estaban los mexicanos, y pusiéronse todos en ordenanza: dispusieron los escuadrones y comenzaron a ir contra el fuerte, y los mexicanos como los vieron venir escondíanse por miedo de la artillería (...) Salieron todos los mexicanos valientes que estaban en el fuerte, e hicieron gran daño en ellos los amigos de los españoles (...) Al otro día, los españoles pegaron fuego a aquella casa, en la cual había muchas estatuas de los ídolos (...) Al otro día, los mexicanos quisieron hacer una celada para resistir la entrada, y no pudieron (...) Estando ya los mexicanos acosados de todas partes de los enemigos, acordaron de tomar pronóstico o agüero si era ya acabada su ventura, o si les quedaba lugar de escapar...  [...] el señor de México Cuauhtémoc, con todos los principales que con él estaban viniéronse adonde estaba Cortés, (...) y cuando llegaron a su presencia comenzaron a decir toda la gente mexicana que estaba en el corral... “ya va nuestro señor rey a ponerse en las manos de los dioses Españoles”.

Bernardino de Sahagún fue un misionero franciscano, autor de varias obras en náhuatl y en castellano, consideradas hoy entre los documentos más valiosos para la reconstrucción de la historia del México antiguo antes de la llegada de los españoles.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar

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